¿Quiso Jesús fundar una iglesia?
Por: Juan Arias




na de las preguntas más delicadas, comprometedoras y complejas sobre Jesús de Nazaret es si quiso fundar una nueva Iglesia y una nueva religión. Una pregunta difícil, ya que la Iglesia Católica y, en general, las iglesias cristianas nunca van a admitir que ellas no fueron fundadas por Jesús a través de sus apóstoles. Y están convencidas de que el cristianismo es una nueva religión, como el Islam, el judaísmo o el hinduismo.

Ha habido, sin embargo, no pocos especialistas en materias bíblicas que se han planteado esa pregunta con seriedad. Y muchos de ellos, empezando por los modernistas, fueron condenados y perseguidos por haber puesto en tela de juicio que Jesús hubiese querido fundar una Iglesia. Roma, al revés, nunca ha tenido duda de que Jesús fundó su Iglesia sobre Pedro, a quien dio el poder de gobernar a la Iglesia y el don de la infalibilidad para no errar en su cometido.

Para empezar, hay que dejar bien claro que, aun en la hipótesis no probada de que no hubiera sido Jesús quien fundara la Iglesia Católica o que no fuera esa la Iglesia que él había pensado, eso no quita nada a la importancia que dicha institución religiosa, y en general el cristianismo, ha tenido y tiene en la historia. Ni le quita importancia el hecho de que esa Iglesia haya podido ser más bien fruto de la fe de los primeros cristianos y de la concepción religiosa de Pablo de Tarso, a quienes algunos autores consideran como el verdadero fundador del cristianismo, tras haber hecho que el cristianismo primitivo se separara de sus raíces judías originarias.

El problema es otro: es saber si Jesús, en algún momento, tuvo la idea de fundar una religión nueva, diferente de la que él había practicado y vivido en su familia, y si quiso fundar una Iglesia organizada como lo es hoy la Iglesia Católica.

El tema es de fondo y no sólo de forma. Sin duda, aun en el supuesto de que Jesús hubiese pensado en fundar una nueva Iglesia, muchas de las cosas de la Iglesia actual difícilmente las bendeciría, sobre todo por lo que se refiere a cómo ha sido organizado el gobierno central de la Iglesia en el Vaticano, el estilo del papado, copiado básicamente de los emperadores romanos, y la misma estructura de la Iglesia como monarquía absoluta. Ya muchos santos antiguos, como Santa Rita de Cassia, sin llegar a los actuales obispos y exponentes de la Teología de la Liberación, criticaron durante los excesos de una Iglesia preocupada más con los ricos y los poderosos que con los desheredados, no pocas veces contaminada por los poderes mundanos y políticos. Una Iglesia rica, llena de privilegios otorgados por los poderosos, muchas veces intransigente e inquisitorial. Todo eso lo sabemos, y son los mismos cristianos más comprometidos quienes se encargan de criticar.

Probablemente se trate de una traición antigua, casi de los orígenes del cristianismo, cuando éste, de ser una secta perseguida por los emperadores romanos, pasó a ser la religión de Estado del Imperio Romano, quien la cubrió de privilegios y prebendas. Como afirma Crossan: «Cuesta bastante trabajo mantener la serenidad cuando se lee el relato del banquete imperial celebrado al término del Concilio de Nicea». Dice así el relato:

«Algunos destacamentos de la guardia y del ejército rodearon la entrada del palacio con las espadas desenvainadas, y pasando por en medio de ellos sin temor, los hombres de Dios penetraron en los aposentos privados del emperador, donde se hallaban a la mesa algunos compañeros de éste, mientras otros yacían reclinados en lechos situados a uno y otro lado de la estancia. Cualquiera hubiera pensado que se trataba de un cuadro del Reino de Cristo, de un sueño hecho realidad».

El texto fue escrito por Eusebio, y Crossan lo comenta así en su obra Vida de un campesino judío: «De nuevo aparecen combinados el banquete y el Reino, pero los invitados son ahora los obispos, todos ellos de sexo masculino, que comen reclinados en lechos en compañía del propio emperador y esperan ser servidos por otros». Y añade: «Quizás el cristianismo sea una traición inevitable y absolutamente necesaria de la figura de Jesús, pues, de no ser así, todos sus seguidores habrían muerto en las colinas de la Baja Galilea. Pero ¿era preciso que esa traición se produjera en tan poco tiempo?».

