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¡PELIGRO, ASTEROIDES!
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EL BILLAR CÓSMICO. Así son los asteroides que amenazan la Tierra.
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Desde
su formación, la Tierra ejecuta una danza ritual estelar
en su viaje alrededor del Sol, que la lleva, cada cierto tiempo,
a encontrarse con una colosal roca errante.
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Esta
vez ha sido una roca de casi dos kilómetros de diámetro
la que ha hecho que más de un astrónomo se quedara
sin aliento y la que, en definitiva, ha mantenido a medio mundo
en vilo pegado a la pantalla del televisor. El primer aviso lo había
dado el observatorio Linear del Instituto Tecnológico de
Massachusetts, en Nuevo México, el pasado 5 de julio. Fue
entonces cuando oímos hablar por primera vez de 2002 NT7,
un colosal asteroide cuya órbita alrededor del Sol parecía
llevarle inexorablemente a encontrarse con nuestro planeta. El 24
de julio, el doctor Benny Peiser, de la Universidad John Moores,
en Inglaterra, daba la voz de alarma. Todo apuntaba a que el excéntrico
recorrido de la roca se inclinaba poco a poco hacia la Tierra y
que el 1 de febrero de 2019, el asteroide, calificado como el
objeto más amenazador descubierto en el cielo hasta la fecha,
se estrellaría a más de 100.000 kilómetros
por hora contra la superficie terrestre causando una catástrofe
ecológica inimaginable a escala planetaria, provocando daños
irreparables en la economía y eliminando, de paso, a la cuarta
parte de la población.
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EN EL
PUNTO DE MIRA
Así vería un hipotético observador la
aproximación de un cometa a la Tierra cuatro horas
antes del impacto fatal. El cráter lunar IAU 308, de
80 km de diámetro, prueba que nuestro satélite
también ha sido atacado por rocas espaciales.
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Afortunadamente,
la NASA alejó el fantasma del apocalipsis una semana más
tarde. Observaciones más precisas descartaron toda posibilidad
de impacto en 2019. Eso sí, una sombra de inquietud aún
se cierne sobre el NT7: es pronto para saberlo con certeza, pero
el choque podría tener lugar otro 1 de febrero, esta vez
en el año 2060.
Y es que, las mismas estimaciones estadísticas que nos dicen
que sólo hay una posibilidad entre 25.000 de que uno de estos
objetos celestes acabe con cualquiera de nosotros, también
nos indican que las carambolas cósmicas suceden y que alguna
de ellas ha sido tan brutal que explica por sí misma las
grandes extinciones de la vida.
Estas colisiones
son, además, un fenómeno más frecuente de lo
que se podría imaginar. Los rostros craterizados de la Luna
y de Marte son la prueba irrefutable de que todos los planetas y
satélites del Sistema Solar han estado sometidos a un intenso
bombardeo desde su formación. Así, según señala
la revista Science, un equipo de geólogos de la Universidad
de Stanford precisó en agosto que el impacto meteórico
terrestre más antiguo del que se tiene noticia tuvo lugar
hace 3.470 millones de años, apenas 1.000 millones de años
después de que se constituyera nuestro planeta.
Hasta cierto punto, podemos sentirnos afortunados. En nuestro caso,
la atmósfera repele o desintegra buena parte de los agresores
espaciales más pequeños, ya sean asteroides, cometas
o partes escindidas de ellos, dejando en su lugar inofensivos espectáculos
visuales en forma de estrellas fugaces.
Objetos en ruta de colisión
A mayor escala, hay dos tipos de proyectiles que inquietan a los
expertos. Uno son los cometas de periodo corto, esto es, aquellos
que tienen una órbita estable que los acerca al Sol cada
10, 20 u 80 años, como el Halley, que con un periodo de 75
años es el más famoso de este tipo. Otro son los asteroides,
cuyo nombre significa similar a las estrellas, ya que
su aspecto al telescopio puede ser parecido al de éstas.
En realidad, se trata de fragmentos de mundos que no llegaron a
formarse y que en su mayor parte están situados entre las
órbitas de Marte y Júpiter, en el denominado Cinturón
Principal.
