Lo que he visto en mis 93 años de vida


FREDERICK W. FRANZ


Autobiografía recogida de La Atalaya de 1 de Mayo de 1987, pág. 22-30



EL 12 de septiembre de 1893 nació un niñito en Covington, Kentucky, una población en la ribera meridional del río Ohio frente a Cincinnati, Ohio, E.U.A. Alegres y deleitados, su padre, Edward Frederick Franz, y su madre, Ida Louise, de soltera Krueger, dieron a este hijo suyo el nombre de Frederick William Franz.

Así empezaron mis 93 años de vida. Mi padre, nativo de Alemania, profesaba ser de la Iglesia Luterana, y por eso hizo que un clérigo me bautizara colocando sobre mi cabeza su mano mojada en agua. Se llenó un certificado de bautismo que fue puesto en un marco y colgado en la pared de nuestra casa, junto con los certificados bautismales de mis dos hermanos mayores, Albert Edward y Herman Frederick. Pasarían 20 años antes de que yo aprendiera que tal formalismo religioso no es bíblico.

Fue después de habernos mudado a la calle Greenup cuando vi por primera vez un coche sin caballos... un automóvil para dos personas, descapotado, que alguien conducía calle arriba. Años después vería por primera vez un avión. En aquel tiempo vivíamos al lado de la panadería de Krieger, donde mi padre trabajaba de panadero por las noches. Por la mañana venía a casa y se acostaba a dormir. Por la tarde tenía tiempo para estar con nosotros los muchachos.

Cuando tuve suficiente edad para ir a la escuela, fui enviado primero a la escuela parroquial y a los servicios religiosos de una iglesia católica romana, St. Joseph, puesto que estaba cerca, en las calles 12 y Greenup. Todavía recuerdo la sala de clases. En cierta ocasión el “hermano” religioso que enseñaba me hizo pasar al frente de la clase y presentarle la mano abierta para recibir varios reglazos por una fechoría que cometí.

También recuerdo que iba al oscuro confesionario, hablaba al confesor oculto tras el tabique, decía una oración aprendida de memoria y confesaba lo malo que era como niño. Después iba al altar y me arrodillaba allí, donde un sacerdote me ponía en la boca un pedazo de pan —dándome así la comunión como la enseñaba la iglesia— mientras él se quedaba con el vino, para consumirlo más tarde. Así empezó mi educación religiosa formal y mi respeto a Dios, que había de crecer en años posteriores.

Después que hube completado un año en la escuela parroquial en 1899, mi familia se mudó a Cincinnati, al otro lado del río Ohio, al número 17 de la calle Mary (llamada ahora la calle 15 Este). Esta vez me enviaron a la escuela pública y me apuntaron en el tercer grado. Como estudiante yo no era muy atento, y recuerdo que una vez el estudiante del pupitre a mi derecha y yo fuimos enviados a la oficina del principal porque no nos portábamos bien. Allí el principal Fitzsimmons hizo que nos dobláramos hasta tocar la punta de los zapatos, para darnos unos varazos. Como se pudiera esperar, no pasé de grado.

Pero mi padre no quería que yo pasara dos años en el mismo grado escolar. Por eso, cuando empezó el período académico siguiente, me llevó a la escuela de la calle Liberty, a la oficina del principal de la escuela, el señor Logan. Le pidió al señor Logan que me matriculara en el cuarto grado. El señor Logan me trató con bondad, y dijo: “Bueno, vamos a ver lo que sabe el jovencito”. Después de haberme hecho unas preguntas que le contesté para su obvia satisfacción, dijo: “Pues sí, parece que califica para el cuarto grado”. Así, personalmente me puso en un año escolar que pasaba por un grado al que yo no había aprobado. Desde entonces en adelante me serené y me apliqué seriamente a estudiar, y nunca más me suspendieron.

Los aspectos religiosos de mi vida de joven también cambiaron. De alguna manera, representantes de la Segunda Iglesia Presbiteriana de Cincinnati se pusieron en comunicación con mi madre, y ella decidió enviar a Albert, Herman y a mí a la escuela dominical de aquella iglesia. En aquel tiempo el señor Fisher era el superintendente de la escuela dominical, y la joven Bessie O’Barr fue mi maestra de escuela dominical. Así me familiaricé con las Escrituras inspiradas, la Santa Biblia. ¡Cuánto agradecí el que mi maestra de escuela dominical me diera un ejemplar de la Santa Biblia como regalo de Navidad!

