QUIZÁS UNA DE LAS CARACTERÍSTICAS más dramáticas de la trayectoria
histórica de los testigos de Jehová, ha sido y sigue siendo en la actualidad, su negativa a aceptar transfusiones de sangre para sí mismos y para
sus familiares más inmediatos, incluso hijos menores de edad. Esta negativa les ha llevado a ser foco de atención de
los medios de comunicación cuando alguno de sus miembros, a consecuencia de tal negativa, y como resultado directo o
relacionado, han puesto en peligro su vida o la de sus hijos, o incluso ha llegado a perderla irremediablemente.
Mucho se ha escrito hasta la fecha sobre el tema, contrastando todas las facetas que envuelven tal proceder, no solo las meramente religiosas y doctrinales, sino las médicas o de carácter ético que llevan al respeto a las creencias del paciente, y a un tratamiento consentido e informado sobre lo que envuelve su proceder. También se ha tocado la problemática, cuando dicha prohibición ha afectado a un menor.
No queremos reiterarnos, pues, en el asunto, pues no creemos necesario repetir argumentos que otros utilizaron con más destreza que nosotros. En este artículo, solo queremos hacer un recuento histórico de una concepción disparatada: la que ha tenido que ver con los diversos entendimientos que los testigos de Jehová han tenido sobre la sangre; lo prohibido y lo permitido de tal elemento, hasta llegar a las últimas explicaciones dadas, y publicadas en La Atalaya del 15 de junio de 2000.
No somos los primeros ni seremos los últimos, pues el caso es que la postura de los testigos de Jehová ha sido foco de discusión en muchos de sus observadores desde que la establecieron, y en la actualidad está siendo cuestionada por algunos de sus propios miembros, que clandestinamente han ido promoviendo movimientos internos para una reforma en el asunto de la sangre, que permita a sus componentes el actuar libremente según determine la conciencia de cada uno, sin que nadie sea penalizado por dicho proceder.
La postura intransigente de la dirección de los testigos de Jehová, en considerar que las transfusiones de sangre están incluidas en la prohibición que Dios dio primeramente a Noé, después al pueblo de Israel y posteriormente a la congregación cristiana en Hecho 15:28-29, se ha repetido hasta la saciedad en multitud de publicaciones y conferencias públicas, para que sus miembros no tengan ni la más mínima duda que un aceptar la transfusión de sangre viola la ley de Dios, y que tal proceder conlleva el disfavor de Dios para el «infractor» y el juicio disciplinario de la congregación contra el mismo, que puede llegar a ser censurado, apartado de sus privilegios, y ¡hasta expulsado del colectivo si no muestra el debido arrepentimiento!. Por supuesto, el abogar públicamente por un cambio de postura en esta manera de entender y aplicar los textos bíblicos conlleva a la expulsión inmediata del grupo.
No es sorprendente, pues, que regularmente saquen el tema a colación en sus libros y revistas, con preguntas como:
¿Aceptan los testigos de Jehová productos médicos derivados de la sangre? y que allí reflejen con claridad cuál es
la postura que debe adoptar cualquier persona que. llamándose testigo de Jehová tiene que enfrentarse a esta situación.
Dicen:
«...los testigos de Jehová no aceptamos sangre. Creemos firmemente que la ley de Dios sobre la sangre
no está sujeta a reformas para adecuarla a opiniones cambiantes.»
Es de destacar que con tal lenguaje lo que hacen es establecer doctrina, pues hablan de una postura
conjunta y global. «Los testigos de Jehová no aceptamos sangre», dicen, como si esta decisión fuese consensuada,
o se desprendiera de forma natural, de una lectura objetiva de la Biblia. Esto está muy lejos de la realidad, como se
puede dar cuenta cualquiera que investigue sobre las diferentes interpretaciones que existen de los textos básicos
utilizados, y que examine los pasos zizagueantes dados por la dirección de los testigos de Jehová para llegar a esta
postura, que pareciera firme y unánime, pero que ha pasado por diferentes etapas hasta llegar a la postura actual, desde
creer que los textos bíblicos que prohíben 'comer' sangre eran parte de la ley mosaica, ya obsoleta, hasta la actual
postura que establece con claridad:
«Los testigos de Jehová sostenemos que aceptar tanto sangre completa como alguno de estos cuatro componentes básicos [glóbulos rojos, glóbulos blancos, plaquetas y plasma] violan la ley de Dios. . . En cambio, cuando se trata de fracciones de los componentes principales, cada cristiano, tras meditar profundamente y con oración, debe tomar su propia decisión en conformidad con su conciencia.»
¿Qué tiene esta doctrina que no tienen las demás? ¿Por qué la dirección de los testigos de Jehová repite una y otra vez su postura intransigente, a pesar de los peligros a que exponen a sus miembros? ¿Por qué la hacen un punto crucial de identidad?
LA GESTA DEL ERROR
Seguramente, los simpatizantes y miembros de a pie de los testigos de Jehová no saben que la prohibición de las transfusiones de sangre, es una prohibición relativamente reciente; que en las dos primeras épocas de existencia de los Testigos, cuando Russell y Rutherford presidían la Sociedad Watch Tower, tales transfusiones se alababan como un avance de la medicina; y que a los versículos en cuestión se les daba una interpretación diferente a la que ahora se da, muy parecida a la que dan otras confesiones y grupos religiosos.
Fue a raíz de ser elegido presidente Natan H. Knorr, que el teólogo principal de los testigos de Jehová, Frederick W. Franz, comenzó a especular con la posibilidad de que las transfusiones de sangre, estuvieran incluidas en la prohibición de «comer» sangre; que «comer» y «transfundir» fueran términos similares.