Hoy, los astrónomos saben que hay millones de asteroides
y, de hecho, desde que el clérigo italiano Giuseppe Piazzi,
encargado del Observatorio de Palermo, descubriera la noche de fin
de año de 1800 el primero de ellos y el más grande
de todos, Ceres, con 1.000 km de diámetro, los científicos
han determinado el movimiento exacto de más de 13.000.
Los asteroides son restos de un Sistema Solar primitivo, y como
tales, su composición fascina a los investigadores, pero
es su deambular lo que más directamente nos afecta. Así,
el rumbo de un grupo de rocas conocido como Atenea-Apolo-Amor las
ha acercado a menos de 195 millones de kilómetros de nosotros
1,3 unidades astronómicas, lo que convierte a
algunas en un peligro en potencia. Si bien las Amor no siempre alcanzan
nuestro recorrido, pero sí el de Marte, y las Atenea suelen
estar más cerca del Sol que de nosotros, las Apolo cortan
decididamente la órbita terrestre.
Cazadores
de asteroides
El
clérigo Giuseppe Piazzi descubrió el primer
asteroide en la nochevieja de 1800. Mientras trabajaba
en la compilación de un nuevo catálogo
estelar halló un punto luminoso en la constelación
de Tauro que antes no existía. Era Ceres, el
mayor de los asteroides. En 1802, Olbers descubrió
Pallas, el segundo, y Harding encontró el tercero,
Juno, en 1804. A partir de finales de siglo XIX y principios
del XX, cuando se empezó a usar en este campo
la fotografía, creció el número
de descubrimientos de forma exponencial. A principios
del año 2000 ya había más de 13.000
catalogados cuyo movimiento nos es conocido. Hoy, la
lista de mayores cazadores de asteroides la encabeza
Eleanor Helin, que desde el observatorio de Monte Palomar
ha hallado al menos 17, entre ellos el primero del tipo
Atenea. Le sigue el astrónomo Rob McNaught, de
la Universidad Nacional de Australia, con unos 14. Pero
quizá los más conocidos sean Carolyn y
Eugene Shoemaker. Este último, fallecido en 1997,
es el primer ser humano cuyos restos descansan en la
Luna.
En julio de 1994, el cometa Shoemaker-Levy 9, descubierto
por Eugene y Carolyn Shoemaker arriba,
y David Levy, cayó hecho enormes pedazos
sobre Júpiter. Las imágenes captadas
por el telescopio espacial Hubble revelaron que
en algunas de las colosales áreas de impacto
a su derecha podría entrar la
Tierra entera. |
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Los 1.000 más peligrosos
¿Pero cuántos objetos celestes de estas características
se aproximan a nuestro planeta? Los expertos, que emplean el término
genérico NEO (Near Earth Object u Objeto Cercano a la Tierra)
para referirse a todos los cuerpos celestes que nos rondan, estiman
que hay aproximadamente unos 1.000 asteroides mayores de un kilómetro
que pasan o pasarán cerca de nosotros y hasta un millón
de rocas de más de 50 metros capaces de penetrar a través
de la atmósfera y causar daños de cierta magnitud.
Además, se vigila el movimiento de 449 a los que la Unión
Astronómica Internacional considera especialmente peligrosos,
si bien se cree que ninguno de ellos impactará contra nosotros
en las próximas décadas.
Demasiado
cerca
La
distancia a la que pasa un asteroide o cometa de la
Tierra se mide en unidades astronómicas o UA
(*). Si se aproxima mucho, se usa el intervalo que nos
separa de la Luna. Así, el cuerpo 2001 YBS pasó
en enero a 0,003 UA, esto es, una vez y media la distancia
entre la Tierra y nuestro satélite.
Errores
de cálculo
Cuando
se supo que la roca 1997XF11 iba a pasar a 50.000km
en 2028, cundió el pánico. El riesgo de
colisión era alto. En realidad, lo hará
a 954.000 km. Las falsas alarmas están a la orden
del día.
