UN TESTIMONIO DEL TRADUCTOR DE LOS
MATERIALES DE ESTA PÁGINA
Conocí la Iglesia Adventista del Séptimo Día cuando
tenía como nueve años y vivía en el interior de Panamá.
A los doce años, después de asistir a unas conferencias,
fui bautizado y aceptado en la pequeña congregación de Boquete,
en las tierras altas de la provincia de Chiriquí. En 1951, a los
16 años, mi familia me envió al Colegio Adventista de América
Central, una escuela secundaria recién trasladada a las cercanías
de Alajuela, Costa Rica. Pronto tuve ocasión de experimentar por
mí mismo la generosidad y la benevolencia de los hermanos adventistas.
En julio de 1952, las autoridades del Colegio me llamaron a capítulo:
el dinero para pagar mi colegiatura había dejado de fluir. En consecuencia,
se me negó el acceso a clases y al comedor. Como el asunto no tenía
visos de resolverse satisfactoriamente, se me ordenó preparar mis
maletas. Uno o dos días más tarde, el tesorero de aquel entonces,
el Sr. Francisco Arroyo, me llevó a San José y me puso a
bordo de un avión con destino a David. El colegio corrió
con los gastos necesarios para deshacerse de un huésped indeseable.
Este fue el fin de mi relación académica con la Iglesia.
Durante los siguientes 25 años, permanecí alejado de la
Iglesia, no por lo que me había pasado, sino simplemente por mi
precaria situación económica, que me obligó a trabajar
los sábados. Como me sentía indigno, no volví a la
iglesia. Sin embargo, todo ese tiempo una certeza nunca me abandonó:
Estaba seguro de que, para arreglar mi problema espiritual, todo lo que
tenía que hacer era volver a la Iglesia Adventista. Fue así
como en 1976 me acerqué a la congregación que me quedaba
más cerca, la de San Miguelito, en la ciudad de Panamá. Allí
ocupé varias posiciones: fui maestro de Escuela Sabática,
predicador, tesorero, segundo anciano, evangelista. La estabilidad de mi
familia - estaba casado y tenía dos hijos - se vio amenazada, pues
yo pasaba casi más tiempo en la Iglesia que con ellos. Estas actividades
me pusieron en estrecho contacto y me familiarizaron con las enseñanzas,
interpretaciones, y doctrinas de la Iglesia. Había muchas preguntas,
pero ninguna respuesta aceptable o siquiera razonable de parte de los dirigentes
de la Iglesia. En seguida nos citaban a la Hermana White. Con todo eso,
yo nunca dudé de lo que yo mismo creía, enseñaba,
y predicaba. Siempre creía que de alguna manera el Señor
estaba conmigo porque estábamos en lo correcto, y éramos
la iglesia verdadera, la "esposa del Cordero" a pesar de los más
que evidentes defectos. ¿Acaso no lo afirmaban la Iglesia y la propia
Sra.White?
En 1982, la iglesia recibió un folleto de Escuela Sabática
sobre el libro a los Romanos. El primer anciano, Romelio González,
lo estudió detenidamente, y, como me contó más tarde,
sintió que de pronto una venda cayó de sus ojos espirituales:
Por primera vez en su vida, comprendió que podía ser justificado
por la fe en Cristo Jesús, y no por sus obras, por buenas que éstas
fuesen. Comprendió que, como dice Pablo en Romanos, "por la obediencia
de uno, los muchos serán constituídos justos." Es la obediencia
perfecta de Jesús y su justicia la que se nos atribuye a nosotros
los pecadores, y que invocándola por fe, somos tratados como si
nosotros hubiésemos obedecido perfectamente. Comprendió también
que esta situación de justificación ocurre gratuitamente,
"no por lo que nosotros somos, sino por lo que Él es." Y por primera
vez también, se sintió libre. Estudiando por mi cuenta, yo
también había llegado a la misma conclusión. Así
que juntos nos regocijamos y enseguida hicimos planes para anunciar la
buena nueva a la Iglesia. Pero cuál no sería nuestra sorpresa
cuando la iglesia rechazó esta palabra, y nos acusó de estar
"socavando la ley y hablando contra el Espíritu de Profecía."
Visitamos al Pastor Tevni Grajales, uno de los directores departamentales
locales. Nos escuchó hablar sobre la justificación por la
fe. Al final, nos dijo, más o menos: "Lo que ustedes han encontrado
no es nuevo en la Iglesia Adventista. Ya en 1888, los Pastores Waggoner
y Jones presentaron la justificación por la fe a la Iglesia Adventista,
pero ésta la rechazó porque no estaba preparada para este
mensaje. En esa época la Iglesia estaba, y todavía está,
'dando vueltas, entre los truenos y los relámpagos, al pie del Monte
Sinaí.'"
