Castigo de Dios

JACQUES LE GOFF

El gran medievalista francés Jacques Le Goff relee para nosotros una crónica del siglo XIII, que pone en evidencia la angustia del hombre medieval, impotente ante las fuerzas de la naturaleza y aterrado ante el fin de los tiempos.

École des Hautes Études en Sciences Sociales, París


L BENEDICTO INGLES MATEO PARIS ingresó en la abadía de San Alban`s en 1217 (probablemente a la edad de veinte años) y allí murió en 1259. Tuvo innumerables contactos con el rey de Inglaterra, Enrique III, y con otras personalidades de su época, tanto eclesiásticas como laicas y marchó, a petición del papa Inocencio IV, a reformar la abadía de San Benet Holm, en Noruega. Su obra más conocida es la Crónica Majora, continuación de la crónica universal de Ruggero di Wendover. Mateo Paris a menudo ilustró personalmente sus manuscritos con dibujos, esquemas de mapas geográficos y escudos heráldicos. Desde 1234, se empeñó en la continuación en forma analística de la crónica de Ruggero di Wendover, pero introdujo, al final de cada año, bajo la voz conclusio o annalis conclusio, algunas líneas sobre los principales acontecimientos climáticos.

Estos textos, que son del mismo tipo que las anotaciones que habitualmente se encuentran en las crónicas medievales, pertenecen a la literatura de los mirabilia meteorológicos, interpretados por los autores cristianos como signa. En este resumen climático del año, aparece clara la transformación de una serie de apuntes dispersos -mencionados en la narración por orden cronológico- en una especie de cuadro esquemático de los acontecimientos climáticos, en el que se hace evidente el esfuerzo realizado por el autor para definir "el entorno" meteorológico del año. Esta síntesis da fe de la influencia, sobre las crónicas narrativas, de los métodos expositivos impuestos por la Escolástica.

Doble vía

A veces, la conclusión incluye, junto a la síntesis meteorológica, un breve resumen de los principales acontecimientos políticos y religiosos del año y en particular, un balance necrológico. Dado el énfasis que se pone sobre la climatología en la conclusión meteorológica, se puede pensar que la idea que preside estos compendidos es la de la evocación de calamidades de diferente naturaleza.

El resumen del año asocia, por tanto, muy a menudo los sucesos de carácter climático con los de naturaleza política y esta asociación quiere significar también que la Historia se hace sobre un doble registro: el de los hombres (Estados y pueblos) y el de la Naturaleza. Ambos son regulados por la divina providencia y es la voluntad divina la que decide esta doble historia.

En los dos campos se manifiestan estructuras semejantes. La parrilla de lectura de los sucesos proporciona una valoración por contraste. En el balance de cada año, lo bueno y lo malo predominan, se equilibran y se aproximan. La rueda de la Fortuna, tanto en la historia humana, como en la de la Naturaleza, oscila de manera impredecible con tendencia hacia el infortunio, derivado de la tradición ideológica -¿benedictina?- consistente en el miedo a un dios que castiga los pecados de los hombres en las dos historias, la humana y la natural, un Dios que, más que manifestar su bondad y sus favores, desencadena calamidades y flagelos.

El velo del secreto de la Historia se levanta un poco bajo las escasas alusiones, que sin embargo son altamente reveladoras. Si el 2 de diciembre de 1236 se desencadenó una excepcional oleada de perturbaciones atmosféricas, éstas se convierten en el castigo de Dios, obligado por los cometidos por los hombres a tomar serias medidas.

Mateo sitúa estas calamidades en el contexto de la Historia Sagrada, evocando el Diluvio, el azote de Dios y las amenazadoras predicciones del Evangelio: erit in terris premura gentium prae confusione sonitus maris et fluctuum ("en la tierra serán presa de la angustia las naciones, perplejas ante el fragor del mar y el oleaje"; Lucas XXI, 25).

Amenaza perenne

La amenaza del fin del mundo está siempre presente, incluso en los años en los que la Historia no señala que se hayan producido miedos colectivos de especial espectacularidad. Así sucede en 1248, un año que Mateo considera excepcionalmente desastroso para la cristiandad, en el curso del cual se asiste a la destrucción de sus tesoros en casi todas las regiones - especialmente en Tierra Santa, en Italia, en Alemania, en Inglaterra y en Francia - golpeando la cólera divina, sobre todo, a la Curia romana. De aquí la conclusión de que todas estas desgracias presagiaban el f in del mundo, tal y como había sido predicho en el mismo Evangelio: surget gens contra gentem, et terrae motus erunt per loca ("las naciones se levantarán unas contra otras y se producirán terremotos por todas partes" Lucas XXI, 10-11).