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Saber la hora del impacto
A pesar de los esfuerzos del programa Spaceguard Survey, iniciado
por la NASA en 1998 con el objetivo de detectar el 90 por 100 de
los NEO mayores de un kilómetro que acosan a la Tierra, lo
cierto es que faltan medios, y al ritmo de investigación
actual aún se tardarán unos 20 años en detectarlos.
Así las cosas, y aunque la probabilidad de que nuestro planeta
sea golpeado por un NEO de 300 metros de diámetro durante
el próximo siglo apenas es de un 1 por 100, en palabras de
David Morrison, del Centro de Investigación Ames de la NASA
con menos de la mitad de los mayores NEO aún por descubrir,
no nos es posible predecir con total certeza cuándo se producirá
un futuro impacto. De hecho, en muchos casos, el primer indicio
de un choque de estas características sería un enorme
resplandor y un perceptible temblor de tierra.
Por el contrario, si detectamos un NEO en ruta de colisión,
lo más probable es que dispongamos de bastantes décadas
para prepararnos. Según los astrónomos, el esfuerzo
merece la pena, y mucho, porque si bien una roca de unos pocos kilómetros
de diámetro, capaz de afectar a la Tierra en su totalidad,
sólo nos roza cada varios millones de años, cada 200.000
años aproximadamente se desploma un pedazo de cielo cuyo
impacto borraría literalmente del mapa la vida sobre un continente,
si es que no destruye en el proceso la misma masa continental. Quizá
en el término de una vida humana este hecho apenas sea relevante,
pero a escala geológica, la amenaza de los asteroides es
un asunto de la mayor importancia.
Y es que quizá Albert Einstein tenía razón
y a Dios no le gusta jugar a los dados con el Universo, pero, desde
luego, de vez en cuando, a nuestro misterioso demiurgo le encanta
sacar el taco de la gravedad y echar una partidita de billar cósmico.
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IMPACTO. Podría arrasar continentes, provocar un invierno nuclear y 1.500 millones de víctimas.
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Más
de un millar de superbombas cósmicas amenazan a la Tierra.
Cada una de ellas podría traer por sí sola el Día
del juicio a todo el planeta.
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CATÁSTROFE
GLOBAL
En los meses siguientes a la gran colisión, la temperatura
aumentaría enormemente. La mitad de los bosques arderían.
La nube de polvo lanzada a la atmósfera impediría
pasar la luz solar, provocando un cambio climático que
destruiría los ecosistemas. |
Desde
hace millones de años, las aguas del lago Jackson, al sur
de Yellowstone, reflejan inmutables la serenidad de las montañas
del Parque Nacional Grand Teton. Por eso, difícilmente podrán
olvidar los sucesos de la tarde del 10 de Agosto de 1972 los turistas
que se encontraban en este agreste paraje norteamericano. Aproximadamente
a las 20.30 horas, a plena luz del día, una enorme bola de
fuego surgió por el horizonte y cruzó a una formidable
velocidad el espacio aéreo de Montana y la región
canadiense de Alberta. Durante más de 20 segundos, los observadores
contemplaron el fenómeno mientras especulaban, alarmados,
con la posibilidad de que se tratara de un misil soviético.
De hecho, el objeto ya había sido detectado y seguido cuidadosamente
por los sensores de un satélite de las Fuerzas Aéreas
de EE UU.
La realidad,
sin embargo, resultó ser incluso más preocupante que
un posible ataque con proyectiles balísticos. Un artículo
publicado en la revista Nature en Febrero de 1974 reveló
que el misterioso cuerpo, de entre 4 y 6 metros de diámetro
y una masa de 1.000 toneladas, volaba a 60 kilómetros de
altura y a más de 12.800 metros por segundo. Se trataba,
por supuesto, de algún tipo de meteorito, pero si el ángulo
de incidencia hubiera sido apenas algo mayor, nada habría
impedido que impactase en algún lugar de Canadá con
una potencia similar a la de dos bombas atómicas.