Esta especulación pronto tuvo su fruto en forma de artículo, publicado el 15 de Noviembre de La Atalaya de 1.945 (1 de Julio en Ingles), en el que por primera vez se condenaba las transfusiones de sangre. En el artículo en cuestión, hacían una extraña interpretación de un Salmo de David para llegar a la conclusión de que no se podía introducir sangre de ninguna manera en el cuerpo, no solo por la boca. Ellos consideran que en ese tiempo, (ni antes ni después) fue el tiempo apropiado en el que Jehová consideró conveniente revelar lo incorrecto de una práctica médica que llevaba muchos años practicándose, pero que en ese tiempo se generalizaba, y alaban tal momento como el utilizado por Dios para dar entendimiento y revelar una verdad incuestionable.
La Atalaya del 15 de junio de 2000, pág. 29 esconde tal descubrimiento con las palabras:
«Cuando se generalizaron las transfusiones de sangre completa, después de la II Guerra Mundial, los testigos de Jehová comprendimos que estaban en contra de la ley de Dios, y así lo seguimos creyendo.»
Según el comentario, parece que Dios revela las cosas malas e incorrectas a los testigos de Jehová, cuando estas se generalizan, y no desde un principio, cuando se comienzan a practicar, aunque después dan a entender que la obediencia a tales pautas es esencial para la vida. El caso es, que no serían tan esenciales cuando por más de 75 años, tales pautas no se entendieron y es más, se violaron por misioneros, betelitas, y todo tipo de adepto de los testigos de Jehová, sin que nadie fuera penalizado por tal motivo.
¿Quién llegó a esa comprensión? No lo dicen, pero evidentemente Knorr no hizo una encuesta para saber qué opinaban los testigos de Jehová en general sobre la aplicación que debían dar a los textos en cuestión. Aunque en La Atalaya del 15 de febrero de 1967, pág. 123 dijeron: «para aclarar cabalmente cuál es la voluntad de Dios sobre el uso de la sangre, los testigos de Jehová hicieron un estudio bíblico especial, los resultados del cual se publicaron en el número de La Atalaya Anunciando el Reino de Jehová del 15 de noviembre de 1945», nadie fue consultado para publicar lo que se publicó en dicha revista. Por lo tanto, difícilmente se puede afirmar en la actualidad que en esa época «los testigos de Jehová comprendieron» o «hicieron un estudio» de tal o cual asunto, es más, durante los siguientes años, la Sociedad recibió numerosas preguntas sobre esta postura de personas que hicieron ese mismo estudio y que no comprendieron tal prohibición.
Pronto resultó aparente por las respuestas dadas, que la Sociedad estaba razonando bajo concepciones erróneas serias, sobre la verdadera función que la sangre cumple en el cuerpo. Estas concepciones erróneas pueden llevarnos hacia atrás a las enseñanzas de Claudius Galen, y se hace aparente en los escritos de un número de los primeros investigadores en el campo de las transfusiones, que incluyen a Sir William Harvey, Richard Lower y Jean Babtiste Denys.
Se pensó erróneamente que la sangre misma era la comida que sostenía el cuerpo, y no fue sino hasta el siglo XX que se dieron cuenta que la sangre es solamente el vehículo que lleva la comida y no la comida misma. Por razones sobre las cuales solo es posible especular ahora, la Sociedad siguió estas concepciones erróneas aún mucho tiempo después de que se llegó a saber que eran incorrectas. Esto se nota por la siguiente cita que apareció en La Atalaya del 15 de marzo de 1.962, pág. 175#18:
«Al ejecutar transfusión no es otra cosa sino nutrir por camino más corto que el usual --es decir, colocar en las venas sangre que está toda hecha en vez de ingerir alimento que solo se convierte en sangre después de varios cambios.»
Esta misma manera de argumentar, la utilizaban también a la hora de justificar su negativa a aceptar los trasplantes de órganos. En La Atalaya del 15 de abril de 1968, pág. 254 razonaban:
«Cuando hay un órgano enfermo o defectuoso, la manera acostumbrada de restaurar la salud es ingerir alimentos nutritivos. El cuerpo usa el alimento ingerido para reparar o sanar el órgano, gradualmente reemplazando las células. Cuando los científicos concluyen que este proceso normal ya no surte efecto y sugieren que se remueva el órgano y se reemplace directamente con un órgano de otro humano, esto simplemente es un atajo. Los que se someten a tales operaciones están viviendo así de la carne de otro humano. Eso es caníbal. »
La Sociedad estaba simplemente sacando del baúl de los recuerdos a Jean Babtiste Denys, quien había estado muerto por casi tres siglos, como prueba de su anticientífico punto de vista. El hecho de que la Sociedad usara este tipo de argumentación para «convencer» de sus posturas demostraba falta de entendimiento de la Biología básica.
Cualquier médico en la actualidad, percibe el error, y sonríe ante la incultura médica demostrada por quien redactaba tales argumentos. Todos saben que la sangre es un tejido vivo que cumple con una serie de funciones específicas en su cuerpo. Una de estas funciones es la de servir como vehículo que transporta la comida y que es llevado a los tejidos, de manera análoga a como la mano es el vehículo mediante el cual se lleva la comida a la boca. Una transfusión de sangre no es el comer, sino el transplante de un tejido vivo, es en esencia un transplante de órgano. Una transfusión de sangre no nutre el cuerpo, no está diseñada para nutrir el cuerpo, y no se administra porque el paciente necesite nutrición; este en un punto que la Sociedad se ha visto forzada a aceptar sigilosamente.
