Nostradamus - El hombre que sabía demasiado
Rafael Sánchez Sesa
Universidad Complutense de Madrid
En el 2003 se cumplen quinientos años del nacimiento de Nostradamus, un personaje tan célebre como controvertido. Fue un destacado médico, un gran astrólogo y, sobre todo, el profeta por antonomasia. Sus seguidores creen sus predicciones ciegamente, mientras que sus detractores lo acusan de farsante y oportunista. ¿Qué hay de verdad y de engaño en sus vaticinios?
Michel de Nostre-Dame, más conocido como Nostradamus (latinización de su apellido), nació el 14 de diciembre de 1503 en Saint-Rémy (Provenza, Francia) en el seno de una familia con cierto peso en la región. De hecho, su hermano Juan llegó a ser procurador del tribunal de Aix-en-Provence y escribió unas exitosas Vies des plus célèbres et anciens poètes provençaux (Lyon, 1575). De origen judío -su bisabuelo, Abraham Salomón, se había convertido al cristianismo para poder ejercer la medicina-, fue iniciado en el estudio de las lenguas clásicas y las matemáticas por sus abuelos Jean de Saint-Rémy y Pierre de Nostre-Dame, médicos del rey de Nápoles Renato de Anjou y de su hijo, el duque de Calabria.
Un médico aventajado
Aparentemente, su condición de hijo natural -había nacido de la relación extramatrimonial entre Jacques de Nostre-Dame y su madre, de nombre Renata- no supuso un obstáculo insalvable para su formación ni para el desarrollo de su posterior actividad. Así, sus antecedentes familiares lo llevaron a estudiar medicina en la universidad de Montpellier, probablemente la más prestigiosa de la Europa de entonces en el campo médico. A sus aulas acudían aquellos que, como su contemporáneo el escritor François Rabelais, querían hacer una fácil y lucrativa carrera. Sin embargo, la irrupción de la peste en el mediodía francés lo obligó a abandonar sus estudios entre 1525 y 1529 y a ejercer como médico en las localidades de Narbona, Toulouse y Burdeos a pesar de no estar aún titulado. De naturaleza inquieta y curiosa, simultaneó su trabajo con la exploración de otros campos relacionados con la ciencia hipocrática, como la herboristería, la cosmética o la alimentación. Una vez licenciado, fue requerido por el prestigioso médico y humanista Julio César Escalígero para trabajar como su asistente en Agen. Allí se casaría con Adrienne de Loubejac, con la que tuvo dos hijos.
Hundido por la pérdida de su familia en el transcurso de una nueva pestilencia, Nostradamus desapareció de la escena pública y se dedicó a viajar, hasta que en 1544 se estableció definitivamente en Salon, donde contrajo nuevamente matrimonio con la joven y acaudalada viuda Anne de Ponsard, con quien tuvo ocho hijos. Su desahogada posición le permitió dedicarse a redactar varios tratados de medicina, como Traité des fardements (Lyon, 1552), Le remèdie très utile contre la peste et toutes fièvres pestilentielles (París, 1561) o Traité des singulières recettes pour entretenir la santé du corps. Les confitures. Opuscule de plusieurs exquises recettes (Lyon, 1572).
El talismán de los sueños
Entre 1545 y 1547 un nuevo brote de peste bubónica lo obligó a reincorporarse a la vida profesional. Reclamado por las autoridades de Aix y Lyon, descubrió un remedio contra la enfermedad que, pese a sus buenos resultados, fue despreciado por el resto de sus colegas. Desilusionado una vez más, decidió abandonar la medicina y dedicarse a su gran afición, la astrología, disciplina que por aquel entonces gozaba de muy buena salud. De hecho, la Edad Moderna no había terminado con la confusión medieval entre astrología y astronomía, dos ciencias que en el siglo XVI ya eran consideradas complementarias y respetadas por igual incluso en los círculos universitarios. Este fue, precisamente, el momento elegido por Nostradamus para dar a conocer su obra Centurias (Lyon, 1555). Dicho título respondía a su estructura interna, una serie de cuartetas, o estrofas de cuatro versos, agrupadas por centenas a las que corresponden otras tantas profecías. La obra completa consta de un prefacio dedicado a su hijo César, que es el texto clave para descifrar los distintos vaticinios, y diez centurias. Su conjunto, traducido a varias lenguas, conoció otros nombres como El almanaque o El talismán de los sueños y visiones nocturnas, título de la primera edición en castellano (1877). Tras la desaparición de Nostradamus, siguieron publicándose bajo su nombre nuevas estrofas, las apócrifas Centurias XI y XII, por iniciativa de su hijo Miguel. Este, autor de Traité d´astrologie (París, 1563), falleció en 1574 durante la guerra entre católicos y hugonotes. Al parecer había predicho que la villa de Pouzin sería devorada por un incendio que él mismo trató de provocar: al ser sorprendido in fraganti, fue ejecutado. Mejor suerte corrió el ya citado César, poeta y pintor de cierto prestigio, a quien el rey de Francia Luis XIII (1610-1643) nombraría gentilhombre de su cámara tras la publicación de su Histoire et chronique de la Provence (Lyon, 1614).
