El Famoso
DISCURSO DEL OBISPO STROSSMAYER SOBRE LA INFALIBILIDAD PAPAL
Pronunciado en el mismo Concilio Ecuménico que la
promulgó
»Venerables padres y hermanos: No sin temor, pero con una
conciencia libre y tranquila, ante Dios que vive y me ve, tomo la
palabra en esta augusta Asamblea. Desde que me hallo sentado
aquí entre vosotros, he seguido con atención los
discursos que se han pronunciado, ansioso de que un rayo de luz
descendiendo de arriba ilumine mi inteligencia y me permitiese votar
respecto a los cánones de este santo Concilio Ecuménico
con perfecto conocimiento de causa.
ESTUDIO DEL ANTIGUO Y NUEVO TESTAMENTO
»Compenetrado del sentimiento de responsabilidad por el cual
Dios me pedirá cuentas, me he dedicado a estudiar con
escrupulosa atención los escritos del Antiguo y Nuevo
Testamentos, y les he pedido a estos venerables monumentos de la
verdad que me permitiesen saber si el Santo Pontífice que
aquí preside es ciertamente el sucesor de San Pedro, Vicario
de Jesucristo e infalible doctor de la Iglesia.
»Para resolver esta grave cuestión, me he visto
obligado a prescindir del estado actual de las cosas, y a transportar
mi mente, con la antorcha del Evangelio en las manos, a los tiempos
en que no existían ni el ultramontanismo ni el galicanismo, y
en los cuales la Iglesia tenía por doctores a San Pablo, San
Pedro, San Juan y Santiago, doctores a quienes nadie puede negar la
autoridad divina sin poner en duda lo que la Santa Biblia, que tengo
delante, nos enseña, y que el Concilio de Trento
proclamó como Regla de fe y de moral.
»He abierto, pues, estas sagradas páginas, y ¿me
atreveré a decirlo? nada he encontrado que respalde
próxima ni remotamente, la opinión de los
ultramontanos. Aun es mayor mi sorpresa por no encontrar en los
tiempos apostólicos nada que haya sido motivo de
cuestión sobre un papa sucesor de San Pedro y Vicario de
Jesucristo, como tampoco sobre Mahoma, que no existía
aún.
»Vos, monseñor Maning, diréis que estoy
blasfemando; Vos, Monseñor Fie, diréis que estoy loco.
¡No, Monseñores, no blasfemo ni estoy loco! Habiendo
leído todo el Nuevo Testamento, declaro ante Dios, con mi mano
elevada al gran crucifijo, que ningún vestigio he podido
encontrar del papado tal como existe ahora.
»No me rehuséis vuestra atención, mis
venerables hermanos, ni con vuestros murmullos e interrupciones
justifiquéis a los que dicen, como el padre Jacinto, que este
Concilio no es libre, porque nuestros votos han sido de antemano
impuestos. Si esto fuese cierto, esta augusta Asamblea, hacia la cual
están dirigidas las miradas de todo el mundo, caería en
el más profundo y vergonzoso descrédito. Si deseamos
que sea grande, debemos ser libres Agradezco a su Excelencia
monseñor Dupanloup el signo de aprobación que hace con
la cabeza. Esto me alienta, y prosigo.
JESÚS NO DIO LA SUPREMACÍA A PEDRO
»Leyendo, pues, los santos libros con toda la atención
de que el Señor me ha hecho capaz, no encuentro un solo
capítulo o un versículo en el cual Jesús otorgue
a San Pedro la jefatura de los apóstoles, sus colaboradores.
»Si Simón, el hijo de Jonás, hubiese sido lo
que hoy día creemos que es su santidad Pío IX, es
extraño que Él [Jesús] no les hubiera dicho:
"Cuando haya ascendido a mi Padre, debéis todos obedecer a
Simón Pedro, así como ahora me obedecéis a
mí. Lo establezco como mi vicario en la tierra." No solamente
calla Cristo sobre este particular, sino que piensa tan poco en dar
una cabeza a la Iglesia, que cuando promete tronos a sus doce
apóstoles para juzgar a las doce tribus de Israel (Mateo
19:28) les promete doce, uno para cada uno, sin decir que entre
dichos tronos uno sería más elevado
ypertenecería a Pedro. Indudablemente, si tal hubiese
sido su intención, lo indicaría. La lógica nos
conduce a la conclusión de que Cristo no quiso elevar a Pedro
a la cabeza del colegio apostólico.
»Cuando Cristo envió a los apóstoles a
conquistar el mundo, a todos igualmente dio la promesa del
Espíritu Santo. Permitidme repetirlo: si él hubiera
querido constituir a Pedro como su vicario, le hubiera dado el mando
supremo sobre su ejército espiritual.