Me resolví a tener como meta en la vida leer una porción de la Biblia cada día. El resultado de esto fue que me familiaricé bien con ese libro sagrado. Y su saludable influencia me libró de envolverme en el habla y la conducta inmorales de mis compañeros de clase. Como pudiera esperarse, a la vista de ellos yo era una persona diferente.

Escuela secundaria y universidad

Tras de mi graduación de la tercera escuela intermedia en 1907, mis padres me permitieron continuar educándome y entrar en la Escuela Secundaria Woodward, donde mi hermano mayor, Albert, había cursado un año. Como él, decidí tomar el curso de los Clásicos. Así que empecé a estudiar latín... un estudio que proseguí durante los siguientes siete años.

En 1911, en la primavera, llegó el tiempo de la graduación. La Escuela Secundaria Woodward me seleccionó para dar el discurso de despedida en los ejercicios de graduación que se celebrarían en el auditorio más grande de Cincinnati, el Music Hall.

En aquel tiempo las tres escuelas secundarias de Cincinnati —Woodward, Hughes y Walnut Hills— celebraron juntas sus ejercicios de graduación. Los estudiantes de último año de secundaria se sentaron en la gran plataforma frente a un auditorio lleno. El discurso de apertura fue asignado al estudiante seleccionado para pronunciar el discurso de despedida de la Escuela Secundaria Woodward. El tema que escogí para aquella ocasión fue “La escuela y la ciudadanía”. Los tres oradores recibimos muchos aplausos. Ahora yo tenía 18 años de edad.

Mis padres me permitieron proseguir mi educación escolar, de modo que me matriculé en la Universidad de Cincinnati, y tomé el curso de Artes Liberales. Ahora había decidido hacerme predicador presbiteriano.

Al estudio de latín, que continué, ahora añadí el estudio de griego. ¡Qué bendición fue estudiar el griego bíblico con el profesor Arthur Kinsella como maestro! También estudié el griego clásico bajo la guía del doctor Joseph Harry, autor de algunas obras en griego. Yo sabía que si deseaba ser clérigo presbiteriano tenía que dominar el griego de la Biblia. De modo que me apliqué vigorosamente a los estudios y aprobé el curso.

Además de estudiar griego y latín en la escuela, me interesé en aprender español, que me parecía muy similar al latín. Poco me imaginaba en aquel tiempo lo mucho que usaría el español en mi ministerio cristiano.

Un punto sobresaliente de mi vida académica fue cuando el doctor Lyon, el presidente de la universidad, anunció a una asamblea de estudiantes en el auditorio que yo había sido elegido para ir a la Universidad Estatal de Ohio para tomar exámenes, en competencia con otros, por la Beca Cecil Rhodes, lo que me calificaría para ser admitido en la Universidad de Oxford, en Inglaterra. Uno de los concursantes me superó en lo relacionado con el atletismo, pero por mis calificaciones comparables a las de él quisieron enviarme junto con él a la Universidad de Oxford. Aprecié el haber satisfecho los requisitos para obtener la beca, y, normalmente, esto hubiera sido algo muy halagador.

“¡Esta es la verdad!”

Recordamos que en cierta ocasión Jesucristo dijo a sus discípulos: “Conocerán la verdad, y la verdad los libertará”. (Juan 8:32.) El año anterior, 1913, mi hermano Albert obtuvo “la verdad” en Chicago. ¿Cómo obtuvo Albert “la verdad”?

Cierto sábado por la noche, en la primavera de 1913, Albert se había acostado temprano en el dormitorio de la YMCA (Asociación de Jóvenes Cristianos), donde vivía mientras trabajaba en Chicago. Más tarde, su compañero de cuarto entró de súbito en el cuarto para explicarle un problema que tenía. Se le había invitado aquella noche al hogar del señor Hindman y su esposa, y sucedió que su hija, Nora, iba a tener consigo a una amiga allá en la casa. El compañero de cuarto de Albert pensaba que no podía atender a dos muchachas. Albert estuvo muy dispuesto a ayudar a su compañero. Durante la noche, el compañero de Albert estaba llevándose muy bien con las dos jóvenes. Pero el señor Hindman y su esposa concentraron su atención en Albert, y le hablaron de las enseñanzas de la Sociedad Watch Tower Bible and Tract.

