El beato Pío XII y el nazismo


Josep Fontana


La documentación del Vaticano revela que el papa abandonó la política de condena del racismo y de denuncia del régimen nazi que había iniciado su predecesor, Pío XI.

LA DECISIÓN DEL PAPA ACTUAL de beatificar a Pío XII ha producido una mezcla de sorpresa y de indignación. El problema no es sólo su silencio frente al Holocausto, sino la actitud equívoca que siempre mantuvo respecto del nazismo. Benedicto XVI justifica este paso por el hallazgo de documentación que vindicaría la conducta del papa Pacelli, quien habría hecho, “en secreto y en silencio”, gestiones a favor de los judíos perseguidos. Pero lo que está revelando la documentación del Vaticano es algo muy distinto.

Sabemos hoy que el anciano Pío XI, que en 1937 había denunciado la situación de la Iglesia en Alemania en su encíclica Mit brennender Sorge, marchó de Roma en mayo de 1938 para no coincidir con la visita de Hitler y que criticó públicamente que se pretendiera imitar el racismo alemán en Italia, a la vez que ordenaba que le preparasen los materiales para escribir una encíclica contra el antisemitismo.

Pero el anciano pontífice se encontraba aislado en el propio Vaticano. No consiguió publicar su encíclica antirracista porque los meses pasaron sin que se atendiera su petición de que le preparasen los materiales, y sus críticas al régimen de Mussolini quedaban desvirtuadas ante la actitud de los miembros de su propia curia, que se encargaban de dejar entender a los dignatarios fascistas que no compartían la intransigencia del papa.

Se estaba organizando la celebración de los diez años de la firma de los pactos de Letrán, que habían sellado el acuerdo entre el Gobierno italiano y el Vaticano, y el papa preparaba un discurso que iba a pronunciar ante una reunión de obispos para manifestarles su inquietud ante las actitudes que estaba adoptando el Gobierno de Mussolini. En el borrador de este discurso, escrito en las noches del 31 de enero y del 1 de febrero de 1939, Pío XI denunciaba el comportamiento del régimen fascista hacia la Iglesia y concluía con una invocación a predicar la paz a todas las “estirpes consanguíneas de la gran familia humana” y a oponerse a “este mundo que parece preso de una locura suicida”.

El pontífice, que murió el día 10, dejó este texto con instrucciones de que se pasase al cardenal Pacelli, su secretario de Estado, que iba a ser su sucesor con el nombre de Pío XII, para que le hiciera las correcciones oportunas y lo enviase a la imprenta, con el fin de que se pudiese repartir a los obispos. Pacelli lo envió inicialmente a imprimir, pero decidió después que se destruyesen todos los ejemplares impresos y se ocultase la existencia de este último discurso de Pío XI, que ha permanecido en secreto hasta nuestros días.

El diario de Ciano, yerno y ministro de Asuntos Exteriores de Mussolini, nos proporciona una visión del conflicto desde el otro lado. El 10 de febrero nos dice que la muerte del papa dejó indiferente a Mussolini, de modo que Ciano se vio obligado a ir al Vaticano, donde, nos dice, Pacelli “me habla de las relaciones entre el Estado y la Iglesia en tono conciliador y confiado”. Dos días más tarde, sin embargo, cundió la inquietud puesto que la prensa norteamericana aseguraba que existía “un documento escrito por el papa”, del que se insinuaba que era una condena terrible del fascismo, y Mussolini pidió, inquieto, que se le consiguiera una copia.

No tenía por qué preocuparse. El futuro Pío XII impidió que se conociera, y abandonó la política de condena del racismo y de denuncia del régimen nazi que había iniciado su predecesor.


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