»Cristo,así lo dice la Santa Escritura
prohibió a Pedro y a sus colegas reinar o ejercer
señorío o tener potestad sobre los fieles, como lo
hacen los reyes de los gentiles (Lucas 22:25, 26). Si San Pedro
hubiera sido elegido papa, Jesús no hubiera hablado
así, porque según nuestra tradición el papado
tiene en sus manos dos espadas, símbolos del poder espiritual
y del temporal.
»Hay una cosa que me ha sorprendido muchísimo.
Agitándola en mi mente, me he dicho: Si Pedro hubiera sido
elegido papa, ¿se permitirían sus colegas enviarle con
San Juan a Samaria para anunciar el Evangelio del Hijo de Dios?
¿Qué os parecería, venerables hermanos, si nos
permitiésemos ahora mismo enviar a su santidad Pío IX y
a su eminencia monseñor Plantier al Patriarca de
Constantinopla para persuadirle a que pusiese fin al cisma de
Oriente?
»Mas he aquí otro hecho mayor de importancia. Un
concilio ecuménico se reúne en Jerusalén para
decidir cuestiones que dividían a los fieles.
¿Quién debiera convocar este concilio, si San Pedro era
papa? San Pedro. Bueno. nada de esto ocurrió. El
apóstol asistió al Concilio como lo hicieron los
demás, y sin embargo él no fue el que resumió
las cosas sino Santiago. Y cuando los decretos fueron promulgados,
fue en el nombre de los apóstoles, los ancianos y los hermanos
(Hechos 15).
»¿Es esta la práctica de nuestra Iglesia?
Cuánto más examino ¡oh venerables hermanos! tanto
más me convenzo de que en las Sagradas Escrituras el hijo de
Jonás no parecía ser el primero.
PABLO Y LOS APÓSTOLES GUARDARON SILENCIO CON RESPECTO AL
PAPADO
»Ahora bien: mientras nosotros enseñamos que la
Iglesia está edificada sobre San Pedro, el apóstol San
Pablo (de cuya autoridad no existen dudas), dice en su
Epístola a los Efesios 2:20, que está edificada sobre
el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal
piedra del ángulo Jesucristo mismo. Y el mismo apóstol
creía tan poco en la supremacía de San Pedro, que
abiertamente culpa a los que dicen, somos de Pablo, somos de Apolos
(1 Corintios 1:12), y a los que dicen, somos de Pedro. Si este
último apóstol hubiera sido el vicario de Cristo, San
Pablo se hubiera guardado bien de censurar con tanta violencia a los
que pertenecían a su propio colega.
»El mismo apóstol Pablo, al enumerar los oficios de la
Iglesia, menciona apóstoles, profetas, evangelistas, doctores
y pastores... ¿Debemos creer, mis venerables hermanos, que San
Pablo, el gran apóstol de los gentiles, se olvidó del
primero de estos oficios, el papado, si el papado fuera de
institución divina? Ese olvido me parece tan imposible, como
el que un historiador de este concilio no hiciere mención de
su Santidad Pío IX. [Varias voces: "¡Silencio, hereje,
silencio!"]
»Calmaos, venerables hermanos, que todavía no he
concluido. Si me impedís que prosiga, os mostráis al
mundo dispuestos a la prevaricación, cerrando la boca al menor
miembro de esta Asamblea.
»Continúo. El apóstol Pablo no hace
mención de la primacía de Pedro en ninguna de sus
epístolas a las diferentes Iglesias, . Si esta primacía
hubiera existido; si, en una palabra, la Iglesia hubiera tenido una
cabeza suprema dentro de sí, infalible en enseñanza,
¿podría el gran apóstol de los gentiles olvidarse
de mencionarla? ¡Que digo! Más probable es que hubiera
escrito una larga epístola sobre esta importante materia.
Entonces, cuando se erigió el edificio de la doctrina
¿podría olvidarse, como lo hace, de la fundación,
o sea de la clave del arco? Ahora bien, a menos que mantengáis
que la iglesia de los apóstoles fue herética (lo cual
ninguno de nosotros desearíamos ni nos atreveríamos a
decirlo), estamos obligados a confesar que la Iglesia nunca fue
más bella, más pura, ni más santa que en los
tiempos en que no hubo papa. ... [Gritos: ¡No es verdad, no es
verdad.] No diga monseñor di Laval, no; alguno de vosotros,
mis venerables hermanos, se atreve a pensar que la Iglesia que hoy
tiene un papa por cabeza, es más firme en la fe, más
pura en la moral que la Iglesia apostólica, dígalo
abiertamente ante el universo, puesto que este recinto es un centro
desde el cual nuestras palabras vuelan de polo a polo.
»Prosigo. Ni en los escritos de San Pablo, ni de San Juan, ni
de Santiago, descubro traza alguna o germen de poder papal.
»San Lucas, el historiador de los trabajos misioneros de los
apóstoles, guarda silencio sobre este importantísimo
punto. Y el silencio de estos hombres santos, cuyos escritos forman
parte del canon de las divinamente inspiradas Escrituras, nos parece
tan difícil o imposible, si Pedro fuese papa, y tan
inexcusable, como si Thiers, escribiendo la historia de
Napoleón Bonaparte, omitiese el título de emperador.