La voz de Dios. A raíz del cumplimiento de alguno de sus augurios, a mediados del siglo XVI su fama se había extendido por todas las cortes europeas. Muchos de sus contemporáneos comenzaron a considerarlo la voz de Dios, lo que a su vez le permitió convertirse en vidente de buena parte de la aristocracia francesa. Los cronistas de la época lo describieron como un hombre no muy alto pero de complexión fuerte, ojos claros y mirada inteligente, algo propenso a las depresiones y muy cumplidor con el culto católico, probablemente para alejar las sospechas de la Iglesia que terminó por condenar sus profecías en 1781. Con el mismo fin, solía recalcar que sus vaticinios surgían solo cuando el divino resplandor se sentaba a su lado y gracias a la inspiración de la divina esencia.
El astrólogo favorito de la reina
Gracias a su popularidad, tras dedicar en 1558 la edición completa de sus Centurias al rey Enrique II (1547-1559), entró al servicio de la esposa de este, Catalina de Médicis, quien le encargó la confección de los horóscopos de sus hijos. La reina lo colmó de distinciones y, así, en 1560 se convirtió en médico personal de su segundo hijo, Carlos IX (1560-1574). Además, en su casa de la Rue de la Poissonnière, recibió las visitas de Manuel de Saboya, de la princesa Margarita y del mismísimo Carlos, quien no dudó en consultarlo sobre la vida política del reino. De esta manera se convirtió en un personaje con cierta influencia sobre la difícil corte de los Valois.
La tradición cuenta que el día antes de su muerte, ocurrida en Salon el 2 de julio de 1566, Nostradamus habría comunicado a sus allegados que a la salida del sol ya no estaría vivo. No obstante, esa misma tradición suele obviar que por aquel entonces el astrólogo se encontraba gravemente enfermo.
El lenguaje de Centurias es simbólico y enigmático, y su estilo, sumamente críptico. De hecho, combina el francés con el castellano, el provenzal o el hebreo. El propio Nostradamus justificó su oscuridad en su dedicatoria al rey al afirmar que “para conservar el secreto de estos acontecimientos, conviene emplear frases y palabras enigmáticas en sí mismas, aunque cada una responda a un significado concreto”. Esta idea se repite en el prefacio, en el que declara: “Según el principio del Salvador que dice: ‘No deis a los perros lo que es santo, ni echéis las perlas a los cerdos por temor a que las pisoteen y que, revolviéndose contra vosotros, os despedacen’, me he valido de un lenguaje oscuro y complicado, ininteligible para el pueblo”. Por todo ello, el astrólogo concluye: “Quien lea estos versos procure ponderarlos con madurez; el vulgo ignorante y profano no se acerque a ellos; los astrólogos necios y los bárbaros quédense lejos. Quien de otra manera se conduzca sea castigado”.
¿Profeta o charlatán?
Al carecer prácticamente de referencias cronológicas, su texto ha dado lugar a todo tipo de interpretaciones, algunas de ellas absurdas incluso desde un punto de vista estrictamente astrológico, así como a una gran controversia a lo largo de la historia. Valga como ejemplo la polémica en torno a su presunta profecía sobre la Revolución Francesa o el interés mostrado por el político alemán Heinrich Himmler en encontrar en sus augurios algún dato sobre el destino de la Alemania nazi. Incluso hoy en día, el astrólogo francés continúa siendo un referente para aquellos que, desde los medios más diversos (publicaciones esotéricas, consultorios telefónicos, páginas web...), vaticinan acontecimientos que están por llegar.
Entre las profecías que le dieron fama y alimentaron su mito en vida cabe citar, sobre todo, la de la “Centuria I, 35” (“El joven león sobrepasará al viejo / en campo de batalla por duelo singular. / En jaula de oro los ojos le sacará. / Dos clases una después morir con muerte cruel”), profecía en la que se anuncia la muerte de su benefactor Enrique II. Efectivamente, el 29 de junio de 1559, durante los festejos de la boda entre Felipe II e Isabel de Valois, el rey participó en un torneo en el que, tras salir victorioso de un primer combate, fue herido mortalmente por un joven conde, quien atravesó con su lanza la celada (pieza de la armadura que cubría la cabeza) y el ojo del monarca. Este moriría algunos días más tarde, después de sufrir una horrible agonía. La supuesta maestría del astrólogo asombró tanto al poeta Pierre de Ronsard, que este no dudó en afirmar en uno de sus versos que “como un oráculo de los años incontables / ha predicho la mayor parte de nuestro destino”.