Con respecto al trasplante, la torcida manera de exponer la naturaleza de dicho trasplante de órganos rayaba la locura. Unos años después, (vea La Atalaya del 15 de septiembre de 1980, pág. 31) silenciosamente enmendaron la plana.
SU ACTUAL CONCEPCIÓN
Las actuales posturas de la dirección de los testigos de Jehová han desembocado, no en una creencia consensuada y vigorosamente activa, sino en una división de opiniones, a las que únicamente están combatiendo con una manipulación de la información que se hace llegar a los adeptos, y con unas normas coercitivas, que impiden cualquier exceso en la posibilidad de expresión del adepto, o en su manera de aplicar la Biblia en su vida o en la de sus hijos.
Esto es debido a que, aunque la organización en un principio, declaró una prohibición absoluta de la sangre de cualquier manera o forma, ya fuese completa o fraccionada, posteriormente y de manera sigilosa ha ido modificando su postura, matizando detalles, añadiendo nuevos preceptos, y por lo tanto, entrando cada vez más y más en aspectos técnicos del tema. (1)
Al entrar en dichos aspectos técnicos, ha vuelto a cometer errores de bulto, perceptibles a muchos miembros, incluso miembros que ejercen como profesión la medicina, que han descubierto diferentes inconsecuencias, y han decidido abandonar el grupo. (2)
Y es que los testigos de Jehová consideran que la sangre está compuesta, como vimos antes, de cuatro componentes principales: 1) glóbulos rojos, 2) glóbulos blancos, 3) plaquetas y 4) plasma (suero sanguíneo) que es la parte líquida. Ellos prohíben la sangre total y estos cuatro componentes para ellos básicos.
Esta división la realizaron por primera vez en La Atalaya del 1 de noviembre de 1978 y ahora la ratifican en La Atalaya del 15 de junio de 2000.
Nunca han contestado, por ejemplo:
¿Cuándo le ha concedido Dios la autoridad a hombre alguno para que haga tal división? ¿Sobre qué base cierto porcentaje del total o lo que sea deciden ellos cuál es el punto divisor en el porcentaje separando "mayor" de "menor"? ¿O lo hacen sobre la base de la importancia vital de la función que cada componente tiene? Y si es así, ¿cómo evalúan y determinan la importancia relativa de tal función?
Tampoco han dicho con claridad:
Que la sangre contiene más albúmina que células blancas, o que plaquetas, las cuales deben rechazar; (una ironía oculta, de la que la mayoría de los testigos de Jehová no están al tanto, es que la albúmina (uno de los componentes permitidos) constituye el 2,2% del volumen sanguíneo, mientras que las células blancas y las plaquetas (componentes prohibidos) constituyen el 1% y el 0,17% respectivamente.)
Que el trasplante de órganos (que ahora aceptan) y el amamantar a un bebé (que siempre han recomendado vehementemente) está repleta de células blancas.
Que aceptan todos los componentes del plasma, excepto estos mezclados con agua, es decir, que aunque los Testigos pueden escoger aceptar varias inmunoglobulinas, factores coagulantes y así sucesivamente, no les está permitido aceptar todos estos componentes al mismo tiempo, que es lo que constituye el plasma: nada diferente a los componentes menores permitidos junto con agua. (nueva ironía oculta, pues el plasma está compuesto en un 93 por ciento simplemente de agua.)
Que por mucho que una persona se esmere, al matar a un animal que luego va a ser utilizado como alimento y derramar la sangre sobre la tierra, siempre quedará de un 25 a un 50 por ciento del total en su interior, por lo que toda persona que come carne, también come una porción de sangre.
La Sociedad Watch Tower falla también al explicar por qué es permisible que se donen vastas cantidades de sangre, se almacenen y procesen para producir las “fracciones menores” que se les permite a los testigos de Jehová aceptar. Sin embargo enseña a los testigos de Jehová que la sangre no debe ser utilizada con propósito alguno, prohíbe las donaciones de sangre y les asigna el mismo castigo que opera al recibir sangre.
UN RECORRIDO HISTÓRICO
El caso es que estas cuestiones comenzaron a plantearse en la década de los setenta, en donde cometieron el primer desliz perceptible para muchos de sus miembros, cuando dieron permiso para el uso de cierta fracción de sangre a los hemofílicos, no porque con dicho permiso algunos pensaran que se estaban violando normas bíblicas o leyes divinas, sino por que observaban que la interpretación de una norma en la que las personas se jugaban la vida, estaba depositada en manos de personas imperfectas que podían provocar con su interpretación, daño innecesario.
Efectivamente, hasta ese momento se mostraron inflexibles con respecto al uso de la sangre, e incluso se atrevieron a legislar detalles que afectaban el trabajo, los negocios, la comida e incluso los animales domésticos.
En 1961 habían establecido la pena de la expulsión para aquellas personas que aceptaran una transfusión de sangre. En ese año publicaron un catecismo particular en forma de folleto de 64 páginas intitulado La sangre, la medicina y la ley de Dios en donde ponían de relieve su creencia al respecto. (3)
En 1964 plantearon la cuestión de si era correcto aceptar que a un animal doméstico o de compañía se le administrara una transfusión de sangre, o se le permitiera comer alimentos que contuvieran sangre. (Vea la curiosa manera de razonar en La Atalaya del 15 de julio de 1964, pág. 447).
Allí puntualizaron que «la sangre no se debe usar como alimento y, cuando se extrae del cuerpo, debe ser derramada sobre la tierra». Mas adelanten matizaron: «la sangre no debería servir para algún propósito útil».