»Veo delante de mí un miembro de la Asamblea, que dice
señalándome con el dedo: "¡Ahí está
un obispo cismático, que se ha introducido entre nosotros con
falsa bandera!". No, no, mis venerables hermanos; no he entrado en
esta augusta Asamblea como ladrón, por la ventana, sino por la
puerta, como vosotros; mi título de obispo me dio derecho a
ello, así como mi conciencia cristiana me obliga a hablar y
decir lo que creo sea la verdad.
»Lo que más me ha sorprendido, y se puede demostrar,
es el silencio del mismo San Pedro. Si el apóstol fuese lo que
proclamáis que fue, es decir, Vicario de Jesucristo en la
tierra, él, seguramente lo hubiera sabido. Y si lo hubiera
sabido, ¿cómo es que ni una sola vez actuó como
papa? Podría haberlo hecho el día de
Pentecostés, cuando predicó su primer sermón, y
no lo hizo: como tampoco lo hace en las dos epístolas que
dirige a la Iglesia. ¿Podéis concebir tal papa, mis
venerables hermanos, si Pedro era papa?
»Resulta, pues, que si queréis mantener que fue papa,
la consecuencia natural es que él no lo sabía. Ahora
pregunto a todo el que quiera pensar y reflexionar: ¿Son
posibles estas dos suposiciones? Digo pues, que mientras los
apóstoles vivieron, la Iglesia nunca creyó que
había papa. Puesto que para mantener lo contrario sería
preciso entregar las Sagradas Escrituras a las llamas, o ignorarlas
por completo.
PEDRO EN ROMA, UNA «RIDÍCULA LEYENDA»
»Mas oigo decir por todos lados: "pues qué ¿no
estuvo San Pedro en Roma? ¿No fue crucificado con la cabeza para
abajo? ¿No se conocen los lugares donde enseñó, y
los altares donde dijo misa en esta ciudad eterna?" Que San Pedro
haya estado en Roma, reposa, mis venerables hermanos, sólo
sobre la tradición; pero suponiendo que hubiese sido obispo en
Roma, ¿cómo podéis probar su episcopado por su
presencia? Scaligero, uno de los hombres más eruditos, no
vaciló en decir que el episcopado de San Pedro y su residencia
en Roma deben clasificarse entre las leyendas ridículas.
[Repetidos gritos: ¡Tapadle la boca; hacedle descender de esa
cátedra!].
»Venerables hermanos: estoy pronto a callarme; mas ¿no
será mejor, en una asamblea como la nuestra, probar todas las
cosas como manda el apóstol, y creer sólo lo que es
bueno? Porque mis venerables amigos, tenemos un dictador ante el cual
todos debemos postrarnos y callar, hasta su santidad Pío IX, e
inclinar la cabeza: ese dictador es la Historia, la cual no es una
leyenda que se puede amoldar al modo que el alfarero modela su barro,
sino como un diamante que esculpe en el cristal palabras indelebles.
Hasta ahora me he apoyado sólo en ella, y no encuentro
vestigio alguno del papado en los tiempos apostólicos; la
falta es suya y no la mía. ¿Queréis quizás
colocarme en la posición de un acusado de mentira? Hacedlo si
podéis. Oigo de la derecha estas palabras: "Tú eres
Pedro, y sobre esta Roca edificaré mi iglesia." (Mateo 16:18).
Contestaré a esa objeción luego, mis venerables
hermanos, antes de hacerlo deseo presentaros el resultado de mis
investigaciones históricas.
NO EXISTIÓ PAPA EN LOS PRIMEROS CUATRO SIGLOS
»No hallando ningún vestigio del papado en los tiempos
apostólicos, me dije a mí mismo: "Quizás
hallaré en los anales de la Iglesia lo que ando buscando."
Bien, lo diré abiertamente: busqué al papa en los
cuatro primeros siglos, y no he podido dar con él.
»Espero que ninguno de vosotros dudará de la gran
autoridad del santo obispo de Hipona, el grande y bendito San
Agustín. Este piadoso doctor, honor y gloria de la Iglesia
Católica, fue secretario en el Concilio de Milevi. En los
decretos de esta venerable Asamblea se hallan estas significativas
palabras: "Todo el que apelase a los de la otra parte del mar, no
será admitido a la comunión por ninguno en
África." Los obispos de África reconocían tan
poco al obispo de Roma que castigaban con excomunión a los que
recurriesen a su arbitraje.
»Estos mismos obispos en el sexto Concilio de Cartago,
celebrado bajo Aurelio, obispo de dicha ciudad, escribieron a
Celestino, obispo de Roma, amonestándole que no recibiese
apelaciones de los obispos, sacerdotes o clérigos de
África, que no enviase más legados o comisionados, y
que no introdujese el orgullo humano en la Iglesia.