JESÚS PREDICÓ UNA RELIGIÓN DEL CORAZÓN SIN TEMPLOS NI CATEDRALES

La pregunta es la siguiente: ¿qué era lo que Jesús intentó cuando, rodeado de un puñado de hombres y mujeres, de gente más bien sencilla, se puso a criticar algunos aspectos de la religión judaica de su tiempo (como hoy hacen los teólogos progresistas con el catolicismo) y a anunciar la llegada de un Reino nuevo? ¿Era ese anuncio del Reino el de la fundación de una nueva religión y una nueva Iglesia o era sencillamente el anuncio de una superación de la vieja religión de sus padres, infundiéndole mayor universalidad y proclamando la centralidad de la dignidad humana como el corazón mismo de la religión, o se trataba de una religión diferente? ¿O era un reino puramente temporal para arrojar a los romanos de la tierra de sus padres, por ellos ocupada?

Importante a este respecto sería saber la idea de Dios que predicaba Jesús y si era una idea de Dios inventada por él o sacada de las raíces de las Escrituras antiguas. Porque se habla de que una de las características de la nueva religión predicada por el profeta de Nazaret era la de un Dios padre en contraposición al Dios juez del Antiguo Testamento; el Dios de la compasión y no el Dios de la venganza; el Dios, no del ojo por ojo y diente por diente, sino el del padre que recibe al hijo pródigo, que se había ido de casa y había dilapidado su herencia, con tanta fiesta y alegría que hace enfadar de envidia al hijo fiel que se había quedado en casa.

Pero resulta que esa imagen también está en el Antiguo Testamento, concretamente en el profeta Isaías, cuando, hablando de Dios, dice que es más comprensivo que una madre, pues mientras una madre podría llegar a abandonar a un hijo, Dios nunca lo haría.

Hay un texto significativo, en el evangelio de Juan, que es también revelador de la idea que Jesús tenía de la religión, de la manera de adorar a Dios y de todo lo que es externo a la Iglesia, principalmente el problema de los templos. Es el pasaje en el que Jesús coquetea con la mujer samaritana que iba a sacar agua del pozo. Existía una gran enemistad entre judíos y samaritanos. Estos últimos eran considerados paganos, al no reconocer la religión de Israel. La samaritana provoca a Jesús diciendo que sus antepasados habían adorado a Dios en aquel monte donde se hallaban, mientras que los judíos decían que hay que adorarlo en el templo de Jerusalén.

Dos iglesias disputándose un lugar de culto. Jesús corta tajante: Créeme, mujer, se acerca la hora en la que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre... Llega la hora, y ya estamos en ella, en la que los verdaderos adoradores adorarán en espíritu y en verdad.

Si estas palabras de Jesús son históricas - y la Iglesia las reconoce como tales -, habría que hacerse muchas preguntas. Por lo pronto resulta evidente que, si Jesús pensaba en un tipo nuevo de religión, en ella no iban a tener ninguna importancia los lugares físicos de culto, ya que, como él dice, los seguidores de esa nueva religión tendrían que rendir culto a Dios no en iglesias, templos y catedrales faraónicas, sino dentro de sí mismos. Sería el corazón, el espíritu del hombre, el gran templo interior donde mejor van a poder encontrarse con Dios.

Sobre este texto se han derrochado ríos de tinta. Pero pocos han ahondado en él para observar que se trata de una dura crítica a todo el fausto de las iglesias levantadas por católicos y protestantes. A la mujer samaritana, Jesús le dice muy claro que en el futuro o, mejor, ya desde aquel momento van a importar muy poco tanto el Templo de Jerusalén como las catedrales que un día levantarían en su nombre, ya que nada de eso es importante para rendir culto al Dios que habita en el corazón de las personas y no en la oscuridad y magnificencia de los templos.

¿Podía un profeta que tenía esa idea del culto pensar en fundar una iglesia que más tarde quitaría el oro a los pobres para enriquecer sus templos, una iglesia en la que sus seguidores se enzarzarían en una disputa por saber si era más importante, por ejemplo, la Basílica de San Pedro que las otras catedrales del mundo, ninguna de las cuales podría construirse con una superficie superior a la de aquélla? Sin duda no. En el mejor de los casos, Jesús nunca pudo pensar en una iglesia como la actual, rica y lujosa. Pero ¿Y en cuanto a la doctrina?

Bonhoeffer, el teólogo protestante que murió en un campo de concentración nazi, dejó escrito que Jesús no llamó a una nueva religión, sino a la vida. Es decir, que para él la verdadera religión era la vida, la forma de comportarse con los demás y con Dios. Y todo lo demás ha sido construcción posterior.