Albert entonces me envió un folleto titulado ¿Dónde están los muertos?, escrito por un médico escocés, John Edgar, miembro de la Congregación de Glasgow de los Estudiantes Internacionales de la Biblia. Al principio puse el folleto a un lado. Después, cierta noche, porque tenía un poco de tiempo disponible antes de ir a practicar con el coro, empecé a leerlo. Me pareció tan interesante que no pude soltarlo. Seguí leyéndolo mientras caminaba casi dos kilómetros hasta la iglesia presbiteriana. Puesto que la puerta de la iglesia todavía estaba cerrada, me senté en los fríos escalones de piedra y seguí leyendo. El organista vino y, al notarme absorto en lo que leía, dijo: “Parece que eso es interesante”. Respondí: “¡Sí, es muy interesante!”.

Puesto que las nuevas verdades que estaba aprendiendo me gustaron tanto, se me ocurrió preguntarle al predicador, el doctor Watson, lo que pensaba de aquel folleto. Por eso, aquella misma noche le entregué el folleto y le pregunté: “Doctor Watson, ¿qué sabe usted de esto?”.

Él tomó el folleto, lo abrió, y entonces hizo una mueca de desprecio: “Ah, esto debe ser algo de lo que Russell imprime. ¿Qué sabe él de escatología?”. La actitud de desprecio me sorprendió. Al tomar de él el folleto y volverme, pensé para mí: “Lo que él crea no me importa. ¡Esta es la VERDAD!”.

No pasó mucho tiempo antes de que, en una de sus visitas a casa, Albert me trajera los primeros tres tomos de Estudios de las Escrituras, escritos por Charles Taze Russell. Albert también me llevó a conocer a la congregación local de Estudiantes de la Biblia, la cual se reunía al lado mismo de la iglesia presbiteriana. Me deleité con lo que aprendí, y pronto decidí que había llegado el tiempo de romper mi relación con la Iglesia Presbiteriana.

Por eso, después, cuando Albert de nuevo vino a visitarnos, fuimos a una de las conferencias que el doctor Watson pronunciaba los domingos por la noche. Más tarde, Albert y yo fuimos a donde él estaba despidiendo a los parroquianos que salían. Le dije: “Doctor Watson, me voy de la iglesia”.

Dijo: “¡Ya lo sabía! ¡Ya lo sabía! Tan pronto como te vi leyendo aquella publicación de Russell. ¡Yo no dejaría que ese hombre, Russell, entrara en mi casa!”. Añadió: “Fred, ¿no te parece que deberíamos pasar a mi sacristía y orar juntos?”. Le dije: “No, doctor Watson; ya he decidido lo que voy a hacer”.

Con eso, Albert y yo salimos de la iglesia. ¡Qué bueno fue sentirnos libres de un sistema religioso que enseñaba falsedades! ¡Qué bueno fue ser aceptados en la congregación de los Estudiantes Internacionales de la Biblia, que eran tan leales a la Palabra de Dios! El 5 de abril de 1914, en Chicago, Illinois, simbolicé mi consagración —como solíamos llamar a la dedicación— por bautismo en agua.

Jamás me ha pesado el que, poco antes de los anuncios que hicieron las autoridades educativas en cuanto al resultado de los exámenes para la Beca Cecil Rhodes, escribí una carta a las autoridades y les avisé que ya no me interesaba la beca para la Universidad de Oxford y que podían quitar mi nombre de la lista de concursantes. Hice esto aunque mi profesor de griego en la universidad, el doctor Joseph Harry, me informó que había sido escogido para recibirla.

Dos meses después, o el 28 de junio de 1914, el archiduque Fernando de Austria-Hungría y su esposa fueron asesinados en Sarajevo, Bosnia. En aquella misma fecha los Estudiantes Internacionales de la Biblia se hallaban en el tercer día de su asamblea general en Memorial Hall, Columbus, Ohio. Solo un mes después, el 28 de julio de 1914, estalló la primera guerra mundial de toda la historia humana. Nosotros, los Estudiantes de la Biblia, esperábamos el fin de los 2.520 años de los Tiempos de los Gentiles para el 1 de octubre de aquel año.