»Que el patriarca de Roma había, desde los primeros
tiempos, tratado de arrogarse toda autoridad, es un hecho evidente,
como es otro hecho igualmente evidente que no poseía la
supremacía que los ultramontanos le atribuyen.
»Si la hubiera poseído, ¿hubieran osado los
obispos de África, San Agustín, primero entre ellos,
prohibir las apelaciones a los decretos de su supremo tribunal? Y
reconozco, sin embargo, que el patriarca de Roma ocupaba el primer
puesto. Una de las leyes de Justiniano dice: "Mandamos, conforme a la
definición de los cuatro Concilios, que el santo papa de la
antigua Roma sea el primero de los obispos, y su alteza el arzobispo
de Constantinopla, que es la nueva Roma sea el segundo."
Inclínate, pues a la soberanía del papa, me
diréis.
»No corráis tan presurosos a esa conclusión,
mis venerables hermanos, pues la ley de Justiniano lleva escrita al
frente: "Del orden de las sedes patriarcales." Precedencia es una
cosa y poder de Jurisdicción es otra. Por ejemplo: suponiendo
que en Florencia se reuniese una Asamblea de todos los obispos del
reino, la precedencia se daría naturalmente al primado de
Florencia como entre los orientales se concedería al patriarca
de Constantinopla y en Inglaterra al arzobispo de Canterbury; pero ni
el primero, ni el segundo, ni el tercero podrían deducir de la
asignada posición una jurisdicción sobre sus colegas.
»La importancia de los obispos de Roma procedía, no de
su poder divino, sino de la importancia de la ciudad donde
está su sede. Monseñor Darboy no es superior en
dignidad al arzobispo de Aviñón, y, no obstante,
París le da una consideración que no gozaría si
en vez de tener su palacio en las orillas del Sena, se hallase sobre
el Ródano. Esto es verdadero en las jerarquías
religiosas, como lo es también en materias civiles y
políticas. El prefecto de Roma no es más que un
prefecto como el de Pisa; pero civil y políticamente, es de
mayor importancia.
»He dicho ya que desde los primeros siglos, el patriarca de
Roma aspiraba al gobierno universal de la Iglesia, y desgraciadamente
casi lo alcanzó; pero no consiguió, por cierto, sus
pretensiones, pues el emperador Teodosio II hizo una ley
estableciendo que el patriarca de Constantinopla tuviera la misma
autoridad que el de Roma (leg. cod. de sacr., etc.).
»Los padres del Concilio de Calcedonia colocan a los obispos
de la antigua y nueva Roma en la misma categoría en todas las
cosas, incluso las eclesiásticas (Canon 28). El sexto Concilio
de Cartago prohibió a todos los obispos que se arrogasen el
título de pontífice de los obispos u obispos soberanos.
»En cuanto al título de Obispo universal que los papas
se arrogaron más tarde, Gregorio I, creyendo que sus sucesores
nunca pensarían en adornarse con él, escribió
estas palabras: "Ninguno de mis predecesores ha consentido en llevar
ese título profano, porque cuando un patriarca se arroga el
nombre de universal, el carácter de patriarca sufre
descrédito. Lejos esté de los cristianos, pues, el
deseo de darse un título que cause descrédito a sus
hermanos."
»San Gregorio dirigió estas palabras a su colega de
Constantinopla, que pretendía hacerse primado de la Iglesia:
"No se le importe del título de universal que Juan ha tomado
ilegalmente, y ningunos de los patriarcas se arroguen ese nombre
profano, porque, ¿cuántas desgracias no deberíamos
esperar, si entre los sacerdotes se suscitasen tales ambiciones?
Alcanzarían lo que se tiene predicho de ellos: 'El es rey de
los hijos del orgullo'.". El papa Pelagio II (lett. 13), llama a
Juan, obispo de Constantinopla, que aspiraba al sumo pontificado,
"impío y profano".
»Estas autoridades, y podría citar cien más y
de igual valor: ¿no prueban con una claridad semejante al
resplandor del sol al mediodía, que los primeros obispos de
Roma no fueron reconocidos como obispos universales y cabezas de las
Iglesias, sino hasta tiempos muy posteriores? Y por otra parte,
¿quién no sabe que desde el año 325, en que se
celebró el primer Concilio Ecuménico de Nicea, hasta
580, el año del segundo Concilio Ecuménico de
Constantinopla, que de entre más de 1109 obispos que
asistieron a los primeros seis concilios generales, no se hallaron
presentes más que 19 obispos del Occidente?
»¿Quién ignora que los concilios fueron
convocados por los Emperadores, sin siquiera informar de ello al
obispo de Roma, y frecuentemente hasta en oposición a los
deseos de éste? ¿Y que Osio, obispo de Córdoba,
presidió en el primer Concilio de Nicea y redactó sus
cánones? El mismo Osio presidió después el
Concilio de Sárdica, y excluyó a los legados de Julio,
obispo de Roma.