Según algunos teólogos modernos, como Juan José Tamayo, Jesús fue un creyente judío sincero, radical, que frecuentaba las sinagogas, donde oraba y predicaba; que participaba en las fiestas religiosas de su tiempo, y que no hizo otra cosa que introducir correctivos de fondo en la legislación y en las instituciones religiosas, proponiendo una concepción alternativa de la vida religiosa orientada a la liberación integral del ser humano.

JESÚS QUISO LIBERAR A LOS HOMBRES DEL PESO DE LAS RELIGIONES

De ahí el que haya quien llega a decir que la misión de Jesús era la de liberar al hombre del peso de las religiones antiguas, empezando por la suya, la judía, que imponían a la gente pesos que no podían soportar y que quienes los imponían eran los primeros en desentenderse de ellos. Y que, precisamente por ello, mal podía pensar en fundar otra religión con nuevas estructuras que acabarían sofocando las conciencias de los creyentes.

¿Sería, pues, una herejía decir que lo que Jesús pretendió fue hacer tomar conciencia a la gente de que la misma religión, sobre todo en sus aspectos legislativos, culturales y rituales, acaba siendo una esclavitud, mientras que la fe verdadera, la verdadera espiritualidad, tendría que ser la gran liberación de todo lo que oprime a las conciencias? Por eso Jesús estaba en contra del comercio de los sacrificios de los animales en el Templo para conquistarse la benevolencia de Dios, que acababa arruinando a tantas familiar pobres. Él quería otro tipo de relación personal del hombre con Dios basada no en el derramamiento de sangre o en el puro sacrificio (no ayunaba ni dejaba ayunar a sus discípulos), como si se tratara de un Dios sediento de dolor, sino en el amor y el respeto a todo y a todos, y no sólo a los privilegiados y poderosos.

No es imposible que lo único que Jesús pidiera a sus discípulos fuera que después de su muerte se dedicaran a anunciar a la gente, dentro y fuera de Israel, aquellas ideas sencillas y liberadoras de las ataduras de las religiones enseñando a la gente a adorar a Dios en espíritu y en verdad, y anunciando a los más marginados de aquella sociedad pobre y agitada - donde los pobres y lisiados eran los parias - que ellos iban a tener un lugar privilegiado en el corazón del Dios que no hace acepción de personas y que, si acaso, está más cerca de los despreciados y humillados por el poder que de los poderosos.

Entonces, ¿qué ocurrió después de su muerte para que aquel puñado de ideas revolucionarias - pero al mismo tiempo sencillas y sin ninguna pretensión de convertirse en una nueva religión - acabaran convirtiéndose en una nueva Iglesia institucionalizada a la manera de la Sinagoga judía? Responder a esta pregunta ha sido un reto difícil de no pocos historiadores y teólogos. Entre ellos destaca César Vidal, con sus estudios sobre el judeo-cristianismo de los primeros días de la Iglesia, en su obra El judeo-cristianismo palestino en el siglo I.

Los esfuerzos realizados por este autor para bucear en aquel mar complejo de las primeras comunidades cristianas venidas del judaísmo y con él y por él contaminadas demuestran la complejidad del problema y cómo pueden existir lecturas muy dispares de los mismos hechos históricos.

La conclusión a la que llega este historiador de que la primera iglesia judeo-cristiana no tuvo pretensiones de orden político y casi ni sociales, sino más bien espirituales y místicas, y que sus miembros no pertenecían a las clases más pobres de la sociedad, sino, por lo menos en parte, a las clases medias, contrasta, por ejemplo, con tantos otros autores que vieron en Jesús a un revolucionario político-social. Un revolucionario que simpatizaba con los movimientos de los zelotes, los guerrilleros del tiempo, que creía que Dios iba a libertar a Israel del yugo de los romanos y cuyo interés primordial eran los parias de la sociedad judía y no los ricos ni las clases medias, aunque tuviera contactos con ellas.

¿FUE LA FILOSOFÍA GNÓSTICA LA PUERTA DE LA NUEVA TEOLOGÍA CRISTIANA?

Lo que cada día parece más claro a partir de los estudios realizados es que el judaísmo del tiempo de Jesús no era monolítico. Existían mil vertientes del mismo y mil contaminaciones con los pueblos de fuera de Judea, sobre todo con el mundo helénico y, en general, con toda la cuenca del Mediterráneo. Se trataba de una sociedad campesina atravesada por muchas inquietudes en la que pululaban movimientos mesiánicos y políticos de todo tipo.