Bomba atómica celestial
Tras reestudiar los datos, algunos científicos indicaron
que el supuesto asteroide posiblemente podría haber medido
más de 30 metros. De haber colisionado contra la Tierra,
una roca así habría causado una explosión semejante
a la que arrasó en 1908 más de 200 kilómetros
cuadrados de bosque en la región siberiana de Tunguska.
Y es que nuestro planeta, situado en el punto de mira de millones
de cometas y asteroides, a veces no sale indemne de estos encuentros.
Las primeras crónicas sobre impactos de grandes meteoritos
se remontan a la antigua China. Concretamente, el hallazgo en este
país de una roca errante de 5.000 años de antigüedad
muy cerca del mausoleo del mítico Emperador Amarillo, primer
regente chino, podría explicar la muerte del mandatario que,
según la leyenda, fue llevado al Paraíso a lomos de
un dragón. Más reveladora parece una historia local
que recuerda que por entonces, la región fue devastada
por nueve dragones que causaron un gran cataclismo. También
en este país, un fenómeno descrito como un enjambre
de piedras que caían encendidas del cielo acabó
con la vida de 10.000 personas en la provincia de Shanxi, en 1490.
Lo cierto es que algunos de estos objetos son realmente grandes,
como el meteorito Hoba West, de 60 toneladas, hallado en una granja
del suroeste de África. Sin embargo, los más preocupantes
son aquellos cuyas dimensiones oscilan entre las varias decenas
de metros y el centenar. Al menos uno de estos proyectiles, capaces
de destruir una ciudad, nos visita cada siglo.
¿Pero que ocurre cuando el cometa o asteroide que nos ronda
es aún mayor? Según los astrónomos, es extremadamente
raro que un cuerpo de más de 200 metros, suficientemente
grande como para causar un desastre a gran escala, impacte contra
nuestro planeta. De hecho, una colisión con un asteroide
así sólo se produce una vez cada 100.000 años.
En el caso de un cometa de ese tamaño, el suceso es aún
más infrecuente: tiene lugar una vez cada 500.000 años.
Hoy, los científicos disponen de suficientes pruebas para
creer que una de estas rocas mayores causó la extinción
de los dinosaurios. Un asteroide de unos 10 km de diámetro
se encontró con la Tierra hace 65 millones de años
en Chicxulub, cerca de las costas de Yucatán, en México,
dejando un cráter submarino de 1.100 metros de profundidad
y 180 kilómetros de diámetro. Los billones de toneladas
de polvo y gas lanzados a la atmósfera habrían bloqueado
la radiación solar al menos durante 6 meses, interrumpiendo
la fotosíntesis y provocando un brusco descenso de las temperaturas
que daría paso a una era glacial. A la muerte de las plantas
le habría seguido, sin duda, la de gran parte de la fauna.
La
amenaza que viene del cielo
CUANDO
EL TAMAÑO SÍ IMPORTA.
La probabilidad de que un asteroide impacte contra la
Tierra, así comola gravedad
de las consecuencias de la colisión, depende
del diámetro de la roca. Los científicos
estiman que rondan la Tierra mil de estos objetos mayores
de 1 kilómetro, esto es,
los que pueden causar un desastre global.
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Origen de la Gran Extinción
El profesor Luann Becker, de la Universidad de Seattle, hizo público
en 2001 en la revista Science una teoría que acudía
a las mismas causas para explicar la Gran Extinción, acaecida
hace 250 millones de años. Según este investigador,
la clave de la desaparición repentina del 90 por 100 de las
especies fue el impacto de un cuerpo celeste. Hoy sabemos que por
entonces se produjo una gran colisión meteórica en
Canadá.
Las simulaciones por ordenador nos ayudan a comprender qué
ocurriría si hoy se diera un caso semejante. En 1997, David
Crawford, de los Laboratorios Sandia, en California, utilizó
una supercomputadora para recrear el choque contra el océano
de un cometa de 1.000 millones de toneladas, mucho más pequeño
que el famoso Hale Bopp. Los resultados son sobrecogedores: la explosión
sería al menos 10 veces más potente que la de las
más de 24.000 cabezas nucleares que existen en la actualidad.