«TÚ ERES PEDRO»
»No haré más citas, mis venerables hermanos, y
paso a hablar del gran argumento a que se refirió
anteriormente alguno de vosotros para establecer el primado del
obispo de Roma por "la roca ( petra)". Si esto fuera verdad,
la disputa quedaría terminada; pero nuestros antecesores (y
ciertamente debieron saber algo) no opinan sobre esto como nosotros.
»San Cirilo, en su cuarto libro de la Trinidad, dice: "Creo
que por la roca debéis entender la fe inamovible de los
apóstoles". San Hilario, obispo de Poitiers, en su segundo
libro sobre la Trinidad, dice: "La roca ( petra) es la bendita
y sola roca de la fe confesada por la boca de San Pedro". Y en el
sexto libro de la Trinidad, dice: "Es esta la roca la
confesión de la fe sobre la que está edificada la
Iglesia". "Dios", dice San Jerónimo en el sexto libro sobre
San Mateo, "ha fundado su Iglesia sobre esta roca de la que el
apóstol Pedro fue apellidado". De conformidad con él,
Crisóstomo dice en su homilía 53 sobre San Mateo:
"Sobre esta roca edificaré mi iglesia", es decir, sobre la fe
de la confesión. Ahora bien ¿cuál fue la
confesión del apóstol? Hela aquí: "Tú
eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo".
»Ambrosio, el santo arzobispo de Milán (sobre el
segundo capítulo de la epístola a los Efesios), San
Basilio de Seleucia y los padres del Concilio de Calcedonia,
enseñan precisamente la misma doctrina. Entre los doctores de
la antigüedad cristiana, San Agustín ocupa uno de los
primeros lugares por su sabiduría y su santidad. Oíd
pues, lo que escribe sobre su segundo tratado de la primera
epístola de San Juan: "¿Qué significan estas
palabras: Edificaré mi Iglesia sobre la Roca? Sobre esta fe,
sobre eso que me dices, Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios
vivo". En su tratado [124] sobre San Juan, encontramos esta muy
significativa frase: "Sobre esta roca que tú has confesado,
edificaré mi Iglesia, puesto que Cristo mismo era roca". El
gran obispo no creía tampoco que la Iglesia fuese edificada
sobre San Pedro, que dijo a su grey en el sermón 13:
"Tú eres Pedro y sobre esta roca, ( petra) que
tú has confesado, sobre esta roca, que tú has
reconocido diciendo: Tú eres el Cristo el Hijo del Dios
viviente, edificaré mi Iglesia; sobre mí mismo, que soy
el Hijo de Dios, la edificaré sobre mí y no a mí
sobre ti". Lo que San Agustín pensaba sobre este
célebre pasaje, era la opinión de toda la Cristiandad
en sus días.
»Por consiguiente, resumo y establezco: primero, que
Jesús dio a sus apóstoles el mismo poder que le
otorgó a San Pedro; segundo, que los apóstoles nunca
reconocieron en San Pedro al vicario de Jesucristo y al infalible
doctor de la iglesia; tercero, que el mismo Pedro nunca pensó
ser papa, y nunca actuó como si fuera papa; cuarto, que los
concilios de los cuatro primeros siglos, cuando reconocían la
alta posición que el obispo de Roma ocupaba en la Iglesia por
motivo de estar en Roma, tan sólo le otorgaban una
preeminencia honorífica, nunca poder y jurisdicción;
que los santos padres en el famoso pasaje, "Tú eres Pedro, y
sobre esta roca edificaré mi iglesia", nunca entendieron que
la iglesia estaba edificada sobre Pedro ( Super Petrum), sino
sobre la roca ( Super Petram), es decir, sobre la
confesión de fe del apóstol.
»Concluyo victoriosamente, conforme a la historia, la
razón, la lógica, el buen sentido y la conciencia
cristiana, que Jesucristo no confirió supremacía alguna
a San Pedro, y que los obispos de Roma no se constituyeron soberanos
de la Iglesia sino confiscando uno por uno todos los derechos del
episcopado. [Voces: ¡Silencio insolente protestante, silencio!]
»¡No soy un protestante insolente! ¡No, y mil veces
no! La historia no es católica, ni anglicana, ni calvinista,
ni luterana, ni arminiana, ni griega, ni cismática, ni
ultramontanista. Es lo que es: es decir, algo más poderoso que
todas las confesiones de fe, de los cánones de los Concilios
ecuménicos. ¡Escribid contra ella, si osáis
hacerlo! Mas no podréis destruirla, como tampoco sacando un
ladrillo del Coliseo lo podríais derribar. Si he dicho algo
que la historia pruebe ser falso, enseñádmelo con la
historia, y sin titubear un momento presentaré mis más
respetuosas disculpas. Mas tened paciencia y veréis que
todavía no he dicho todo lo que quiero y puedo. Si la pira
fúnebre me aguardase en la plaza de San Pedro, no
callaría, porque me veo obligado a proseguir.