En cuanto a la Naturaleza, aquel año hizo temer lo peor, por su excepcional dulzura y generosidad. En 1250 se produjeron terroríficos prodigios celestes contra naturae cursum consuetum ("contra el habitual curso de la naturaleza"), la opuesta consideración de contra natura para el año 1248 es inquietante. Si se exceptúa una enfermedad de los arbustos, atacados por lombrices y una desigual producción de frutas en cada una de las regiones, la temperatura se mantuvo moderada, el aire tranquilo, los graneros reventaban de trigo y las prensas no cesaban de trabajar, hasta tal punto que la abundancia de grano y de vino hizo caer los precios de estos productos. Más aún: el invierno pareció convertirse en primavera, no se produjo ni niebla ni hielo, se vio a los árboles germinar en febrero y, al mismo tiempo, los pájaros gorjear y saltar sobre las ramas como si fuese abril. ¿No son inquietantes todos estos signos?

El espacio geográfico del que Mateo Paris nos informa, en sus resúmenes anuales, por razones evidentes varía en función del registro adoptado: político o natural. El primero de los casos afecta a toda la cristiandad, incluida Tierra Santa y sus alrededores del Próximo Oriente, mientras que en el segundo, la información generalmente se limita a Inglaterra, a las islas Británicas y a la Gascuña francesa, entonces bajo dominio inglés. Cuando se dan los precios de las mercancías se trata, con toda probabilidad, de los que estaban en vigor en San Alban`s y sus cercanías.

La conclusión mejor articulada, sin duda, es la relativa al año 1255, que comprende un registro de defunciones de 41 líneas y un anni finalis conclusio (conclusión final del año), en el que hay una parte política más extensa (44 líneas), que comprende cuatro líneas meteorológicas (el año ha sido fecundo en mieses y frutos - frugifer et fructifer - tanto que el precio del trigo ha bajado a dos sueldos y el de la avena a doce denarios) y de doce líneas, que hablan de masacres debidas al ardor guerrero en Flandes.

La síntesis que cierra el año 1250 es muy especial. Es un balance de los cincuenta primeros años del siglo que debían ser recordados en este año jubilar. Existe, por tanto, ya en la época, al menos en algunos ambientes monacales, una mentalidad jubilar. Está claro que el Jubileo, instituido por Bonifacio VIII en el año 1300 - con lo que se inaugura una tradición más o menos regular que llega hasta nuestros días - culminaba una larguísima fase de preparación.

Signos celestes

Mateo Paris, en el texto relativo al año 1250, no alude a la impronta penitencial del jubileo todavía no institucionalizado; sin embargo, en el espíritu de su Chronica Majora, los sucesos recordados que caracterizan el último medio siglo - identificado como el vigésimo quinto del tiempo de gracia, es decir, después de la encarnación (50x25=1250) - son especialmente catastróficos, siendo este periodo, más que los veinticinco anteriores, el más marcado por mirabilia et insolitae novitatis ("maravillas y novedades insólitas).

Entre los sucesos mencionados por Mateo Paris como los más importantes de la primera mitad del siglo XIII figuran, conforme a la tradición de las crónicas, signos celestes de excepcional relevancia.

Durante un sermón pronunciado en Alemania por Olivieros de Paderborn, gran predicador de la Cruzada, muerto en 1227, apareció en el cielo el Cristo sobre la Cruz. En 1250, de manera significativa, todos los elementos sufrieron manifestaciones catastróficas, de modo inaudito y contrario a todas las leyes de la naturaleza (insolitum et irregulare, "contra la costumbre y la regla"). El fuego brilló de manera terrible durante la noche de Navidad. El aire, en Noruega y en las regiones limítrofes, en una gran extensión celeste, fue oscurecido por vapores con rumores de truenos, contra natura y fuera de estación, que duraron mucho tiempo y, al mismo tiempo, se registró la presencia de falsas nubes.

No se habían escuchado, ni siquiera en verano, por tanto tiempo estruendos de truenos tan terribles, ni visto semejantes relámpagos. El mar, saliendo de sus límites, devastó las costas y la tierra tembló en Inglaterra.