Un enorme maremoto barrería todas las zonas costeras provocando
miles de millones de muertes y el agua de los mares, al evaporarse,
oscurecería el cielo durante meses o años.
Las
heridas de la tierra
Situación
sobre la superficie terrestre de algunos de los cráteres
de impacto más importantes.
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LA
EROSIÓN ES UNA CREMA CONTRA EL ACNÉ DEL
PLANETA.Según el Laboratorio Planetario de la Universidad
de Arizona, en la Tierra debería haber 3 millones
de cráteres de más de 1 km de diámetro,
pero la erosión y la actividad tectónica
han borrado la mayoría de ellos. El Barringer Cráter
(EE UU) arriba, de 4 km, es uno de los 160
que perduran. |
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Quizá
el caso real más estudiado sea el de Tunguska. Los habitantes
de esta región siberiana pudieron escuchar el 30 de junio
de 1908 una enorme explosión causada por una roca de unos
30 a 100 metros de diámetro que se desintegró a 6
kilómetros de altura. El estallido no dejó cráter
de impacto, pero la onda expansiva, similar a la de 300 bombas atómicas
como la de Hiroshima de unos 20 kilotones calcinó
todos los árboles en más de 30 kilómetros a
la redonda.
Las colisiones
de este tipo son tan brutales que, según el geofísico
estadounidense Jon Erickson, cuando un gran asteroide choca
con la Tierra, ésta queda vibrando como una campana gigante.
El golpe, además, induce terremotos, erupciones volcánicas
e incluso cambios en el eje de rotación y en el campo magnético
terrestre.
Y es que ni siquiera el mar es un escudo eficaz contra un proyectil
semejante. Un equipo de analistas de las fuerzas aéreas de
EE UU precisó que la colisión de un objeto de 200
metros de diámetro en el Atlántico formaría
una cadena de olas de más de 200 metros de altura que barrería
cada dos minutos las costas de Europa y América.
Protección atmosférica
Los asteroides también pueden estar detrás del 50
por 100 de las inversiones del campo magnético terrestre.
Algo así pudo suceder hace 15 millones de años, cuando
uno de ellos impactó en lo que hoy es el sur de Alemania
dejando un cráter de 24 kilómetros de diámetro.
Suena poco halagüeño, pero en la Tierra podemos considerarnos
afortunados. Al menos contamos con una atmósfera que nos
protege. En la Luna, un fragmento de sólo cuatro kilos impacta
a 260.000 kilómetros por hora y provoca un cráter
de 30 metros. No en vano, ya en las crónicas de Gervasio
de Canterbury se explica cómo el 18 de junio de 1178 cinco
testigos vieron una llameante antorcha y el cuerno superior de la
luna nueva partiéndose en dos. ¿Se trataba del impacto
que, como fue propuesto en 1976, formó el cráter Giordano
Bruno, de 22 kilómetros de diámetro? Recientes estudios
sugieren que no es probable, pues tal colisión habría
generado en la Tierra una gigantesca tormenta de meteoros.
Lo cierto es que nada podemos hacer por nuestro desvalido satélite,
pero, al menos, hoy, los impactos de los objetos cercanos a la Tierra
son el único desastre natural del que podemos llegar a defendernos
por nuestros propios medios.
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UN ESCUDO PLANETARIO. Misiles, rayos láser y satélites para salvar la tierra.
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Por primera
vez en la historia de la Tierra, podemos impedir el catastrófico
impacto de una gran roca estelar, una misión que se convertiría
en la más importante que abordara conjuntamente la humanidad.
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LA
FUERZA BRUTA NO SIEMPRE SIRVE
El investigador Erik Asphaug, de la Universidad de California,
en Santa Cruz, ha calculado que atacar directamente un asteroide
de más de 1,5 km de diámetro con proyectiles sólo
eliminaría el 10 por 100 de su masa. El resto caería
a la Tierra junto con una buena dosis de radiactividad. |
El
mundo tenía buenos motivos para contener el aliento en 1967.