Con permiso de mi padre, yo había abandonado mis estudios en la Universidad de Cincinnati en mayo de 1914, solo dos semanas antes del fin de mi tercer término allí como estudiante de penúltimo año. Inmediatamente hice arreglos con la Sociedad Watch Tower Bible and Tract para ser repartidor, o precursor, como se llama hoy día al ministro de tiempo completo. Para entonces había estado asociado activamente con la Congregación de Cincinnati de los Estudiantes Internacionales de la Biblia.

Posteriormente fui anciano de la Congregación de Cincinnati. Por eso, cuando los Estados Unidos de América entraron en la I Guerra Mundial a favor de los Aliados, y los jóvenes fueron llamados al ejército, obtuve exención como ministro del evangelio.

Conozco al hermano Russell

Entre los incidentes de mi vida que en retrospección aprecio están las veces que tuve el gozo de hablar con el primer presidente de la Sociedad, Charles Taze Russell. Primero lo conocí personalmente el día antes de la exhibición de apertura del Foto-Drama de la Creación en el Music Hall el domingo 4 de enero de 1914. Aquel sábado, un anciano de la Congregación de Cincinnati me dijo fuera del Music Hall: “Oye, el hermano Russell está ahí dentro, y si vas a detrás del escenario lo puedes ver”. Entré rápidamente, y al fin estuve hablando con él cara a cara. Había venido a inspeccionar los arreglos para aquella primera presentación del Foto-Drama de la Creación.

Después, en 1916, sucedió que él iba a cambiar de trenes en Cincinnati e iba a pasar varias horas allí. Una hermana y yo, cuando nos enteramos de ello, nos apresuramos a ir a la estación del ferrocarril, donde lo hallamos con su secretario. Él había traído su almuerzo consigo, y cuando llegó la hora del almuerzo lo compartió con nosotros.

Al terminar el almuerzo, preguntó si alguien tenía alguna pregunta bíblica. Pregunté si sería posible que Adán fuera resucitado, cuando era un pecador que no se había arrepentido y que había pecado deliberadamente. Guiñando un ojo, contestó: “Hermano, usted está haciendo una pregunta y contestándola a la misma vez. Diga claramente qué quiere saber”.

The Finished Mystery” (El misterio terminado)

Charles Taze Russell murió el martes 31 de octubre de 1916, sin haber escrito el séptimo tomo de su serie de Estudios de las Escrituras. Cuando Russell estaba en su lecho de muerte en un tren que regresaba de California, su secretario le preguntó acerca del séptimo tomo, y él respondió: “Otra persona tendrá que escribirlo”.

El año siguiente, 1917, el séptimo tomo sí salió como comentario sobre los libros proféticos de Ezequiel y Revelación, junto con una hermosa explicación del libro bíblico Cantar de Cantares de Salomón. La Sociedad hizo planes para dar extensa distribución al libro. Por eso, se enviaron cajas de este séptimo tomo a algunas personas de congregaciones de los Estados Unidos. Muchas cajas fueron enviadas a mi casa, en el número 1810 de la calle Baymiller, en Cincinnati, Ohio, y almacenadas allí mientras esperábamos más instrucciones en cuanto a cómo distribuir la literatura.

Ocho páginas del libro The Finished Mystery (El misterio terminado) contenían citas de lo que ciertas figuras prominentes habían declarado en oposición a las guerras. El gobierno de los Estados Unidos, incitado por las organizaciones religiosas de la cristiandad —católicas y protestantes—, objetó a lo impreso, y las páginas 247 a 254 fueron quitadas de la publicación. Después de eso, cuando ofrecíamos The Finished Mystery a la gente, le explicábamos por qué faltaban aquellas páginas. El gobierno de los Estados Unidos no quedó satisfecho con lo que había hecho, y, de nuevo incitado por las organizaciones religiosas del país, proscribió todo el séptimo tomo de Estudios de las Escrituras.

Recuerdo que cierto domingo por la mañana me encontraba trabajando junto a la puerta trasera de nuestra casa. Por la acera al lado de la casa venían unos hombres, y el que iba al frente me mostró su identificación metálica y exigió que le dejara entrar en la casa. Así que tuve que permitirles entrar y les mostré las cajas que contenían ejemplares de The Finished Mystery. Unos días después enviaron un camión y se llevaron todos los libros.