Todo esto desencadenaba en un entendimiento de prohibir el uso de la «sangre completa», aunque cometían el error contradictorio de dejar a la conciencia de la persona el aceptar la inoculación con un suero que contuviera ‘fragmentos’ de sangre, lo que implicaba que no toda la sangre que se extraía del cuerpo, era «derramada sobre la tierra», sino que era utilizada con un «propósito útil», como era el inocular o vacunar a alguien. Las palabras eran objeto de interpretación desde su mismo principio, una interpretación interesada.
Es más, en La Atalaya del 15 de mayo de 1965, pág. 295 revelaban con claridad diamantina quién estaba detrás de todo al decir: «La Sociedad no aprueba ninguno de los usos médicos modernos de la sangre en conexión con inoculaciones... por eso dejamos a la conciencia del individuo».
Observe el lenguaje utilizado. Mientras ahora quieren dar a entender que la creencia de los Testigos es colectiva y consensuada, en ese tiempo, dejaban muy claro que era la «Sociedad» la que determinaba qué creer y qué no, cómo actuar y cómo no. La preponderancia que recibe la Sociedad en ese tiempo, como el factor determinante en aprobar o permitir esto y aquello era evidente.
En 1983 amplían un poco más su radio de acción determinando si sería incorrecto el que un cristiano, bajo tratamiento médico, permitiera que le aplicaran sanguijuelas para extraerle sangre. Allí matizan:
«El permitir que se saque sangre para uso médico y el deshacerse de ella no estaría en contra de la Palabra de Dios. Pero el hacerlo mediante el uso de sanguijuelas sí estaría en conflicto con lo que dice la Biblia».
Observe nuevamente los comentarios iniciales. Antes habían declarado que «la sangre . . . cuando se extrae del cuerpo, debe ser derramada sobre la tierra», incluso «no debería servir para algún propósito útil». Seguro que percibieron la contradicción de esto, al permitir, en ese mismo tiempo, la inoculación con fracciones de sangre no derramada, y que por tanto, era almacenada. Ahora modifican el lenguaje oficial, pues mantenerlo significaría que un testigo de Jehová debería negarse a un simple análisis de sangre, práctica que se venía aceptando como lógica y normal, y puntualizan que se puede «sacar para uso médico» y después, deshacerse de ella.
En 1975 vino una dolorosa transición en los esquemas doctrinales del grupo, pues en ese año, se determinó por el Cuerpo Gobernante, que algunas fracciones de la sangre podían ser utilizadas como parte de algún tratamiento médico, que la decisión de utilizarlas o no, pasaban a «zona gris», (expresión utilizada para denominar a algo que se puede hacer sin que la organización utilice medidas disciplinarias por ello).
Aunque desde 1965 se había venido hablando de los sueros e inoculaciones en los que se utilizaban pequeñas fracciones de sangre, cuando un hemofílico escribía a la Sociedad preguntando por el uso del Factor VIII, los encargados de la correspondencia siempre respondían igual: «el aceptar tal parte de la sangre una sola vez podía verse como no objetable, como si fuera una ‘medicación.’ Pero el hacerlo más de una vez constituiría un ‘alimentarse’ con esta parte de la sangre y por tanto se consideraría una violación del mandato de las Escrituras contra el comer sangre». (Crisis de Conciencia, pág. 120)
Al ser la hemofilia un defecto hereditario, precisa de un tratamiento continuo y las cortas miras de los dirigentes, les llevaba a pensar que no había ningún mal en aceptar por una sola vez dicho tratamiento, como si fuera parte de una vacuna o inoculación, pero que se cometía pecado si se realizaba un tratamiento continuo.
Según nos relata Franz, en la sesión del 11 de junio de 1975 del Cuerpo Gobernante, se hizo oficial tal postura, aunque se tardó tres años para que la misma se hiciera pública. En La Atalaya del 1 de noviembre de 1978, de forma ambigua y oscura, se dijo:
«Sin embargo, ¿qué hay de aceptar inyecciones de sueros para combatir la enfermedad, como las que se emplean para la difteria, el tétano, la hepatitis de virus, la rabia, la hemofilia y la incompatibilidad de Rh? Parece que esto cae dentro de una ‘zona gris.’ Algunos cristianos creen que el aceptar con tal propósito una pequeña cantidad de una sustancia derivada de la sangre no sería una manifestación de falta de respeto a la ley de Dios; su conciencia permitiría tal cosa.»
Y aunque en tal revista no existía una admisión expresa de un cambio con las posturas anteriores, el caso es que ya no hablan de sueros o vacunas que se aplican una sola vez, sino de enfermedades que requieren un tratamiento continuo. De esta manera tácita, permitían el tratamiento continuo de un enfermo que precisara una pequeña cantidad de una sustancia derivada de la sangre, como era el caso de los hemofílicos.
Ni que decir tiene, que muchos testigos de Jehová habían muerto por esta causa, por negarse a un tratamiento continuo, y siguieron muriendo desde 1975 hasta 1978, que se enteraron oficialmente del cambio de entendimiento, y todo, porque el entendimiento de unos pocos se imponía sobre unos muchos.
LOCURAS DICHAS EN NOMBRE DE LA RELIGIÓN
El devenir de la sinrazón trae como consecuencia la acumulación de una serie de barbaridades, dichas en nombre o con el respaldo de una religión, que desvían la atención de sus buenas intenciones, a factores de cordura de sus dirigentes.
La historia de los testigos de Jehová se caracteriza por eso. Las buenas cualidades infundidas en sus miembros por sus directores, se evaporan en cuanto uno indaga el proceso interno de captación, de adoctrinamiento, y los propios de implantación de doctrinas, expectativas, excusas por los errores cometidos, y política de extremo rechazo contra el expulsado o disidente, que manifiestan temor ante el conocimiento público de sus ideas.