El mismo año que la guerra rugía en Oriente Medio
y en Vietnam, todo apuntaba a que el asteroide Ícaro, uno
de los miembros del grupo Atenea-Apolo-Amor, de más de 1
kilómetro de diámetro, se inclinaba peligrosamente
hacia la Tierra. El impacto, de unos 500.000 megatones, habría
sido tan calamitoso que cualquier conflicto armado habría
dejado de preocupar a los seres humanos. Afortunadamente, nuestro
planeta esquivó a Ícaro con un regate espacial de
6,4 millones de kilómetros, pero la roca se convirtió
en la piedra angular de un proyecto que iniciaría la estrategia
de defensa planetaria que aún hoy estudian astrónomos
y militares.
Aquel año, el profesor del Instituto Tecnológico de
Massachusetts (MIT) Paul Sandorff preguntó a sus estudiantes
qué medidas habrían de tomarse si se hubiera confirmado
una colisión inminente. Sandorff les propuso un reto: Tienen
15 meses. ¿Cómo detendrían a Ícaro?
En el MIT se concibió un plan que pasaba por el uso de seis
cohetes Saturno 5 armados con una carga explosiva de 100 megatones
y equipados con una antena de radar que seguiría el movimiento
del asteroide. Sin embargo, por entonces apenas se concebía
el uso de una potencia de fuego semejante y poco se sabía
de las consecuencias de usar armas nucleares en el espacio.
El plan del MIT preveía que el ataque tendría un 90
por 100 de éxito, pero hoy sabemos que, en ocasiones, la
destrucción termonuclear de un asteroide no es una opción
válida. De hecho, los restos de un NEO (objeto cercano a
la Tierra) de gran tamaño no sólo podrían ser
tan dañinos como la roca original, sino que a la catástrofe
se añadiría el riesgo de contaminación radiactiva.
UN TEMA DE PELÍCULA
En el filme Deep Impact, un equipo de astronautas intenta desviar
un cometa que se acerca a la Tierra situando explosivos en su
superficie. Sin embargo, la roca se escinde y un gran fragmento
cae en el mar. |
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Hay
que tener muy mala suerte
Un
estudio de la revista New Scientist reveló que la probabilidad
de fallecer por el impacto de un asteroide es mínima.
Los científicos estimaron que cada 500.000 años se da
una colisión fatal que acabaría con una de cada 4 personas.
En una vida de 75 años, el riesgo es de 1 entre 25.000.
Éstas son algunas de las causas de muerte violenta más
probables en Occidente:
Accidente de circulación:
1 entre 100.
Asesinato: 1 entre 300.
Incendio: 1 entre 800.
Electrocución: 1 entre
5.000.
Accidente de aviación:
1 entre 20.000.
Impacto de asteroide:
1 entre 25.000.
Inundación: 1 entre 30.000.
Tornado: 1 entre 50.000.
Picadura venenosa: 1 entre
100.000.
Accidente con fuegos artificiales: 1 entre 1
millón.
Envenenamiento alimenticio severo:
1 entre 3 millones.
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No hay donde esconderse
Quizá la opción más evidente sea la evacuación
de la población de la zona de impacto, pero el gran número
de personas y medios a movilizar convierten la tarea en una empresa
formidable. Además, los astrónomos advierten que de
poco valdría ocultarse si el asteroide o cometa fuera demasiado
grande. En tal caso, el choque afectaría a todo el planeta,
por lo que habría que poner en marcha otros planes.
Uno de los más estudiados implica cambiar la trayectoria
del objeto, aunque para conseguirlo tendríamos que detectarlo
con mucha antelación. La desviación se lograría
provocando a lo largo de su órbita sucesivas explosiones
de gran intensidad o quizá fijando en la superficie de la
roca un dispositivo capaz de hacerlo cambiar de rumbo, como un conjunto
de velas solares.
En teoría, estos ingenios podrían recoger el flujo
de partículas que emana del sol, una pequeña pero
significativa energía que poco a poco alteraría la
ruta del asteroide.
Una propuesta aún más peculiar concibe la utilización
de una nave spray que pintara toda su superficie. De este modo,
cambiaría el reflejo de la luz y el ligero empuje provocado
por la radiación solar acabaría desviándolo.