Más tarde nos enteramos de que Joseph F. Rutherford, el segundo presidente de la Sociedad Watch Tower, y seis de sus socios que servían en la oficina central en Brooklyn fueron convictos, erróneamente, de estorbar el esfuerzo de guerra de los Estados Unidos. Fueron sentenciados a servir 20 años en la Penitenciaría Federal de Atlanta por cada uno de cuatro cargos, aunque las sentencias habrían de cumplirse concurrentemente. La guerra terminó el 11 de noviembre de 1918, y después, el 25 de marzo de 1919, el hermano Rutherford y sus socios fueron puestos en libertad bajo fianza. Posteriormente fueron completamente exonerados de culpa. También el gobierno eliminó la proscripción del libro The Finished Mystery y autorizó de nuevo su libre distribución.

¡Qué revivificante fue para nosotros nuestra primera asamblea posbélica que la Sociedad preparó en Cedar Point, en la punta de una península que era estación veraniega, cerca de Sandusky, Ohio, del 1 al 8 de septiembre de 1919! Para mí fue un privilegio muy gozoso el asistir a aquella asamblea.

Invitado a Betel

El año siguiente, 1920, el presidente Rutherford aceptó una invitación para hablar a un auditorio público en Cincinnati, Ohio. En aquel tiempo yo trabajaba como repartidor, y el hermano Rutherford me invitó a escribirle una carta de solicitud para servir en las oficinas centrales del Betel de Brooklyn.

Envié la carta, y tras recibir respuesta favorable viajé en tren hacia la ciudad de Nueva York. Llegué la noche del martes 1 de junio de 1920, y me fue a recibir Leo Pelle, un viejo amigo de Louisville, Kentucky, quien me condujo al hogar Betel. El día siguiente, miércoles, recibí la asignación formal de ser compañero de cuarto de Hugo Riemer y Clarence Beatty en un desván, y recibí el número 102 como miembro de la familia del Betel de Brooklyn.

La Sociedad había establecido su primera imprenta en el número 35 de la avenida Myrtle, y en el sótano se instaló nuestra primera prensa rotativa, a la cual llamamos el Acorazado, por su enorme tamaño. Producíamos la nueva revista de la Sociedad llamada The Golden Age (conocida después en español como Consolación y, más tarde, como ¡Despertad!). A medida que las revistas salían por un agujero en el piso y eran transportadas por un sistema de alambres sobre una tabla en declive, yo las recogía, las juntaba en grupos y las colocaba en pilas para que después fueran guillotinadas y preparadas para el envío.

El sábado por la mañana, cuando la prensa no producía revistas, algunos de nosotros los hermanos las envolvíamos en hojas que tenían el nombre y la dirección de los suscriptores. Entonces las sellábamos para enviarlas al correo. Continué haciendo este trabajo por varios meses hasta que Donald Haslett, quien servía en la Oficina de los Repartidores, salió para casarse con Mabel Catel. Entonces fui transferido desde el 35 de la avenida Myrtle a la oficina de la Sociedad, en el 124 de Columbia Heights, para servir en la Oficina de los Repartidores.

Además, como miembro de la Congregación de Nueva York recibí la asignación de conducir un estudio de libro en el hogar de la familia Afterman, en la zona de Ridgewood, en Brooklyn.

Privilegios en radiodifusión y asambleas

Continué sirviendo en la Oficina de los Repartidores hasta 1926. Mientras tanto, la Sociedad Watch Tower Bible and Tract había establecido en Staten Island su primera radioemisora, WBBR. Eso fue en 1924. Tuve el gozoso privilegio de participar en los programas de la Sociedad, no solo pronunciando discursos, sino también cantando solos de tenor, y hasta tocando la mandolina con acompañamiento de piano. Además, canté como tenor segundo en nuestro cuarteto de voces masculinas de WBBR. Por supuesto, el hermano Rutherford, como presidente de la Sociedad, era el orador principal de WBBR y tenía un vasto auditorio.

Fue en 1922 cuando por segunda vez se celebró una asamblea general de la Sociedad Watch Tower Bible and Tract en Cedar Point, Ohio. Allí el hermano Rutherford nos dio la vigorosa exhortación de: “¡Anuncien, anuncien, anuncien, al Rey y su reino!”.