Estas se acrecientan más cuando se observa de cerca la presentación que efectúan de una enseñanza irracional, el tipo de argumentación utilizada para convencer a sus adeptos, el lenguaje, incluso las imágenes subliminales que acompañan a los artículos en cuestión.
Y es que cuando la conclusión de un asunto es contraria a la razón, las premisas utilizadas, suelen sostenerse sobre argumentos ridículos, muy artificiales, e incluso contrarios a la ciencia revelada.
El problemas es que los testigos de Jehová no han aprendido de los errores de otros grupos religiosos, y han dejado en manos de individuos con aparente carisma, decisiones que afectaban y afectan la vida de miles de personas: su entorno familiar, su trabajo, su grupo de amigos, su salud, . . .
Esto les ha llevado a acumular una serie de normas y dichos, que cuestionan seriamente sus alegaciones de ser la «organización de Dios», los siervos escogidos por Dios en este tiempo y sus objetivos meramente religiosos.
Entre algunos de estos dichos y enseñanzas, destacan:
Una transfusión de sangre es igual que ‘comer’.
Esta manera de razonar está muy extendida entre los Testigos. En la mayoría de ellos existe un verdadero asco a la sangre, debido a las continuas apelaciones que en las «publicaciones Watch Tower» se han hecho a confundir una transfusión con una comilona de sangre.
La Atalaya del 15 de noviembre de 1966, pág. 688 es bien descriptiva:
«¿Es usted una persona a quien le repugna desobedecer la ley de Dios? Entonces el tomar sangre es tan despreciable para usted como el canibalismo. ¡Piense en comer la carne de otra criatura humana! ¡Es horrible! ¿Es el beber sangre humana algo diferente? ¿El hacer que no pase por la boca al ponerla directamente en las venas lo cambia? ¡De ninguna manera!»
Observe que primero enlazan «tomar sangre» con el «canibalismo», y después asemejan el «beberla» con el «ponerla directamente en las venas».
Aunque la idea de «comer» carne humana, y «beber» sangre, no es muy ajena al cristianismo, (4) con esta manera de presentar los asuntos se quería en ese tiempo hacer ver que si para un ser humano es repugnante beber sangre cruda y comer carne humana, de igual modo debe resultar repugnante el transfundirla por las venas, o el trasplantar algún órgano a nuestro cuerpo.
De esta manera, confundían intencionadamente dos acciones totalmente diferentes: «comer» sangre cruda que puede resultar repugnante para muchos, al tener que introducir esta por la boca hasta su sistema digestivo, con «transfundir» sangre, tal como si alguien quisiera confundir el trasplantar un órgano, a ser un caníbal e introducirlo este por la boca, como ellos mismos confundieron durante doce años.
Para ellos era fácil dejarse llevar por la simpleza de razonar: “Un paciente en el hospital puede ser alimentado a través de la boca, de la nariz o a través de las venas. Cuando se administran soluciones de azúcar de manera intravenosa, se denomina este procedimiento como alimentación intravenosa. Así que la propia terminología de los hospitales reconoce como un proceso alimenticio el que se administre nutrición en el sistema de uno vía las venas, y que el paciente la reciba, es de hecho, que está comiendo a través de las venas”. (Vea en el libro La Atalaya del 1 de julio de 1951, pág. 415 en inglés).
Después era fácil llevarles a la conclusión de si los médicos administraban sangre por las venas, era para «alimentar» al paciente.
El caso es que estaban conscientes del rechazo a su manera de razonar, pues en La Atalaya del 1 de junio de 1968, pág. 336, hicieron una consideración de las alegaciones médicas sobre su punto de vista torcido, y lo trataron de razonar, con otra serie de razonamientos torcidos.
Estos son:
«No obstante, justificando más su proceder, ¿qué alegan los médicos? Esto, que la transfusión no es alimentar con sangre a un paciente y por lo tanto no es una violación de la ley de Dios. Pero en realidad este razonamiento es anticientífico. Por la mismísima razón de que la materia transfundida no se toma directamente por la boca para que pase por los procesos normales de digestión, el método de transfusión llega a ser la manera más rápida y directa de alimentar el cuerpo con lo que está prohibido por la ley de Dios declarada a Noé y reafirmada por el Concilio Cristiano de Jerusalén».
¿Cómo hacer comprender a quien no quiere que la persona que necesita una transfusión de sangre, no necesita «alimentarse», al igual que una persona famélica no soluciona su desnutrición con una transfusión de sangre?
¿Que lo que necesita es un vehículo que transporte alimento previamente digerido por el estómago y oxígeno, ¡hasta los últimos rincones de su cuerpo! para no morir?
Pero ellos insisten:
«Argumentando más a favor de la transfusión, se alega que lo que se transfunde es meramente un vehículo para transportar alimento directamente al cuerpo humano, y que el cuerpo no se alimenta del vehículo mismo. Por lo tanto hacemos la pregunta: Después que la sangre vehicular transfundida ha liberado su oxígeno y elementos alimenticios a los tejidos del cuerpo del paciente, ¿se saca esta sangre vehicular del cuerpo del paciente y se transfunde de regreso en el cuerpo del donante de la sangre? . . . De modo que la materia vehicular transfundida se deja en el cuerpo del paciente. ¿Entonces qué? Bueno, al transcurrir los años durante los cuales el cuerpo humano se renueva hasta ser un cuerpo nuevo, esta sangre vehicular es usada o consumida por el cuerpo del paciente, lo mismo que en cualquier otro trasplante de órganos. ¿De qué manera entonces difiere este resultado esencialmente de alimentarse de la sangre transfundida? Los resultados son los mismos: el cuerpo del paciente si se sostiene por lo transfundido. »
Curiosamente esta manera de razonar, es totalmente diferente a la utilizada en La Atalaya del 1 de septiembre de 1980, pág. 31 cuando decidieron dejar “a la conciencia” el asunto de los trasplantes.