El plan es correcto, pero su eficacia resulta más que dudosa.
Sencillamente se tardaría demasiado en variar el rumbo del
asteroide o cometa asesino.
Así las cosas, no son pocos los científicos que siguen
pensando en usar proyectiles, incluso contra objetos de apenas 10
metros. En nuestro país, la empresa Deimos Space lidera el
proyecto Don Quijote, una iniciativa que pretende estudiar las posibilidades
de desviar un cuerpo celeste usando un proyectil. En la actualidad,
sus expertos diseñan el Hidalgo, un bloque de 400 kilos con
el que se pretende cambiar el rumbo de un asteroide, y el observatorio
Sancho, cuya misión será no perderse detalle de la
operación.
La NASA también está comprometida en una tarea parecida.
Su misión Deep Impact tiene previsto enviar una carga de
350 kilos contra el asteroide Tempel 1 y analizar los resultados.
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Seis
estrategias con posibilidades de éxito
Astrónomos y militares de todo el mundo desarrollan
decenas de planes más o menos realistas para
impedir que un NEO choque con la Tierra. Sabemos que
cuando es demasiado grande, un ataque con explosivos
nucleares no garantiza su destrucción. Sin
embargo, podríamos desviarlo. ¿Pero
cómo?
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Acelerador
espacial
Una
vez confirmado que la órbita del NEO lo lleva
directamente contra la Tierra, se enviaría
o se instalaría en él un cohete. Éste
alteraría su recorrido antes de que entrara
en ruta de colisión. La principal dificultad
del plan es lograr situar con éxito el cohete. |
Empujón
nuclear
Hoy
por hoy, ésta es la estrategia de defensa
con más posibilidades de éxito con
la que contamos. Uno o varios misiles equipados
con ojivas nucleares explotarían en las cercanías
del asteroide o cometa. La energía liberada
modificaría así su rumbo sin destruirlo. |
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Canicas
a escala cósmica
Se
trata de empujar mediante cohetes un pequeño
asteroide, de menos de 100 metros de diámetro,
en dirección a la roca que amenaza la Tierra.
En teoría, nuestro proyectil alcanzaría
una gran velocidad y tras impactar sacaría
al NEO asesino de su trayectoria. |
La
fuerza de la luz
Parte
del programa Clementina 2 del Departamento de Defensa
de EE UU prevé usar un rayo láser
de alta intensidad para interceptar un asteroide
o variar poco a poco su rumbo. Sin embargo, obtener
la energía capaz de producir un haz así
aún es un reto. |
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Supertaladradoras
Con
suficiente antelación antes del impacto,
podría construirse en la superficie del asteroide
o cometa un gran taladro que extrajera material
y lo arrojara al espacio, alterando así la
masa y rumbo del NEO. El problema es proporcionar
la energía necesaria al ingenio. |
Un
barco de velas solares
De
los seis escenarios, este quizá sea el menos
realista, aunque su base teórica es correcta.
Unas velas especiales de 1.000 km de envergadura
recogerían el haz de partículas que
despide el Sol. Con el tiempo, el empuje, aunque
pequeño, acabaría desviando la roca. |
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Minería de asteroides
Y es que en el MIT no estaban muy desencaminados. Según David
Morrison, del Centro de Investigación AMES de la NASA, con
un plazo superior a una década, hoy podríamos desviar
un objeto de hasta 500 metros con algún tipo de explosivo.
Eso sí, si la alarma llegara sólo unos años
antes del impacto, necesitaríamos otra estrategia.
Además de la destrucción o el desvío, algunas
hipótesis especulan con la posibilidad de capturar el asteroide
en la órbita terrestre para explotar sus minerales. La idea,
aunque audaz, aún está fuera del alcance de nuestras
posibilidades técnicas.
Lo cierto es que cualquier acción de este tipo conllevaría
una coordinación internacional hasta ahora inédita
y unos gastos enormes.