Con el transcurrir del tiempo, sus adeptos le han atribuido diversas predicciones. Una de ellas es el nacimiento de Napoleón, en la “Centuria I, 60”: “Un emperador nacerá cerca de Italia, / que al imperio costará muy caro, / dirán con qué gentes se alía, / y se lo encontrará menos príncipe que carnicero”. el ascenso de Hitler al poder estaría anunciado en la “Centuria III, 35”: “De lo más profundo del Occidente de Europa / un niño nacerá de pobres gentes, / que con su hablar seducirá a la muchedumbre, / su fama crecerá más en el reino de Oriente”. La “Centuria IX, 16” haría referencia al estallido de la Guerra Civil Española: “Del castillo franco saldrá la asamblea, / el embajador no grato hará cisma: / los de la ribera estarán en la refriega, / y al gran abismo les negarán la entrada”). incluso el desarrollo de la guerra de los Seis Días estaría presente en la “Centuria III, 22”: “Seis días habrá un asalto ante la ciudad, / será librada una fuerte y áspera batalla: / tres la rendirán y a ellos perdonará, / el resto será pasado a sangre y fuego”.
Un nombre del Renacimiento
No cabe duda de que, hoy en día, la figura de Nostradamus puede resultar y resulta fascinante, siempre que la enmarquemos dentro de las coordenadas espacio-temporales en las que vivió. En el siglo XVI, las controversias religiosas y las hogueras estaban asolando Europa. Pero, al mismo tiempo, el inicio de la Edad Moderna había traído consigo nuevos aires al pensamiento científico y al conocimiento humano. Fiel reflejo de dicho fenómeno es el acontecer histórico en el reino de Francia, gobernado por la inquietante Catalina de Médicis a través de sus influenciables hijos: Francisco II (1559-1560), Carlos IX y Enrique III (1574-1589). La reina-madre se vio forzada a seguir una línea política sumamente elástica y guiada por la razón de estado hasta sus últimas consecuencias, pues estaba doblemente amenazada. Por un lado, por la nobleza, deseosa de recuperar el poder perdido, y por otro, por las disensiones entre católicos y protestantes. Así, entre 1561 y 1563, se apoyó en el partido hugonote con el fin de conseguir la alianza de Inglaterra y de los príncipes luteranos de Alemania, para más tarde dar la razón a los católicos radicales. Dicha decisión desembocaría en la llamada Noche o Matanza de San Bartolomé (1572), en la que los principales dirigentes protestantes fueron asesinados con la complicidad real. Tampoco conviene olvidar que el mito de Nostradamus creció al calor de la Casa de Valois, a cuyos miembros la propaganda extranjera atribuía síntomas de locura y todo tipo de comportamientos extraños, reflejados recientemente por la magnífica película La reina Margot, y en un momento en el que casi todos los monarcas europeos (entre ellos el muy católico Felipe II) cultivaban la astrología, la cábala o el hermetismo, doctrina esotérica basada en escritos grecorromanos. Si, por el contrario, descontextualizamos a Nostradamus, como muchos han pretendido, el personaje pierde peso y prácticamente se desvanece.
¿Buenos o malos augurios en 2003, el año Nostradamus?
Las profecías de Centurias, que supuestamente vaticinan acontecimientos futuros entre los años 1555 y 3797 de nuestra era, han dado lugar a una extensa literatura que arranca con los Commentaires sur les centuries de Nostradamus (París, 1596) de Jean-Aimé Chavigny y La concordance des prophéties de Nostradamus (París, 1693) de Balthazard Guynaud. Además, es más que probable que 2003 se convierta en el Año Nostradamus, al cumplirse los quinientos años de su nacimiento. De hecho, ya está convocado con carácter oficial un I Encuentro Internacional sobre Nostradamus y la avalancha de nuevos estudios y publicaciones sobre él parece inminente. Por eso tal vez es el mejor momento para repasar algunas de sus profecías, acertadas o incorrectas.
En su día fue muy comentado el texto de la “Centuria X, 12”, en el que supuestamente se aludía a la repentina muerte del papa Juan Pablo I en 1978: “Elegido Papa, de elegido será mofado, / súbita y repentinamente emocionado, dispuesto y tímido / por demasiado bueno dulce a morir provocado, / temor extinguido la noche de su muerte guía”.