Allí, aceptan la manera de razonar diferente:
«Hoy, otros cristianos sinceros pudieran opinar que la Biblia no descarta definitivamente los trasplantes médicos de órganos humanos. Quizás razonen que en algunos casos no se espera que el material humano llegue a ser parte permanente del cuerpo del que lo recibe. Se dice que aproximadamente cada siete años las células del cuerpo son reemplazadas, y esto sería cierto de cualquier parte humana del cuerpo que se trasplantara. También se pudiera alegar que hay una diferencia entre los trasplantes de órganos y el canibalismo, puesto que no se ha matado al “donante” para suplir alimento. En algunos casos, personas que han comprendido que su muerte se acerca hasta han donado partes de su cuerpo para que se les use en trasplantes. Por supuesto, si el trasplante requiriera recibir la sangre de otra persona, eso sería innegablemente contrario al mandato de Dios.»
No se dan cuenta, y si se dan, eluden el asunto, que si esta manera de razonar es válida para el trasplante de un órgano del cuerpo, (y lo fue en 1980 para permitir los trasplantes), también debe ser válida para la transfusión de sangre; que la transfusión de sangre no deja de ser un trasplante de un órgano fluido de dicho cuerpo, y por tanto, cuando uno lo transfunde o lo dona, no lo hace porque esté falto de alimentación, sino porque precisa un órgano que desempeñe una función vital tal como la desempeña un riñón o un corazón. Si aceptan esto, deben aceptar lo otro.
De todas maneras, las formas de argumentar la sinrazón de una prohibición «hacen aguas» en muchos frentes, y solo un grupo sometido a un amplio control mental y a una indoctrinación continua, puede carecer de los elementos suficientes para percibirlo.
La famosa ilustración de inyectar alcohol en las venas.
La Watch Tower hasta la fecha ha utilizado la siguiente analogía:
Algunas personas quizás razonen que el recibir una transfusión de sangre no es en realidad “comer.” Pero, ¿no es cierto que cuando un paciente no puede tomar alimento por la boca el médico frecuentemente recomienda que se le alimente por el mismo método que se usa para dar una transfusión de sangre? La Biblia nos dice que nos ‘abstengamos de sangre.’ (Hechos 15:20, 29) ¿Qué significa esto? Si un médico hubiera de decirle a usted que se abstuviera de alcohol, ¿significaría eso sencillamente que usted no debería tomarlo por la boca, pero que pudiera transfundirlo directamente en las venas? ¡Por supuesto que no! Por eso, también, ‘abstenerse de sangre’ significa no introducirla en su cuerpo de ninguna manera. (5)
Tal como sabe cualquier profesional médico, este argumento es falso:
1º) Por que el alcohol ingerido oralmente es absorbido como alcohol, y circula como tal en la sangre, mientras que la sangre ingerida oralmente es digerida y no entra en la circulación como sangre.
2º) La sangre introducida directamente en las venas circula y funciona como sangre, no como nutrición. De hecho, la transfusión de sangre es una forma de transplante de un órgano celular.
Y tal como se mencionó anteriormente, los transplantes de órganos son ahora permitidos por la Watch Tower. Estas inconsistencias son notables para los médicos y otras personas racionales, pero no para los testigos de Jehová debido a su política estricta contra analizar los argumentos críticos. Ellos continúan viendo la analogía ilógica de la Watch Tower como “la verdad”.
Permitir una transfusión a un menor es hacerle perder la vida eterna.
Pocos testigos de Jehová se han preguntado alguna vez a quién castiga Dios, en el caso de que un padre permita una transfusión de sangre de su hijo menor. ¿Quién viola la norma bíblica, si al padre por permitir tal transfusión, o si al hijo que ha sido el receptor de la misma?
Esto requiere una seria meditación, pues si el padre es el que viola la ley de Dios, y por tanto, a quien Dios va a pedir cuentas y castigar, estoy seguro que muchos padres no tendrían ningún inconveniente en ser castigados por Dios, con tal que sus hijos sobrevivieran. Estaría dentro de lo que la Biblia denomina ‘prueba de amor’, e incluso se podría utilizar como un atenuante en la «maldad» cometida.
Por otro lado, si es el hijo el que sufre las consecuencias divinas de una decisión que ha tomado su padre, se estarían violando diversos principios legales, incluso bíblicos, pues la Biblia es muy clara al decir: «Padres no deben ser muertos a causa de hijos, ni hijos deben ser muertos a causa de padres. Cada cual debe ser muerto por su propio pecado.» (Deu 24:16) Este principio es reconocido en todas las leyes humanas actuales.
Tristemente, aunque nunca han elaborado una doctrina sobre el tema por lo delicado del asunto, ellos han desviado la atención sobre las consecuencias que resultan en el propio menor, y en varias ocasiones han dado a entrever que permitir una transfusión a un jovencito, lleva a la violación por parte del menor de la ley de Dios y a la pérdida de la vida eterna.
Esto es lo que hicieron en La Atalaya del 15 de noviembre de 1966, pág. 688 en donde dijeron:
«La mente no familiarizada pudiera decir: “Bueno, eso sería salvar una vida.” Pero, ¿lo es realmente, cuando recurrimos a modo de pensar sereno y al principio? Mediante obediencia plena y completa, nuestras almas y las de nuestros hijos se conservan para vida eterna. Se sobreentiende que amamos a nuestros hijos, y el amor verdadero obra hacia sus mejores intereses. ¡Ciertamente uno jamás pondría en peligro la esperanza de vida eterna del propio hijo de uno transigiendo con principios mundanos o por sentimentalismo!»