Un monstruo en el Támesis

A estos fenómenos, no sólo catastróficos, sino fuera de norma, se puede añadir una manifestación más maravillosa que el resto de las ocurridas en 1240, cuando monstruos marinos, entre ellos once ballenas muertas, fueron vomitados por el mar sobre las costas inglesas. Marineros y ancianos, que vivían en el litoral, afirmaron que se había producido un combate inusitada violencia entre peces y seres monstruosos, que se habían matado unos a otros, en el transcurso de repetidos encuentros, antes de que sus cadáveres fuesen arrojados sobre las costas. Un monstruo, de aspecto mucho más horrible que el del resto, alcanzó el Támesis y pasó sin ser herido entre los pilares de un puente. Una muchedumbre de marineros lo siguió y lo mató con cuerdas, ballestas y arcos. De manera excepcional, aunque algo menos insólita, en 1241, el hielo, la nieve y el extraordinario frío, que cubrió la tierra y heló los ríos, provocó una hecatombe entre los pájaros de todo tipo.

Se comprueba que, a pesar de su tendencia a dar preferencia en las conclusiones climáticas a perturbaciones especialmente espectaculares, Mateo distingue estos fenómenos maravillosos de los signos celestes contra natura que se identifican con milagros apocalípticos. Sin embargo, la frontera entre las dos categorías es vaga y Mateo Paris tiene la tendencia a unificar todo el conjunto de los mirabilia. Los balances meteorológicos anuales están dominados por esta visión catastrófica de la naturaleza. En muchos de ellos proclama que jamás se han visto tales calamidades naturales desde que el hombre tiene memoria y da, por tanto una gran importancia a la memoria catastrófica.

Síndrome del Diluvio

A pesar del interés por los sucesos climáticos naturales - o antinaturales -, Mateo Paris se detiene, especialmente, en las consecuencias para el hombre de estos sucesos y, de este modo, sus conclusiones anuales se inscriben en una historia humana de las calamidades. Estas consecuencias, más allá de los ecos psicológicos que generaron una especie de miedo, son de tres tipos.

En primer lugar, demográfico. Las catástrofes son asesinas. La muerte, sobre todo por ahogamiento a consecuencia de las inundaciones, era muy habitual. El hombre está indefenso ante el síndrome del diluvio, en el que se manifiestan la fuerza de la naturaleza y la cólera de Dios, que golpea a los hombres con su látigo.

Existen, después, consecuencias alimenticias.

La gran inquietud frente a las perturbaciones atmosféricas es causada por el temor a las malas cosechas. Las numerosas menciones de años más o menos estériles ponen en evidencia ciertas características de los problemas de la nutrición en el siglo XIII. En primer lugar, se muestra un papel preponderante de los cereales - especialmente el trigo y el pan blanco - y de las frutas en la alimentación, pero también son importantes los productos de la crianza. Los rebaños de ovejas y las manadas de bovinos son a menudo diezmadas por las inclemencias del tiempo o por las epidemias, influyendo esta mortalidad en el consumo de carne por parte del hombre y en la producción de lana.

Lo más interesante es que el cronista subraya principalmente la abundancia o la insuficiencia de las cosechas y las consecuencias que de ellas se derivan para los precios, que suben o se desploman, lo que prueba la existencia de un mercado y la difusión de la economía monetaria. Pero si estos altos costos permiten suponer la existencia de carestías más o menos graves y más o menos extendidas no se hace ninguna mención al hambre, lo que confirma que en el curso del siglo XIII se produjo un regresión de las hambrunas.

En 1257, la falta de suficiente alimentación - inedia-, añadida a la carencia de dinero, provocó la muerte de una gran multitud de seres humanos y redujo a muchos otros a la pobreza, pero el hambre por sí sola no les condujo a la muerte. En 1258, las mismas causas - malas cosechas, alto precio del grano, falta de dinero, venta de los rebaños por parte de los campesinos - comenzaron a causar una mortalidad tan alta que los cuerpos se amontonaban en fosas comunes y los ingleses habrían perecido en su totalidad si no hubieran logrado importar víveres del otro lado del mar.

Fiebres cuartanas

El tercer y último tipo de consecuencias es el sanitario. Las epidemias más frecuentes son las de fiebres cuartanas, enfermedad identificada en época moderna con la malaria. En 1237 y en 1238, el número de personas afectadas por esta enfermedad, habría alcanzado una cifra hasta entonces desconocida. El año 1237 es calificado por Mateo Paris de sanitati inimicus, enemigo de la salud.

En el otoño de 1238, además de las fiebres cuartanas hubo otras muchas enfermedades. En 1247, una epidemia -pestis- obligó a enterrar una medida de diez cadáveres diarios en el cementerio de la iglesia de San Pedro, en San Alban´s. De este tipo son los inventarios, los resúmenes anuales de calamidades naturales y humanas, que Mateo Paris inserta en la Chronica Majora. La insuficiente información, la falta de rigor en la verificación de los hechos y en la narración, la tendencia a reflejar solamente aspectos maravillosos y a exagerar el carácter catastrófico de los caprichos de la naturaleza y de la voluntad vengativa de Dios, convierten estos datos en poco fiables. Todos ellos deben ser verificados, al menos, con la ayuda de otras fuentes.