De ahí el que no fuera raro que también las ideas de Jesús, el profeta que acabó despertando tantas preocupaciones que acabaron crucificándolo por peligroso, estuvieran mezcladas y entrelazadas con dichos movimientos, que iban desde los más radicales y políticos, como el de los zelotes, a los más espiritualistas, como el de los esenios de Qumrán. Cosa que se nota en la misma composición del grupo de los doce apóstoles, muy diferentes entre ellos, y que por ello interpretaban de manera a veces contrapuestas las palabras del Maestro.

Del mismo modo todo hace pensar que aquellas diferentes visiones de la doctrina de Jesús repercutieron muy pronto en la forma en que las primeras comunidades cristianas interpretaron y vivieron la doctrina del profeta crucificado. Es verdad que todos los apóstoles acabaron dando la vida en defensa de la fe en Jesús Resucitado. El mismo Judas Iscariote, considerado el traidor, acabó sacrificando su vida a través del suicidio. Pero no para todos ellos ni para todos los primeros cristianos la fe en Jesús era idéntica, sino que tenía matices diferentes e importantes, empezando por la disputa entre los mismos apóstoles sobre si los judíos convertidos a Jesús, a quien consideraban el verdadero Mesías anunciado a Israel, debían o no circuncidarse, seguir los rituales judaicos y frecuentar la Sinagoga.

Que la doctrina del profeta Jesús fue interpretada de muchas formas lo demuestra el hecho de que enseguida empezaron a surgir lo que las primeras comunidades consideraron herejías o desviaciones de la verdadera doctrina predicadas sobre todo por Pedro y Pablo. Como botón de muestra habría que recordar la herejía de los grupos gnósticos que tuvo una enorme importancia en el cristianismo primitivo durante todo el primer siglo de esta era y que hubiera quedado relegada al olvido, tras la persecución que sufrieron sus seguidores, de no haberse descubierto, al final de los años cuarenta, la famosa biblioteca gnóstica de Nag Hammadi, en Egipto, en la que se hallaron los famosos cinco evangelios gnósticos (el de Tomás, el de los Egipcios, el de la Verdad, el de María y el de Felipe).

El gnosticismo era una mezcla de filosofía y de religión que intentó injertarse y conciliar su doctrina con la del naciente cristianismo, creando una doctrina ecléctica basada sobre todo en el pensamiento y que algunos estudiosos de las religiones, como Adolf Harnak, llegaron a considerar como la primera elaboración teológica del cristianismo.

Pero algunos estudiosos, como César Vidal, que han profundizado en el tema de la gnosis, están convencidos de que esta filosofía es anterior al cristianismo y de que su importancia radica en que intentó injertarse en la nueva religión, nacida de las raíces del judaísmo, dando lugar a un tipo de religión ecléctica que se había apoderado de la figura y de la doctrina de Jesús de Nazaret para interpretarla a la luz de sus ideas, al mismo tiempo que había influenciado la vertiente esotérica del judaísmo. Y se vio enseguida que iba a ser un duelo entre ambos pensamientos y que sólo uno de ellos podría acabar sobreviviendo. Como de hecho fue.

Los gnósticos eran más bien esotéricos. Sus adeptos veían a Cristo más bien como una emanación de la Ausencia, del Pneuma o Espíritu del Padre, y lo llamaban Ophis, es decir, el símbolo de la Sabiduría divina manifestada en la materia. Muchos de los escritos oficiales de la Iglesia, como el evangelio de Juan, los Hechos de los Apóstoles o las Cartas de Pablo, están cuajadas de términos tomados de los gnósticos, como Pleroma (plenitud), Aeon (emanación), Archonte (corona o dignidad), Adonai (imperio), que es el décimo Sephirot de la Cábala o fuego consumidor, etc.

Los gnósticos aparecen también en muchos de los evangelios apócrifos, como en el Libro de la Ascensión, de Elías, o en el Evangelio, de Nicodemus. Los gnósticos tuvieron figuras importantes durante los primeros años del cristianismo, como Valentim, que vivió en Roma del 136 al 165. Existe hasta un evangelio atribuido a él. Fue uno de los primeros doctores de la Iglesia y casi fue elegido Papa. Es bien posible que si Valentim, que era egipcio, hubiese llegado al trono de San Pedro, hoy los evangelios considerados inspirados podrían haber sido otros y no los actuales de la Iglesia.