»Monseñor Dupanloup, en sus renombradas observaciones
sobre este Concilio Vaticano, ha dicho, y con razón, que si
declaramos la infalibilidad de Pío IX, que entonces,
necesariamente y desde la lógica natural, estaremos obligados
a sostener que todos sus predecesores eran también infalibles.
ERRORES Y CONTRADICCIONES PAPALES
»Bien, venerables hermanos, aquí la historia levanta
su voz para asegurarnos que algunos papas han cometido errores.
Vosotros podréis protestar en contra de ella, o bien negarlo
como os plazca, pero yo lo probaré. El Papa Víctor
(192) primero aprobó el montanismo y más tarde lo
condenó. Marcelino (296-303) fue un idólatra.
Entró en el templo de Vesta y ofreció incienso a la
diosa. Vosotros podréis decir que ese fue un momento de
debilidad; pero yo les respondo, un vicario de Jesucristo debe morir
antes de convertirse en un apóstata. Liberio (358)
consintió en la condena de Atanasio e hizo profesión de
arrianismo, para que le levantasen su exilio y fuese reinstalado en
su sede. Honorio (625) se adhirió al monotelismo. El padre
Gratry ha demostrado esto de forma concluyente. Gregorio I (590-604)
llamó Anticristo a todo aquél que tome el nombre de
obispo universal y por el contrario, Bonifacio III (607-608) hizo que
el emperador parricida Focas le confiriera ese título para
él mismo. Pascual II (1099-1118) y Eugenio III (1145-1153)
autorizaron el duelo. Julio II (1509) y Pío IV (1560) lo
prohibieron. Eugenio IV (1431-1439), con la aprobación del
Concilio de Basilea, restituyeron el cáliz a la iglesia de
Bohemia; Pío II (1458) revocó esa concesión.
Adriano II (867-872) declaró la validez de la ceremonia civil
del matrimonio; Pío VII (1800-1823) la condenó. Sixto V
(1585-1590) publicó una edición de la Biblia y por
medio de una bula recomendó que fuera leída. Pío
VII condenó a los que la leyeran. Clemente XIV (1769-1774)
abolió la orden de los Jesuitas, permitida por Pablo III, y
Pío VII la restableció.
»Pero, ¿por qué examinar esas pruebas tan
remotas? Nuestro santo padre aquí presente, ¿no ha dado
en su bula los reglamentos para este concilio, que en caso de ocurrir
su muerte mientras se encuentre presidiendo sean revocadas todas las
ordenanzas que hayan sido expedidas y que contraríen a las que
él impone; aun cuando ellas procedan como decisiones hechas
por su predecesores? Y ciertamente, si Pío IX ha hablado ex
cátedra, esto no es, desde las profundidades de su sepulcro,
que él impone su voluntad sobre la soberanía de la
iglesia. Yo no acabaría nunca, mis venerables hermanos, si yo
fuera a poner ante vuestros ojos las contradicciones de los papas en
sus enseñanzas. Si entonces vosotros proclamáis la
infalibilidad del actual papa, vosotros debéis probar lo que
es imposibleque los papas nunca se contradijeron entre
sío tendréis que declarar que el Espíritu
Santo os ha revelado a vosotros que la infalibilidad del papado
solamente data desde 1870. ¿Tenéis suficiente valor para
hacer eso?
»Tal vez la gente podrá ser indiferente y pase por
alto los asuntos teológicos que no puedan entender, y otros
que no les parezcan de importancia; pero, aunque sean indiferentes a
los principios, no lo son ante los hechos. No os
engañéis a vosotros mismos. Si vosotros
decretáis el dogma de la infalibilidad papal, seremos
más vulnerables, y los Protestantes, nuestros adversarios,
aprovecharán la situación con más coraje ahora
que tienen la historia de su lado, mientras nosotros tenemos
sólo nuestra propia negación contra ellos.
¿Qué les diremos entonces, cuando muestren todos los
hechos de los obispos de Roma desde los días de Lucas hasta su
santidad Pío IX? ¡Ah! Si todos hubieran sido como
Pío IX el triunfo sería nuestro; pero, lamentablemente,
eso no es así. [Gritos de "¡Silencio!, ¡Silencio!;
¡Ya basta!, ¡Ya basta!"]
»¡No gritéis, monseñores! Temer a la
historia es aceptar que hemos sido conquistados por ella.