Mateo Paris proporciona preciosas informaciones a propósito de la mentalidad y de la ideología de la época. Sus anotaciones, efectivamente, son testimonio de la actitud de un benedictino inglés de mediado del siglo XIII. Pone de manifiesto el hecho de que, a pesar de haberse producido algunos progresos en la lucha contra el hambre y los rigores climatológicos, existía por entonces un temor, ampliamente difundido, nacido de la conciencia de la debilidad humana frente a los hechos meteorológicos. Para el monje de San Alban`s, el año es una unidad de medida de las variaciones de la rueda de la fortuna meteorológica.

A merced de los elementos

La Chronica Majora de Mateo Paris ha sido objeto de una única edición, en siete volúmenes, publicada en Londres entre 1872 y 1883 y preparada por Henry R. Luard. Recogemos aquí algunos resúmenes de las conclusiones anuales, tal y como fueron realizados por Paris. Entre paréntesis, los números relativos al volumen y a la página.

1234 (III, 305). Año estéril para todos los frutos, con mieses muy poco abundantes, pero de buena calidad; escasa en Inglaterra, todavía más parva en Francia (Gallia), casi nula en Gascuña, puesto que los brotes de primavera y de verano fueron arruinados por las lluvias.

1235. Falta.

1236 (III, 369-370, 379-380). El 12 de noviembre inundaciones marítimas y fluviales, vientos muy fuertes, maremoto durante dos días y una noche, litoral devastado, árboles arrancados, casas destruidas, numerosas muertes entre los hombres y los animales, ovinos y bovinos. El 23 de diciembre, durante la noche, vientos muy fuertes, con truenos. Lluvias destructivas, regreso de la tempestad del equinoccio. Invierno excepcionalmente lluvioso al que siguió un verano seco y caluroso casi insoportable, que duró casi cuatro meses sin interrupción: se secaron incluso los estanques profundos, molinos de agua inactivos. Grietas abiertas en la tierra, espigas de cereal escuálidas.

1237 (III, 470). Año de temporales, caracterizado por cielos nublados, calamitoso para los hombres y malo para la salud, fiebres cuartanas muy superiores a las que habían existido hasta ahora.

1238 (III, 521-522). Año nebuloso y lluvioso al inicio, con una primavera que ha hecho desaparecer toda esperanza para las mieses germinadas y que ha sido seguida por otros dos meses de verano excepcionalmente árido. Regreso inesperado de la lluvia y de la humedad, en otoño se revigorizan las mieses y la cosecha es muy abundante, pero el retorno de las inundaciones impide la recolección a cuantos han esperado demasiado para realizarla. El riesgo de enfermedades hace su aparición en otoño y no se recuerda haber visto nunca tantos casos de fiebres cuartanas en un solo mes.

1239 (III). Grandes inundaciones en Pascua, pero las mieses se salvan de manera inesperada.

1240 (IV, 80). Tres meses de aridez continua a partir de marzo, después lluvias; sin embargo, año abundante para las mieses y las frutas, dañadas éstas, sin embargo, por un otoño nebuloso y lluvioso. En Italia, lluvias torrenciales, que se precipitan por las pendientes de las montañas alcanzando las llanuras, sin respetar ningún puente. Batalla de peces y monstruos marinos que se varan, la mayor parte muertos, en las costas inglesas. Un monstruo marino remonta el Támesis (IV, 81).

1241 (IV, 176-177). Cosecha bastante buena de grano y de fruta, pero desde la Anunciación a la fiesta de los santos Simón y Judas (28 de octubre) gran sequía y oleada de frío; se agotan los estanques y los ríos; se pierden los viveros y se detienen los molinos; perecen de hambre y frío los rebaños de corderos. Durante el Adviento (diciembre), hielo y nieve cubren la tierra y los ríos son atrapados por el hielo, mientras que perece una extraordinaria multitud de pájaros.

1242 (IV, 236). Año abundante en mieses y frutos, a pesar de ser seco y muy caluroso, lo que provoca que, a finales del año, se extiendan las fiebres, entre ellas las cuartanas.

1243 (IV, 283). Año de temporales, pero suficientemente abundante en mieses y frutos.

1244 (IV, 402). Año abundante en mieses y frutos, lo que determina el descenso del precio del trigo a dos sueldos.