El cristianismo acabó definitivamente con la gnósis cuando durante el reinado del emperador Teodosio (379 - 383 d.C.) la Iglesia Católica, que ya desde Constantino había empezado a ser vista con buenos ojos y había dejado de ser perseguida, se convirtió oficialmente en el religión del imperio. A partir de ese momento, junto con los privilegios concedidos a la nueva religión de estado, se ordena la persecución de todo tipo de herejía. Y es en ese momento cuando los gnósticos comienzan su calvario y cuando los obispos ordenan a los monjes que quemen todas las obras que contengan herejías contrarias al catolicismo oficial. Sólo que los monjes, que ya eran críticos con algunas actitudes de la jerarquía eclesiástica, en vez de quemar aquellos manuscritos gnósticos, los enterraron. Eso ha hecho posible que llegaran hasta nosotros sin que desaparecieran para siempre.

Una de las cosas importantes de los evangelios gnósticos es que podrían contener elementos de la doctrina original de Jesús que no pasaron a los evangelios canónicos. Es un estudio que aún debe ser profundizado. Sin duda, se ha presentado la doctrina gnóstica como en contraposición a la teología católica y cristiana. Pero no podemos olvidar que la interpretación que de esa doctrina se ha dado tuvo que ver con el hecho de que se la consideró del todo herética y contraria al cristianismo oficial, desde el concepto que ellos tenían de la creación al de la redención.

LOS GNÓSTICOS NO CREÍAN EN LA RESURRECCIÓN NI EN LOS SACRAMENTOS Y ERAN MÍSTICOS

Conocido es el enfrentamiento frontal de Pablo con los gnósticos que habían influenciado a los cristianos de Corintio, a quienes Pablo considera como seguidores de un Jesús diferente del que él predicaba. En efecto, para los cristianos de Corintio, Jesús no era un personaje terrenal, sino sobre todo espiritual; se concedía poco valor a su muerte en la cruz y se negaba su resurrección, al mismo tiempo que no se les daba importancia a los sacramentos y sí a las experiencias místicas. Es decir, un Jesús casi opuesto al predicado por Pablo, que fundo su teología en el Jesús crucificado y en su resurrección con el mismo cuerpo que tenía en vida.

Se trataba, pues, del enfrentamiento de dos teologías, de dos visiones de Jesús y de su doctrina de las que sólo la vencedora, la de Pablo, acabó triunfando, mientras que la otra, la gnóstica, la perdedora, fue condenada y proscrita. De ahí que haya sido difícil, hasta el momento, saber si en dicha teología condenada a la hoguera existían o no elementos incluso más primitivos e históricos sobre Jesús que en el cristianismo de Pablo que se impuso como religión oficial.

Todo ello es importante para la cuestión en discusión de si Jesús quiso fundar una Iglesia o se la fundaron entre unos y otros, con la pugna entre diferentes pensamientos filosóficos y teológicos que se fueron mezclando, que lucharon entre sí por la propia hegemonía y que acabaron configurando el actual catolicismo.

En efecto, viendo cómo se fue organizando la nueva Iglesia, sus luchas internas y las diferentes concepciones que existían de Jesús y de sus enseñanzas ya en los albores de la Iglesia, resulta difícil pensar que Jesús transmitiera a sus apóstoles las bases concretas y claras de la Iglesia que él quería fundar. Pero hay más: la primerísima comunidad cristiana, formada aún por los apóstoles que habían convivido con el Maestro y por los primeros convertidos a la fe en Jesús reconocido como Mesías y vencedor de la muerte, tiene muy poco de una religión totalmente nueva, ni de una Iglesia fundada ex novo siguiendo las enseñanzas de Jesús.

Hoy, gracias a los estudios de lo que fue el llamado judeo-cristianismo palestino de los años inmediatamente posteriores a la muerte de Jesús en la cruz, sabemos muy bien que se trataba de unos judíos que seguían observando fielmente todas las leyes de su religión de origen, todos sus rituales de culto y de higiene y todas las prescripciones, hasta las más pequeñas. Eran todos circuncidados y frecuentaban regularmente los cultos de la Sinagoga. De ahí las discusiones de si los nuevos cristianos (que entonces no se llamaban así, ya que el término de cristiano nació mucho después y con tintes más bien de insulto y desprecio por parte de los romanos) podían empezar a prescindir del cumplimiento de algunas leyes judaicas, como, por ejemplo, del rito de la circuncisión y de los rituales higiénicos o si debían seguir cumpliéndolas fielmente.