El estallido de la Tercera Guerra Mundial y el fin del mundo, augurado para julio de 1999, se encuentra recogido en la “Centuria X, 72”, una de las pocas estrofas que dan una fecha concreta: “El año mil novecientos noventa y nueve y siete meses / del cielo arribará un gran Rey de horror: / resucitar el gran Rey de Angolmois, / antes después Marte reinar por felicidad”. En este caso el astrólogo no haría otra cosa que reinterpretar el famoso adagio bíblico de mil y no más mil, ya utilizado por aquellos que vaticinaron el final de los tiempos para el año 1000 de nuestra era.
Desilusionados por los abundantes errores en las profecías, los incondicionales de Nostradamus se han dedicado en los últimos tiempos a buscar en las Centurias alguna referencia a conflictos actuales como el de Oriente Medio. Valga como ejemplo la interpretación dada a la “Centuria III, 31”: “En los campos de Media, de Arabia y de Armenia, / dos grandes ejércitos tres veces se enfrentarán, / cerca del río Araxes la mesnada / del gran Solimán caerá en tierra”, en la que supuestamente se citan de pasada la guerra irano-iraquí (1980-1988), la guerra del Golfo (1991) y la futura victoria de la causa kurda sobre turcos e iraquíes. Sin ningún género de dudas, el método empleado recuerda mucho al utilizado por quienes durante la pasada década quisieron ver el anuncio del estallido de la guerra en los Balcanes en la “Centuria II, 32”: “Leche, sangre, ranas escurrirá en Dalmacia, / dado el conflicto, peste cerca de Balennes. / El grito será grande para toda Esclavonia, / entonces nacerá monstruo cerca y dentro de Ravena”) .
Inmediatamente después de los atentados del 11 de septiembre de 2002 en el World Trade Center empezó a circular por Internet una noticia inquietante: el ataque terrorista a Nueva York había sido profetizado por Nostradamus. Decía así: “En el primer año del siglo y nueve meses, desde el cielo llegará un gran rey del terror. El cielo arderá a 45 grados (Nueva York está en el paralelo 45) y el fuego llegará a la ciudad. En la ciudad de Dios habrá un gran trueno. Dos hermanos (¿las torres?) caerán por el caos, mientras la fortaleza (¿el Pentágono?) resistirá. El gran líder sucumbirá y la tercera gran guerra comenzará cuando la ciudad arda. (Nostradamus, 1654)”. Sin embargo, pronto se comprobó que no era más que un falso rumor. En primer lugar, es imposible que Nostradamus escribiera esto en 1654, cuando hacía 88 años que había muerto. Además, las cuatro primeras líneas del texto original formaban parte del escrito de un universitario canadiense que pretendía demostrar, para su tesis sobre Nostradamus, hasta qué punto pueden tergiversarse las declaraciones del profeta para que signifiquen lo que se quiera.
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Nostradamus pudo haber erradicado la peste
Mientras Nostradamus estudiaba cómo combatir la peste mediante la fitoterapia, los médicos contemporáneos seguían utilizando las tradicionales sangrías y calificaban su método de obra del diablo. Sin embargo, recientemente se ha comprobado de forma científica que el medicamento era efectivo. Así lo recoge Nostradamus. ¿Profeta o charlatán?, uno de los vídeos producido por Planeta D, que Clío regaló a sus lectores en marzo de 2002.
La fórmula se reprodujo en el laboratorio del Instituto Pasteur de París, de forma exacta a como lo hizo el célebre profeta.
Receta original de la píldora de Nostradamus
1. Se mezclaron los primeros cuatro ingredientes, gramo a gramo, en las mismas cantidades y tal como dejó escrito Nostradamus.
2. Se destiló la raíz de cálamo para obtener su aceite. Los científicos encontraron en antiguos libros que su fuerte aroma espanta a los insectos y, precisamente, la portadora de la peste negra es una pulga de rata.
3. Se prepararon píldoras con la masa resultante.
4. Se introdujo el supuesto medicamento en una probeta con cepas de Yersinia pestis, el agente patógeno que provoca la peste negra, conservadas en el Centro de Investigación de Enfermedades Bacteriológicas del Instituto Pasteur de París.
5. Se comprobó que los agentes patógenos se reducían considerablemente. La conclusión fue que la mezcla de aceites esenciales tiene efectos antisépticos y antibióticos y que, tal como aseguraba Nostradamus, combatía eficazmente la plaga.
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Bibliografía
• NOSTRADAMUS, M., Las profecías de Nostradamus. Versión completa y bilingüe, Edaf, 1996.
• NOSTRADAMUS, M., Tratado de las confituras, Barcanova, 1982.
• PICHON, J.C., Nostradamus, descifrado, Plaza & Janés, 1975.