Además, aunque vosotros hicierais pasar sobre ella todas las
aguas del río Tiber, no podríais cancelar una sola de
sus páginas. Dejadme hablar, y yo seré tan breve como
sea posible en este asunto de gran importancia. El papa Vigilio (538)
obtuvo el papado comprándolo de Belisario, lugarteniente del
emperador Justiniano. Aunque admitamos que quebrantó su
promesa y nunca pagó lo prometido. ¿Es ésta una
manera canónica de colocarse la tiara? El Segundo Concilio de
Calcedonia lo había condenado formalmente; en uno de sus
cánones leemos que ¡el obispo que obtenga el papado a
cambio de dinero, lo perderá y será degradado! El Papa
Eugenio III (IV en el original) (1145) imitó a Vigilio, y San
Bernardo, la brillante luminaria de su época, reprobó
la acción del papa diciéndole: ¿Podéis vos
presentarme en esta gran ciudad de Roma a cualquier persona que os
reciba como papa, que no haya recibido oro o plata por eso?
»Mis venerables hermanos, ¿podría uno que
establezca un banco en las puertas del templo, haber sido inspirado
por el Espíritu Santo? ¿Tendría derecho a
enseñar infaliblemente a la iglesia? Vosotros conocéis
la historia de Formoso demasiado bien para que yo pueda agregarle
nada. Esteban XI ordenó la exhumación de sus restos, lo
vistió con las ropas pontificias, le cercenó los dedos
de la mano que usó para dar la bendición y luego
arrojó sus restos al río Tiber declarándolo
perjuro e ilegítimo. Esteban fue hecho prisionero por el
pueblo, envenenado, y luego estrangulado. Ved vosotros como estos
asuntos fueron reajustados; Romano, sucesor de Esteban, y
después de él Juan X, rehabilitaron la memoria de
Formoso.
»¡Pero vosotros me diréis que estas son
fábulas y no historia! Vayan, Monseñores, a la
biblioteca del Vaticano y lean Platina, el historiador del papado y
los anales de Baronio (897). Estos son hechos que por el honor de la
Santa Sede desearíamos que fuesen ignorados; pero cuando eso
es para definir un dogma que puede provocar un gran cisma entre
nosotros, ¿el amor que le tenemos a nuestra venerable Iglesia
Católica Apostólica Romana debería imponernos
silencio?
LOS PECADOS DEL PAPADO Y SUS EXCESOS
»Continúo. El erudito Cardenal Baronio, hablando de la
corte papal, dijo (prestad atención, mis venerables hermanos,
a estas palabras), ¿Qué parecería la Iglesia de
Roma en esos días? ¡Cuánta infamia!
¡Solamente las todopoderosas cortesanas gobernando en Roma!
Fueron ellas las que dieron, intercambiaron y tomaron obispados; y es
horrible relatarlo, ellas tomaron amantes, los falsos papas y los
pusieron sobre el trono de San Pedro! (Baronio, 912). Vosotros
podríais responder: ¡Esos eran falsos papas, no los
verdaderos! Que así sea; pero, en tal caso, si por 50
años la Santa Sede de Roma fue ocupada por antipapas,
¿cómo se reinicia otra vez la sucesión pontifical?
Ha podido la iglesia, por lo menos por un siglo y medio, funcionar
acéfala y encontrarse a sí misma sin cabeza?
»Veamos ahora: la mayoría de estos antipapas aparecen
en el árbol genealógico del papado; y cuántos
son los absurdos que Baronio describió; porque Genebrardo, el
gran adulador de los papas, se había atrevido mencionar en sus
crónicas (901): 'Este siglo es lamentable, puesto que por casi
150 años los papas han caído de todas las virtudes de
sus predecesores, y se han vuelto apóstatas en vez de
apóstoles. "Yo puedo entender cómo el ilustre Baronio
pudo haberse sonrojado cuando él tuvo que narrar los hechos de
estos obispos romanos. Al hablar de Juan XI (931), hijo natural del
papa Sergio y de Marozia, Baronio escribió estas palabras en
sus anales¡La santa iglesia, que está en Roma, ha
sido vilmente pisoteada por semejante monstruo!" Juan XII (956),
elegido papa a la edad de 18 años por medio de la influencia
de cortesanas, no fue ni una pizca mejor que su predecesor.
»Me apena, mis venerables hermanos, revolver tanta
inmundicia. Guardo silencio respecto a Alejandro VI, padre y amante
de Lucrecia; me alejo de Juan XXII (1319), que negó la
inmortalidad del alma, y fue depuesto por el santo Concilio
Ecuménico de Constanza. Algunos objetarán que dicho
concilio sólo fue un concilio privado; que así sea.
Pero si vosotros le rehusáis cualquier autoridad, como una
consecuencia lógica tendréis que sostener que la
designación de Martín V (1417) es ilegal. Entonces,
¿qué será de la sucesión papal?
¿Podéis vosotros encontrar la continuidad en ella?
»Yo no hablo de los cismas que han deshonrado a la iglesia.