También en La Atalaya del 1 de junio de 1968, pág. 340 razonaron de forma parecida al decir:
«Los padres cristianos están obligados a enseñar esta ley y ponerla en vigor en lo que concierne a
sus hijos menores, porque por la ley de Dios los padres son los guardianes espirituales y religiosos además de cuidadores
paternales domésticos de sus hijos menores de edad. Los testigos de Jehová hoy día reconocen ese hecho y siguen la regla
divina de conducta. Se esfuerzan por evitar que sus hijos violen la ley de Dios a Noé y también el decreto del
Concilio de Jerusalén.»
Los redactores de La Atalaya, conscientes de haberse enfrentado a razonamientos de muchos padres que,
no les importaría ser castigados por Dios con tal de salvar a sus hijos, utilizan esta aberración, que muestra la
simpleza que utilizan a la hora de tocar temas religiosos delicados. ¡Atención, padres testigos de Jehová, si ustedes
deciden aceptar una transfusión para su hijo de tres o cuatro años, ustedes están poniendo en peligro la esperanza de
vida eterna de su hijo! ¡Ellos están violando la ley de Dios, no ustedes! ¡Qué aberrante razonamiento!
Por otro lado, si permitir una transfusión en un hijo menor puede suponer la pérdida de la vida para
el padre, la cosa se complica más, pues, ¿cómo Dios puede ser tan injusto, para probar la lealtad de un hombre a costa
de la vida de otra persona, en este caso un menor de edad?
¿Y cómo un padre puede preferir la muerte de otra persona, en este caso su propio hijo, para sobrevivir él mismo?
Todavía, si fuera para
dar vida a otros, podríamos considerarlo como un acto de altruismo, pero si mi hijo tiene que morir para que yo sobreviva,
es un acto ruin y egoísta, contrario a principios relacionados con la justicia y el amor que Cristo predicó.
¿En dónde pues está la maldad? ¿En dónde la contradicción? ¿En la 'norma bíblica' de prohibir el uso
de la sangre como alimento que fue dada al pueblo de Israel, ó en la de creer que esa norma está en vigor en la actualidad
y es aplicable especialmente a las transfusiones de sangre? ¿En la de hacer creer a un padre que el derecho de decidir que
tiene un padre para con sus hijos, envuelve el arriesgar ó sacrificar la vida de su hijo inocente, si con esto salva la
suya propia? ¿Hacer creer que es mucho más importante ante los ojos de Dios el cumplir con un precepto dietético, que
aplicar una terapia de riesgo, cierto, pero que puede salvar la vida de nuestro hijo? ¿En hacer creer que el cumplir con
sacrificios es mejor que practicar misericordia? (Saque sus propias conclusiones leyendo Mat. 9:11-13; Deu. 14:21;
1Sam. 14:31-35).
Aunque los testigos de Jehová suelen recurrir al ejemplo de Abrahán e Isaac, para mostrar cómo un padre
puede estar dispuesto a sacrificar la vida de un hijo por obedecer sus normas, olvidan que:
- Dios no da ordenes directas en la actualidad para que sacrifiquemos a nuestros hijos,
- Dios no ‘prueba’ en este tiempo el amor y la lealtad de los padres, a costa de sacrificar a sus hijos,
- Dios no ha hablado directamente con la dirección de los testigos de Jehová, para decirles que la prohibición de
«comer» sangre o «abstenerse» de sangre, tiene que ver con la terapia médica de transfundir sangre,
- En una transfusión de sangre, no se produce la muerte del donante, es decir, no se desrrama sangre de forma violenta
produciendo la muerte de quien la dona, sino que se produce un acto de altruismo
- En una transfusión de sangre, no se «come» ni se sostiene la vida por un proceso alimenticio, que era lo que
originalmente prohibía la ley dada al pueblo de Israel.
En resumen, la ‘prohibición’ de la sangre en transfusión, es una ‘interpretación’ de unos textos bíblicos
que la dirección de los Testigos ha establecido como ley de obligado cumplimiento, desde 1961 en adelante, al igual que es
una ‘interpretación’ los posteriores cambios que han realizado sobre permisos para aceptar fracciones de sangre,
transfusiones autólogas, extensión del sistema circulatorio, hemodilución inducida, o recuperación de la sangre pérdida
en una operación, etc, y permitir la muerte de un hijo menor de edad por
algún tipo de creencia personal, no es señal de lealtad u obediencia a nadie, sino el fruto de una «una ofuscación del
raciocinio y la pérdida del pleno dominio de la voluntad», lo que les lleva a «un estado pasional caracterizado por el
disturbio psicológico derivado del aludido orden de valores», tal como dijo un Tribunal español.
LA ATALAYA DE 15/06/2000
¿Qué hay de los posicionamientos actuales?
De una simple lectura de La Atalaya del 15 de junio de 2000, pudiera parecer que los dirigentes de los testigos de Jehová no evolucionan en su pensar, y que con la respuesta que dan ahora, se estancan en su postura intransigente. Evidentemente, la información que existe por Internet está llegando a los miembros de a pié, y sería absurdo por parte de ellos, el negar cosas obvias que se están utilizando en los medios de comunicación para desenmascarar sus argumentos, como por ejemplo: la composición de la sangre, lo que implica la aceptación de ciertas ‘fracciones’, incluso el traspaso natural de madre a hijo de componentes sanguíneos o la existencia de algunos de ellos, en otros lugares del cuerpo que ellos aceptan como trasplante.