Uno de mis muy apreciados privilegios, en los años veinte, fue servir con el hermano Rutherford en la asamblea internacional que se celebró en Londres, Inglaterra, en 1926. Allí él pronunció su discurso público en el Royal Albert Hall de Londres ante un gran auditorio después que hube cantado un solo de tenor con acompañamiento del famoso órgano de aquel salón.

La noche siguiente habló a un auditorio judío sobre “Palestina para los judíos... ¿por qué?”, y yo canté un solo tomado del Mesías de Handel: “Consuelen a mi pueblo”. Miles de judíos asistieron a aquel servicio especial. En aquel tiempo, por error, nosotros aplicábamos profecías de las Escrituras Hebreas a los judíos carnales circuncisos. Pero en 1932 Jehová nos abrió los ojos para ver que aquellas profecías aplicaban al Israel espiritual.

¡Y qué animador fue para mí hallarme en la asamblea de Columbus, Ohio, en 1931, cuando el hermano Rutherford presentó para adopción el ‘nuevo nombre’ de testigos de Jehová, y todos lo adoptamos con entusiasmo! Poco después todas las congregaciones del pueblo de Jehová de todo el mundo adoptaron aquel ‘nuevo nombre’. (Compárese con Isaías 62:2.)

El viernes 31 de mayo de 1935 serví como conductor de la orquesta en el foso que había directamente debajo de la plataforma desde la cual el hermano Rutherford pronunció su memorable discurso sobre Revelación 7:9-17, en el cual nos aclaró quiénes componían la “gran multitud” que allí se pinta. Se había invitado especialmente a la llamada clase de Jonadab a estar presente, y la razón se hizo clara cuando el hermano Rutherford mostró que la “gran multitud” (Versión Autorizada), o “gran muchedumbre”, se compondría de las “otras ovejas” del “buen Pastor” Jesucristo. (Juan 10:14, 16.) Fue una ocasión emocionante. ¡Cuánto me conmovió el que, al día siguiente, el sábado 1 de junio, 840 de los presentes en la asamblea se bautizaran en agua como símbolo de su dedicación a Dios mediante Cristo con la esperanza de vivir en una Tierra paradisíaca! Desde entonces la cantidad de las “otras ovejas” de Cristo siguió creciendo hasta sobrepasar, por mucho, a la cantidad menguante de miembros del “rebaño pequeño” de discípulos engendrados por espíritu, mansos como ovejas, del Pastor Excelente, Jesucristo. (Lucas 12:32.)

Sin embargo, al estallar la II Guerra Mundial en 1939 parecía que esto significaba el fin del recogimiento de la “gran muchedumbre”. Recuerdo que cierto día el hermano Rutherford me dijo: “Fred, parece que, después de todo, la ‘gran multitud’ no va a ser tan grande”. Poco nos dábamos cuenta entonces de la gran cosecha de personas que todavía había que efectuar.

La Sociedad introdujo el fonógrafo portátil en 1934, y usábamos grabaciones de las conferencias del presidente Rutherford para presentar literatura bíblica. Cuando salieron sus grabaciones traducidas al español, me concentré en usarlas para llegar a los hispanohablantes de la vecindad de nuestra fábrica en el 117 de la calle Adams. Después, volviendo a visitar a estas personas, las ayudaba a aprender verdades bíblicas, y con el tiempo tuve el privilegio de organizar la primera congregación de habla española de Brooklyn. He pertenecido a la Congregación Hispana de Brooklyn, la número uno, desde que fue formada.

Cambios en la presidencia de la Sociedad

Al morir el hermano Rutherford el 8 de enero de 1942, Nathan H. Knorr lo sucedió en la presidencia de la Sociedad. A pesar de que rabiaba la II Guerra Mundial, su discurso público el verano de 1942 sobre el tema “Paz... ¿será duradera?” cambió nuestro punto de vista en cuanto al futuro inmediato. Poco después el hermano Knorr inauguró la Escuela Bíblica de Galaad de la Watchtower, en la Hacienda del Reino, el lunes 1 de febrero de 1943, y la primera clase se compuso de cien estudiantes. Tuve el privilegio de participar en el programa de aquella inauguración. Los hermanos Eduardo Keller, Maxwell G. Friend, Victor Blackwell y Albert D. Schroeder fueron los maestros.