Poco tiempo después de esto, fuimos expulsados formalmente de
la congregación, y supuestamente, como la Iglesia cree, de los libros
del cielo, sin que los oficiales de la iglesia pudieran invocar ningún
artículo del Manual de Iglesia para justificar su decisión.
A pesar de lo injusto de la expulsión, jamás albergué,
ni albergo, resentimiento alguno contra la iglesia. Quiero creer que probablemente
actuaron de buena fe, según lo que creían que era lo indicado.
No es verdad, como algunos, incluyendo miembros de mi propia familia, me
han acusado, que ahora creo y predico la justificación por la fe
en venganza por haber sido expulsado. Precisamente lo contrario es lo correcto:
Fui expulsado por creer y predicar la justificación por la fe. En
el proceso, me di cuenta de la gran ignorancia en que esa y otras congregaciones
están sumidas, una ignorancia que no por ciega es menos trágica,
pues van caminando en dirección opuesta a la salvación gratuita
que ofrece Jesús por su sangre y su sacrificio, aunque están
seguros de lo contrario. Y los dirigentes son los responsables de este
error.
Así que quedé sin congregación. Pero me ocurrió
algo inesperado. Al ver cómo reaccionó la Iglesia ante un
mensaje tan claramente bíblico, me pregunté si no habría
otras diferencias entre lo que la Iglesia y la Sra.White enseñaban
y lo que decía la Biblia. Ya había visto un librito en español,
El
Adventismo del Séptimo Día, una traducción de
un libro de D. M. Canright, en el cual el autor examinaba la Ley según
la interpretación de la Iglesia. Fue una revelación. Canright
decía cosas que a mí jamás se me habrían ocurrido
pensar siquiera. Así que me armé de valor e inicié
mi propia investigación, una comparación entre lo que yo
sabía que la Iglesia enseñaba y lo que la Biblia decía.
Quedé espantado. La gran mayoría de las cosas en las que
había creído y que había enseñado, eran erróneas
según la Biblia.
Extraños caminos los del Señor. Hoy doy gracias por aquella
expulsión, porque sin ella yo probablemente nunca me habría
sentido inclinado a estudiar la Biblia por mi propia cuenta, con la sola
ayuda del Espíritu Santo de Dios, y nunca mi espíritu habría
estado preparado para recibir la verdad. Ahora soy feliz, habiendo puesto
mi entera fe y mi entera confianza en Aquél que me amó tanto
que vivió y murió por mí, solamente por amor, para
que yo no muriera a causa de mis pecados.
El año pasado mejoré mi computadora, me hice cliente de
Cable & Wireless Panamá, que es ahora mi proveedor, y comencé
a navegar por Internet. Así me enteré de los foros de discusión,
a los que seguí por un par de meses. Un día, sin embargo,
en uno de esos foros alguien mencionó Truth or Fables, la página
de Robert K. Sanders. Después supe de The Ellen G. White Web Site,
aún más tarde de The Archives, la página de Gary y
Jack Gent, y la página del Pastor Sydney Cleveland, así como
de la de Rolaant McKenzie, todos excelentes esfuerzos por hacer avanzar
y difundir la verdad acerca de Ellen G. White y la Iglesia Adventista del
Séptimo Día. Me puse en contacto con Mr. Sanders primero.
La verdad es que al principio yo sólo tenía en mente traducir
algunas porciones de estos documentos para imprimirlas y repartirlas entre
amigos y conocidos. Pero Mr. Sanders me sugirió poner este material
en Internet. En buena hora. Pronto vi que era una excelente oportunidad
para alcanzar a la gente de habla hispana. Ruegue a Dios por mí
y por esta página, para que sea un instrumento de la verdad. Seguramente
a muchos, si no a la mayoría, de los creyentes de habla hispana
les ocurre lo que me ocurría a mí. Creen de buena fe que
la Iglesia Adventista del Séptimo Día es la vocera e intérprete
autorizada de las Sagradas Escrituras, por medio de la Sra. White. Ud,
caro lector, querida lectora, merece todo el respeto como creyente inteligente
e hijo o hija de Dios. Ud. tiene derecho a examinar y comparar las enseñanzas
de la Iglesia con las de las Escrituras. Si la iglesia concuerda con la
Biblia, Ud. no debería temer hacer esta comparación. El estudio
le permitirá hacer una decisión inteligente, teniendo en
cuenta que se trata de su destino eterno.
Que el Señor le bendiga
Román Quirós M.