A pesar de esto, suelen ser muy elocuentes y pragmáticos en las respuestas que dan, meditando mucho las palabras utilizadas, para que un cambio en los conceptos debatidos no lo parezca, sino todo lo contrario.
Y es que con este tipo de respuestas consiguen dos cosas:
1. Dar una apariencia ante la opinión pública de su erudición, sus conocimientos y sus posturas tolerantes.
2. Dar la apariencia ante el colectivo, que ellos son los guardianes de la fe y del bienestar de sus miembros, que no hay más tela que la que se ve, y que las cosas están ‘atadas y bien atadas’ en torno a este tema.
¿Qué ocurrirá cuando perciban con claridad que la transfusión de sangre es igual al trasplante de órgano? ¿Qué ocurrirá cuando comprendan que con una transfusión de sangre no se ‘come’ sangre? ¿Qué ocurrirá cuando algunos testigos de Jehová se nieguen a obedecer la orden de dejar morir a un menor y denuncie a la Sociedad Watch Tower si esta le presiona o incluso le expulsa por haber permitido una transfusión para sus hijos?
No sabemos. Algunos intuyen que se está en la antesala de una «despenalización» de las transfusiones de sangre, es decir, de una vuelta a la política anterior a la de 1961, en la que se condenada la práctica de las transfusiones de sangre, pero no actuaban judicialmente contra el «infractor». Esta medida no sería extraña, pues ya lo hicieron en su día con la utilización de armas de fuego en el trabajo: las condenan, pero no expulsan o cierran el paso a que una persona que por motivos de trabajo tenga que llevar un arma de fuego encima, pueda bautizarse y ser un miembro reconocido de la congregación.
Y la salida más diplomática y «suave» que pueden efectuar, para levantar el mínimo de polvareda, es la de despenalizar la aceptación de las transfusiones, y después dar a entender, que la negativa de dichas transfusiones fue una decisión personal e individual tomada por la persona con absoluta libertad, que nunca fue una decisión impuesta por el colectivo. ¡Incluso se dirá que las decisiones de expulsar a un infractor de tal norma, fueron tomadas individualmente por cada cuerpo de ancianos!
El paso del tiempo es una espada de Damocles en este tipo de colectivos. Corre en contra de ellos ante el irrefrenable avance de los medios de comunicación. ¡No se pueden aislar a millones de personas de la cultura religiosa, de la información contrastada, de la libertad de expresión! Los testigos de Jehová lo han hecho, y tienen que responder por ello, 1º) ante sus propios simpatizantes que creyeron a pie juntillas sus premisas y las siguieron, y 2º) ante la sociedad en general, en donde las presentaron como ‘leyes’ divinas, que se conformaban a la razón, a la ciencia, y a la medicina inteligente.
¡La práctica de una forma de adoración en este nuevo siglo que se avecina debe ser libre, solidaria con nuestro prójimo, y ajena a ‘iluminados cuerpos gobernantes’, que determinan lo que hacer y lo que no hacer, lo que creer y lo que no creer, y que incluso se subrogan en el derecho de determinar unas medidas represivas contra el «infractor»!
A pesar de la decisión que puedan tomar en un futuro la alta jerarquía de los testigos de Jehová sobre este tema, a los grupos sectarios hay que seguir combatiéndolos, pero combatirlos desde el respeto a sus miembros, con la información, porque tal como dijo Orson Pratt
«La naturaleza del mensaje [de los testigos de Jehová] es tal que, si es cierto, nadie puede ser salvo si lo rechaza; si es falso, nadie puede ser salvo y aceptarlo... Si después de una firme indagación resultara ser un fraude, debiera anunciarse esto ante el mundo; las advertencias y los argumentos que permitieran detectar debieran ser presentados de manera clara y lógica, para que los que han sido engañados en su sinceridad puedan percibir la naturaleza del engaño y denunciarlo... y que los que contribuyen a difundir el engaño sean puestos al descubierto y silenciados, no por la fuerza física ni por la persecución, ni por simples afirmaciones ni por el ridículo, sino por argumentos fuertes y poderosos, por evidencias de la Biblia y la razón».
(1)
Véase la pregunta que consideran en la Atalaya supra citada, que es una copia de la realizada en La Atalaya de 1 de junio de 1990, pág. 30-31 (hace justo 10 años), en La Atalaya de 1 de marzo de 1975, pág. 159-160, y en temas relacionados en los números del 1 de noviembre de 1978, y del 1 de octubre de 1994, sección “Preguntas de los lectores”.
(2)
Véase la experiencia de un doctor español en ¡Despertad! de 22 de enero de 1985, que defendió la postura de los testigos en diferentes medios de comunicación, incluso ante la Reina de España, y que en la actualidad no quiere saber nada de los testigo de Jehová. También la experiencia de Ernesto Cencerrado, en http://www.gbasesores.com/biografias/ernesto.html que ha ejercido como ATS en el Servicio de Medicina Interna del Hospital de Badalona.
(3)
Este folleto quedó obsoleto y fue sustituido en 1977 por otro intitulado Los testigos de Jehová y la cuestión de la sangre y después en 1990, por otro intitulado ¿Cómo puede salvarle la vida la sangre?
(4)
Cristo utilizó esa metáfora para describir la acción de sus seguidores al poner fe en él. Ellos con esa acción tenían que «comer» de su cuerpo y «beber» de su sangre, y en la celebración de la Cena del Señor lo ilustraban gráficamente. (Juan 6:53-56; Lucas 22:19)
(5)
Argumento recogido del libro Vivir para siempre, pág. 216, párr. 25.
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