En esos lamentables días la Sede de Roma estaba ocupada por
dos competidores, y a veces hasta tres. ¿Cuál de ellos
era el verdadero papa? Resumiendo una vez más, otra vez digo,
si vosotros decretáis la infalibilidad del presente obispo de
Roma, deberéis también establecer la infalibilidad de
todos los que le antecedieron, sin excluir a ninguno. Pero,
¿podéis vosotros hacer esto cuando la historia
está allí estableciendo con una diáfana claridad
comparada con la del sol, que los papas han errado en sus
enseñanzas? ¿Podrían hacer eso y mantener papas
que avaros, incestuosos, asesinos, simoníacos han sido
vicarios de Jesucristo? ¡Oh, venerables hermanos! El mantener
semejante enormidad sería traicionar a Jesucristo peor que
Judas. Sería como echarle tierra en la cara. [Gritos:
¡Abajo del púlpito! ¡Pronto, ciérrenle la
boca a ese hereje!]
VOLVAMOS A LAS DIVINAMENTE INSPIRADAS SAGRADAS ESCRITURAS
»¡Mis venerables hermanos! Vosotros gritáis;
¿no sería más digno pesar mis razones y mis
pruebas en la balanza del santuario? Creedme, la historia no puede
ser hecha otra vez; está allí, y permanecerá
toda la eternidad para protestar enérgicamente contra el dogma
de la infalibilidad papal. ¡Vosotros podréis proclamarlo
unánimemente; pero un voto estará ausente, y es el
mío!
»Monseñores, los verdaderos fieles tienen sus ojos
sobre nosotros esperando de nosotros un remedio para las innumerables
maldades que han deshonrado a la iglesia: ¿los
engañaremos en sus esperanzas? ¿Qué no será
nuestra responsabilidad ante Dios si dejamos pasar esta solemne
ocasión, la cual Dios nos ha dado para sanar la fe verdadera?
Aprovechémosla, mis hermanos. Armémonos de un santo
valor; hagamos un violento y generoso esfuerzo; volvamos a las
enseñanzas de los apóstoles, porque sin ellas nosotros
tenemos solamente errores, obscuridad y falsas tradiciones. Avalemos
en nosotros mismos nuestra razón y nuestra inteligencia para
tomar a los apóstoles y profetas como nuestros infalibles
maestros con referencia a la pregunta de preguntas, ¿qué
debo hacer para ser salvo? Cuando hayamos decidido eso, habremos
puesto el fundamento de nuestro dogmático sistema, firme e
inamovible sobre la roca permanente e incorruptible, de las
divinamente inspiradas Sagradas Escrituras. Llenos de confianza
iremos enfrente al mundo y como el apóstol Pablo, en la
presencia de los librepensadores, nosotros "no conoceremos a
ningún otro sino a Jesucristo, y a éste crucificado".
Seremos conquistadores por medio de la predicación de la
"locura de la cruz". Así como Pablo conquistó a los
educados hombres de Grecia y Roma, y la iglesia de Roma tendrá
sus "gloriosos '89". [Gritos clamorosos, ¡Saquen a ese
Protestante, al Calvinista, al traidor de la iglesia!].
»Vuestros gritos, Monseñores, no me atemorizan. Si mis
palabras son ardientes, mi cabeza se mantiene fría. Y yo no
soy ni de Lutero, ni de Calvino, ni de Pablo, ni de Apolos, sino de
Cristo. [Renovados gritos: ¡Anatema, anatema, al
apóstata!]
»¿Anatema? Monseñores, ¿anatema? Vosotros
sabéis muy bien que esas no son protestas en mi contra, sino
en contra de los santos apóstoles bajo cuya protección
yo desearía que este concilio colocara la iglesia. ¡Ah!
Si estando envueltos en sus mortajas ellos salieran de sus tumbas,
¿hablarían ellos un lenguaje diferente al mío?
¿Qué les diríais vosotros a ellos si mediante sus
escritos os dijeran que el papado se ha desviado del evangelio del
Hijo de Dios, que ellos han predicado y confirmado de una forma tan
generosa por su sangre? ¿Os atreveríais decirles a ellos,
nosotros preferimos las enseñanzas de nuestros propios papas,
nuestro Bellarmino, nuestro Ignacio de Loyola, a los de vosotros?
¡No, no! ¡Mil veces no! A menos que vosotros hayáis
cerrado vuestros oídos para no oír, cerrado vuestros
ojos para no ver, entumecido vuestras mentes para no entender.
¡Ah! Si el que reina en lo Alto deseara castigarnos, haciendo
que su mano caiga pesada sobre nosotros, así como hizo con
Faraón, Él no necesitaría permitirle a los
soldados de Garibaldi echarnos de la ciudad eterna. Solamente
permitiría que vosotros hagáis de Pío IX un
dios, así como hemos hecho una diosa de la bendita Virgen.
¡Deteneos, deteneos, venerables hermanos, en la pendiente odiosa
y ridícula en la que vosotros os habéis colocado a
vosotros mismos. Salvad a la iglesia del naufragio que le amenaza,
pidiendo de las Sagradas Escrituras solamente la regla de fe que
nosotros debemos creer y profesar. He dicho. ¡Que Dios me
ayude!»