El más allá en la antigua Grecia

EDUARDO HOJMAN

Escritor y periodista.

 

GADES Y PERSÉFONE REINABAN EN LOS INFIERNOS, EL INFRAMUENDO CUYA PUERTA CUSTODIABA EL CAN CERBERO.

 

ara los griegos la muerta era un tránsito, un recorrido difícil y lleno de peligros hacia un mundo tétrico y oscuro, el reino de Hades. Cuando las almas se separaban de sus despojos mortales se refugiaban en las regiones infernales, que, según le dijo Circe a Odiseo, se encontraban en las extremidades de la Tierra, más allá de un inmenso río que había que cruzar. Del otro lado sólo había tierra yerma, casi sin árboles, con excepción de álamos negros, sauces sin frutos y el asfódelo, planta típica de ruinas y cementerios. Más tarde, cuando empezaron a explorar las tierras que estaban más allá del confín de su territorio, los griegos cambiaron su visión del mundo y empezaron a considerar que el reino de las sombras estaba, en realidad, en el centro de la Tierra, y se llegaba a él a través de cavernas o ríos que en parte eran subterráneos, como el Estigio (o laguna Estigia), río de los juramentos inquebrantables; el Aqueronte, río de la tristeza, o el Leteo, río del olvido.

La primera parte de este viaje la efectuaban con ayuda de Tánatos o Hermes pero para cruzar las terribles aguas que rodeaban el Averno se precisaba la ayuda del barquero Caronte, quien cobraba un peaje, una moneda llamada óbolo que los griegos colocaban a sus muertos en boca entes de enterrarlos. Así llegaban a las mismas puertas de los infiernos, y ése era el momento en el comenzaban los problemas.

Después de atravesar el bosquecillo de Perséfone los esperaba el monstruoso perro Cerbero (de donde proviene la palabra «cancerbero», portero muy celoso y desagradable), a veces representado con tres cabezas y otras con cincuenta, voz de bronce, rodeado de serpientes y escupiendo veneno negro. Siempre estaba rabioso, y sólo se le podía calmar con tartas de harina y miel, que los deudos más precavidos también enterraban junto a sus seres queridos. Por fin, entraban en el reino de las sombras, de donde jamás podrían salir y donde reinaba Hades.

Hijo de Cronos y hermano de Poseidón y Zeus, Hades sacó la peor parte en el sorteo en que estos tres dioses se repartieron las aguas, el cielo y el submundo. Su nombre significa «el invisible», puesto que no se dejaba ver en sus pocas excursiones al mundo de los seres vivos. Era el dios del terror, del misterio y de lo inexorable, y como tal, se le temía, pero no se le veneraba mucho. Para adorarle, dice Homero, había que golpear el suelo con las manos desnudas o con varas, y sacrificarle una oveja o un carnero negros. Sus plantas sagradas eran el ciprés y el narciso. Pero era más querido, y una divinidad más amable, cuando se le llamaba Plutón, dios de las riquezas enterradas y de la abundancia agraria, que influía en las cosechas y en los cultivos.

 

Hades y Perséfone

En cualquier caso, Hades parecía feliz en su oscuro reino y sólo salió de él dos veces: para que el Dios Pan le curase un flechazo infligido por Hércules y para raptar a su sobrina Perséfone, de quien se había enamorado. Hija de Deméter (quien, a su vez, era hermana de Hades), Perséfone, la Proserpina romana, era la diosa de la primavera. Cuando Hades la raptó y la arrastró contra su voluntad a los reinos subterráneos, su madre maldijo la tierra y durante mucho tiempo no creció nada en los campos.

Los dioses, preocupados de que ése fuera el fin de la vida de los mortales y, por lo tanto, de quienes los adoraban, le pidieron a Zeus que interviniera. Después de conversar con su hermano, Hades aceptó devolver a Persefóne, mas antes de que saliera de los infiernos le dio de comer una granada, lo que la ataba para siempre al mundo de los muertos. Por fin, tras arduas negociaciones entre las divinidades, se convino que Perséfone regresaría a la Tierra, pero tendría que volver a los dominios de Hades tres meses al año, lo que dio origen al invierno, época de tristeza en el mundo terrenal.

A Hades se lo representa como una imponente figura de semblante adusto y barba espesa en cuya cabeza descansa un casco forjado por los Cíclopes, que le da el poder de la invisibilidad. Rodean su trono las Parcas, las Furias y, a veces, las Horas, puesto que cualquiera que aumente los súbditos de su reino goza de sus favores. Una vez en el reino de Hades, las almas se representan ante un tribunal de tres jueces, Minos, Radamantis y Éaco, que dictan sentencia. A las almas de los justos se las envía a los Campos Elíseos, una paradisíaca iluminada por un sol especial, adornada con hermosos bosques de mirtos y rosales y atravesaba por el río Leteo, cuyas aguas hacen olvidar a quienes las beben todos los males de la vida. Pero los otros van a parar al Tártaro, donde se les infligen terribles castigos, como es el caso de Sísifo, quien debe hacer rodar una enorme roca cuesta arriba; tan pronto como la piedra llega a la cumbre del monte, se despeña por la otra ladera y él tiene que recomenzar su inútil trabajo.

 

CERBERO, EL PERRO GUARDIÁN DEL SUBMUNDO

El perro de Hades, llamado Cerbero, se hallaba encadenado en las puertas de los infierno, con la misión de aterrorizar a los que llegaban e impedir que saliera de nadie. Se le solía representar con tres cabezas de perro, una cola de forma de serpiente y una serie de cabezas de serpiente en la espalda. La historia mitológica más conocida con la que se le asocia es la del descenso de Hércules a los infiernos para cumplir el encargo de su primo Euristeo quien le había mandado traer consigo a la tierra al fiero can. Hades le dio permiso para ello, con la condición de que venciera a Cerbero sin utilizar armas. Hércules así lo hizo, pero Euristeo se asustó al ver al perro y ordenó devolverlo a su anterior morada.

 

EL MITO DE ORFEO Y EURÍDICE

La historia más desgarradora de las referidas a quienes lograron entrar en el reino de los infiernos y salir para contarlo es la de Orfeo y Eurídice. A su regreso de una expedición, Orfeo recibió por esposa a la ninfa Eurídice, pero la felicidad de ambos duró poco, el pastor Aristeo, enamorado de Eurídice, se lanzó sobre ella. La bella intentó huir, pero recibió la picadura mortal de una serpiente. Orfeo derramó amargas lágrimas por su muerte, hasta que, desesperado, decidió bajar a los infiernos para recuperarla.

Con su canto convenció a Caronte para que lo llevaran al inframundo. Allí, la belleza de su música y sus palabras hicieron que, por un momento, los condenados olvidaran sus tormentos. Su música llegó a conmover a Hades y a Perséfone, quienes le permitieron llevarse a Eurídice con una sola condición: no debía volver la casa para mirar a su esposa hasta que estuviera de regreso en el mundo de los vivos. Pero al llegar a las puertas de los infiernos, Eurídice lanzó una exclamación de alegría y Orfeo se volvió. Con ello, su esposa desapareció en las sombras, esta vez para siempre.