En su discurso de apertura, el hermano Knorr nos dijo que la Sociedad tenía suficiente dinero para mantener funcionando la escuela por cinco años. Pero ¡fíjese!, ¡hoy Jehová Dios el Todopoderoso ha mantenido en operación la escuela por nueve veces esa cantidad de tiempo!

Fue un tremendo privilegio el estar asociado con Nathan H. Knorr. Poca idea podía tener yo, cuando él se bautizó después del discurso que pronuncié a los que se presentaron para el bautismo el 4 de julio de 1923, al lado del río Little Lehigh, a las afueras de su pueblo de Allentown, Pensilvania, de que él llegaría a ser el tercer presidente de la Sociedad Watch Tower Bible and Tract.

Bajo la presidencia del hermano Knorr viajé extensamente y hablé a grandes auditorios de hermanos por todo el mundo —incluso en la América Latina y Australia— animándolos a permanecer fieles. En una de aquellas ocasiones, en 1955, cuando la obra de los testigos de Jehová estaba proscrita en España, serví en una asamblea celebrada en secreto en un bosque a las afueras de Barcelona. Nuestra reunión de hermanos españoles fue rodeada por agentes armados de la policía secreta, y a los hombres nos llevaron en camiones al cuartel de la policía. Allí nos detuvieron y nos sometieron a interrogatorio. Puesto que yo era ciudadano americano, fingí no saber español. Además, dos hermanas habían escapado, y dieron un informe al Consulado de los Estados Unidos acerca de mi arresto, y el Consulado, en cambio, se comunicó con la policía. Las autoridades, para evitar un incidente internacional y publicidad adversa, finalmente nos despidieron a nosotros los extranjeros y, más tarde, a los demás hermanos. Después, algunos de nosotros nos reunimos en la casa de los hermanos Serrano y nos regocijamos en gran manera por la liberación que Jehová había dado a su pueblo. En 1970 España otorgó reconocimiento legal a los testigos de Jehová. Hoy tenemos una sucursal cerca de Madrid, y el año pasado en España hubo más de 65.000 publicadores del Reino, y hay congregaciones por todo el país.

El 8 de junio de 1977 murió Nathan H. Knorr, y, terminada su carrera terrestre, yo le sucedí en el puesto de presidente de la Sociedad. El hermano Knorr había servido por más de 35 años en la presidencia, más tiempo que cualquiera de los dos presidentes anteriores de la Sociedad, Russell y Rutherford. Como miembro del Cuerpo Gobernante de los Testigos de Jehová, se me ha asignado a servir en el Comité de Publicidad y en el Comité de Redacción del Cuerpo Gobernante.

Ciertamente es un gran privilegio y placer continuar sirviendo en las oficinas de la Sociedad en el número 25 de Columbia Heights. Esto quiere decir que tengo que caminar en los días de trabajo entre las oficinas generales y el hogar Betel... excelente ejercicio físico para un cuerpo que envejece. Aunque tengo 93 años de edad y la vista me falla, me alegro mucho de que Jehová me haya bendecido con buena salud, de modo que no he perdido ningún día de trabajo por enfermedad en los 66 años que llevo en Betel, y todavía puedo servir de tiempo completo. Ciertamente ha sido un favor divino para mí el que haya podido estar aquí desde el año 1920 y haber visto el crecimiento y la expansión de la organización en las oficinas centrales de Brooklyn y alrededor del mundo.

Con plena confianza en el Soberano Universal, Jehová Dios, y su Mariscal de Campo, Jesucristo, quien comanda huestes innumerables de serafines, querubines y ángeles santos del cielo, espero con anhelo, al escribir esto, junto con los millones de compañeros Testigos, lo que la Biblia muestra que todavía ha de venir: la destrucción de Babilonia la Grande, el imperio mundial de la religión falsa, y la guerra del gran día de Dios el Todopoderoso en Armagedón, lo que culminará en la victoria suprema de parte del Soberano Universal, Jehová Dios, quien es “desde la eternidad hasta la eternidad”. ¡Aleluya! (Salmo 90:2, Versión Moderna.)


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