1245 (IV, 503). Año doblemente fértil para las cosechas, desde el momento que la prosperidad del año anterior viene a enriquecer la presente, a pesar de ello el precio del trigo permanece a dos sueldos. Perturbaciones meteorológicas estivales se llevan el regalo del fruta.

1246 (IV, 689). Las turbulencias que se señalan son únicamente de carácter político y militar.

1247 (IV, 654-655). Epidemias y mortalidad durante tres meses entre los hombres, sobre todo en San Alban`s. Año rico de mieses pero parco en fruta.

1248 (V, 46-47). Año de aire templado y sereno. Los graneros se llenan de abundantes mieses y los lagares producen vino en gran cantidad. Cae el precio del trigo a dos sueldos y el del barril de buen vino a dos marcos. La cosecha de la fruta es abundante, pero en otros lugares fue destruida por una invasión de gusanos. El invierno parece convertirse en primavera y la superficie de la tierra ignora la nieve y el hielo. Los árboles se cubren de hojas verdes en febrero y los pájaros cantan como en abril.

1249 (V, 93). Año poco fértil, aunque los árboles comenzaron a florecer en invierno. Frutas abundantes. El otoño ahoga la promesa de mieses y el pan blanco se cambia por galletas y pan negro.

1250 (V, 197-198). Un año de signos celestes catastróficos cierra medio siglo de calamidades que interesan a los cuatro elementos.

1251 (V, 265-266). Año suficiente en mieses y frutas, e incluso abundante a pesar de los temporales; turbulento, con tormentas terroríficas.

1252 (V, 357). Año medianamente abundante, rebaños diezmados por una epidemia.

1253 (V, 420). Año abundante, el precio del trigo cae a treinta denarios. Pero si la tierra fue favorable, el mar ha sido hostil y se ha desbordado, ahogando a muchos hombres y rebaños, sobre todo de noche.

1254 (V, 483). Año abundante para las mieses y las frutas. El precio del trigo cae a dos sueldos y, en similar proporción, el precio de la avena, de los demás tipos de cereales y de legumbres lo que permite un gran consumo popular. A finales de otoño, las tempestades provocan desgracias; en Bedford mueren cuarenta hombres y numerosos rebaños.

1255 (V, 536-537). A pesar de los pecados de los hombres, el año es abundante en mieses y en frutas. El precio del trigo desciende a dos sueldos, el de la avena a doce denarios.

1256 (V, 600). Año medianamente abundante. Desde la Asunción de la Virgen a la Purificación, incesantes lluvias diarias convierten en impracticables las calles y los caminos, mientras que los campos se hacen estériles, de tal modo que, al final del otoño la cosecha se pudre en el campo.

1257 (V, 600-661). Año estéril. Las inundaciones del otoño ahogan lo que el invierno había sembrado, lo que la primavera había transformado en promesas en flor y lo que el verano había hecho madurar. Además, la falta de moneda, consecuencia de la explotación del reino de Inglaterra por parte del papa y del rey, causó una pobreza sin precedentes. Las tierras quedaron sin cultivar y una gran multitud de gente pereció a causa de la escasez. En torno a Navidad el precio del trigo alcanzó diez sueldos. Escasez de miel, más aún de peras, higos, bellotas, cerezas y ciruelas, así como de toda la fruta destinada a las conservas. También hubo fiebres mortales, como por ejemplo en San Edmund, donde a principios de la canícula veraniega más de dos mil cadáveres llenaron los cementerios. En ciertos lugares, el precio del trigo subió a un marco y también a veinte sueldos. El frío, el tiempo claro y el hielo no congelan los estanques como es costumbre y el agua que cae de los techos no forma carámbanos, pero la lluvia y la nieve continúan oscureciendo el ambiente hasta la Purificación de la Virgen.

1258 (V, 728). Año de epidemias y de muerte, de tempestades y, sobre todo, de lluvias. Las mieses y las frutas prometen en verano, pero las continuas inundaciones del otoño lo arruinan todo. Por tanto, en Inglaterra, en época de Adviento las mieses yacen podrida en el campo y los graneros quedan vacíos. Hombres y rebaños sin forraje son diezmados por el hambre. A pesar de la falta de dinero, en Inglaterra se compra grano de mala calidad por dieciséis sueldos. Especialmente los pobres se debilitan y los numerosos muertos son arrojados a fosas comunes. Se venden los rebaños, los núcleos familiares adelgazan, las tierras permanecen sin cultivar. Ni siquiera se tiene fuerza para alimentar la esperanza que consuela a los desesperados. Y si no se hubiesen comprado y traído víveres de ultramar, Inglaterra, abandonada a su suerte, hubiese perecido.