Un informe del Departamento de Defensa de EE UU estima que, si detectáramos
con 20 años de antelación un asteroide peligroso y
decidiéramos interceptarlo, el coste de la misión
sería abrumador. Sólo la correcta detección
del objeto y calcular su trayectoria supondría invertir 14
millones de euros anuales. Cada año habría que emplear
otros 23 millones en el envío de sondas de exploración
y 75 millones más en misiones de encuentro con la roca espacial.
Además, un sistema limitado de destrucción superaría
los 1.000 millones de euros anuales durante casi un lustro.
Fuera cual fuera la opción elegida, el primer paso sería
determinar la composición de la roca y si se trata o no de
una masa homogénea.
Así, ya existen varios programas encaminados al estudio de
asteroides y cometas. El Spaceguard Survey, iniciado por la NASA
en 1998, pretende localizar el 90 por 100 de los objetos cercanos
a la Tierra mayores de 1 kilómetro. Además, el proyecto
NEO de esta agencia recibe cada año 3 millones de dólares
para calcular sus órbitas. Su última aportación
es el Sentry, un sistema automatizado que actualiza el rumbo, las
aproximaciones y las probabilidades de impacto de los NEO.
En Europa, la Spaceguard Foundation realiza estudios sobre el deterioro
ambiental que produciría la colisión de uno de estos
cuerpos.
Próximas pasadas cercanas
de algunos grandes asteroides
Aunque
previsiblemente no se producirá ningún
impacto grave en el siglo XXI, los astrónomos
revisan constantemente el cielo buscando nuevos asteroides
o cometas cercanos a la Tierra y recalculando el rumbo
de los conocidos. (*) Una unidad astronómica
(UA) equivale a 149,5 millones de kilómetros.
Por debajo de 0,05, el objeto puede constituir una amenaza.
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CON UN OJO SIEMPRE PUESTO EN EL CIELO
Los telescopios del observatorio Kitt Peak, en Arizona (EE UU),
son uno de los principales instrumentos de seguimiento de objetos
cercanos a la Tierra. |
Investigación
in situ
La exploración es otro de los puntos fuertes en una estrategia
de defensa global. La sonda NEAR, construida por el laboratorio
de física aplicada de la Universidad Johns Hopkins, descubrió
en 1997 que el gran asteroide 253 Mathilde tenía numerosos
cráteres de impacto, uno de ellos de casi 10 kilómetros.
Su misión principal era, sin embargo, estudiar el asteroide
433 Eros, del tamaño de la isla de Manhatan. En 1998 y en
1999 pudo aproximarse a él, convirtiéndose en la primera
nave en orbitar un asteroide.
Por su parte, la misión Stardust pretende aproximarse lo
bastante al cometa Wild 2 como para tomar una muestra y volver a
la Tierra en 2006, y la misión Muses C, encabezada por Japón,
intentará llevar una sonda hasta el asteroide Nereus y liberar
en su superficie un robot.
Uno de los grupos
más activos es el Spacewatch, fundado en 1980 y dependiente
del Laboratorio lunar y planetario de la Universidad de Arizona.
Hoy, los telescopios de esta institución, situados en Kitt
Peak (EE UU), son los que con más éxito siguen la
evolución de los NEO.
Sin embargo, no todo son logros. La sonda Contour, lanzada en julio
para estudiar tres cometas, fue localizada parcialmente destruida
un mes después.
Aunque la investigación es hoy la mejor herramienta con la
que contamos, no estamos indefensos. Así lo creen los oficiales
del Departamento de Astronáutica de las Fuerzas Aéreas
de EE UU: disponemos de la tecnología para predecir
una catástrofe causada por asteroides o cometas. Otras especies
se han extinguido porque no pudieron protegerse a sí mismas.
Nosotros no vamos ser los siguientes.
PARA SABER
MÁS
En Internet
www.iau.org
Sitio principal en la red de la Unión Astronómica
Internacional.
http://impact.arc.nasa.gov
Página web de la NASA donde se analizan los riesgos de un
impacto.
http://spacewatch.lpl.arizona.edu
Sitio del proyecto Spacewatch de la Universidad de Arizona.
http://neat.jpl.nasa.gov
Página de la NASA donde se sigue la evolución de los
NEO.
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