En verdad más que de seguidores de una nueva religión se trataba de seguidores del judío Jesús de Nazaret, que había dicho bien claro que su misión no era la de abolir la ley judaica de Moisés, sino perfeccionarla. La diferencia de fondo no era la de predicar una religión nueva, sino la de aceptar que Jesús no había sido un profeta más, sino el Mesías que había sido anunciado por las Escrituras. De ahí arranca si acaso la originalidad y la divergencia entre los judeo-cristianos y los cristianos de más tarde, los venidos del helenismo que ya no eran judíos, pero a quienes Pedro curiosamente quería obligar a cincuncidarse antes de entrar en el nuevo cristianismo. Señal clara de que para los apóstoles el cristianismo no era mucho más que un judaísmo que se abría a los gentiles y que aceptaba en su seno a otros pueblos fuera de Palestina, pero que tenían que aceptar al mismo tiempo que Jesús había sido un judío observante, aunque crítico.

La verdadera ruptura nace con la llegada del judío fariseo Pablo, que de perseguidor de los cristianos se convirtió en un apóstol más, dando un revolcón al judeo-cristianismo al que acabaría separando de sus raíces originales judías. De ahí el que haya habido historiadores que afirmen que la Iglesia Católica actual, con su teología, fue más obra de Pablo que de Pedro, es decir, más griega y aristotélica que judaica y, por tanto, ya muy diferente del pensamiento primitivo de Jesús. Aunque lo cierto es que la Iglesia nunca llegó a liberarse del todo de sus raíces judías que han quedado, para bien o para mal, pegadas a los pliegues de su doctrina y hasta de sus rituales.

¿FUE EL PRIMER CRISTIANISMO ALGO RADICALMENTE DIFERENTE AL JUDAÍSMO?

Hoy casi la totalidad de los teólogos católicos está de acuerdo en que el cristianismo primitivo, formado sólo por judíos y que dirigían al principio su predicación exclusivamente a otros judíos, no era algo totalmente diferente de la religión judaica. El judeo-cristianismo palestino no era una nueva religión, afirma César Vidal, aunque convencionalmente todo el mundo estuviera dispuesto a entenderlo así. Era una rama de la religión judía del Segundo Templo, tan legítima como podía resultar la de los fariseos, los saduceos o los sectarios de Qumrán... Por eso su apologética se basaba fundamentalmente en el Antiguo Testamento interpretado no tanto a la luz de Jesús como de ciertos pasajes que se consideraban identificados con éste.

La misma apertura a los gentiles, es decir, a los no judíos, no era una idea original de los seguidores de Jesús, ya que existían precedentes en el judaísmo del Segundo Templo. Hasta el punto que una de las luchas de algunos grupos judíos contra los judíos-cristianos se centraba en la captación de dichos gentiles a la propia secta.

Según César Vidal, si acaso, lo original del cristianismo más tardío fue el permitir a los gentiles seguir siendo tales para obtener la salvación sin que fuera ya necesario convertirse antes en judíos. Y por lo que se refiere a la posible originalidad del movimiento en su estadio carismático, tras las manifestaciones del Espíritu ya existían en los profetas antiguos del judaísmo. Si acaso la novedad es que los primeros cristianos aseguraban que el Espíritu había descendido sobre ellos, enviado por Jesús resucitado de entre los muertos.

Y en esas primeras comunidades no existen vestigios de que los apóstoles, siguiendo directrices de Jesús antes de morir, estuvieran fundando una nueva Iglesia jerarquizada. Ni siquiera existía el mecanismo para la sucesión de los doce apóstoles. La verdadera jerarquía era la de los diferentes dones de la profecía. Poseía mayor autoridad en el seno de la comunidad quien demostrara que había recibido más dones del Espíritu y apareciera con mayor carisma y más santo.

Sólo más tarde, ya en el siglo II, las cosas empiezan a cambiar. Comienza entonces a perfilarse una Iglesia jerarquizada, en la que la posición de poder tiene mayor fuerza que la de la profecía y del carisma. El poder empieza a residir en los obispos, que se constituyen en sucesores de los apóstoles. Es un poder sobre todo masculino, del que aparecen relegadas las mujeres que tanta importancia habían tenido en el período del carisma y de la profecía. Se empieza a crear la jerarquía con poderes jurisdiccionales, copiados en parte del poder temporal de los emperadores, y hasta se empieza a ver con ojos sospechosos los dones del Espíritu que le habían estado en origen del primerísimo cristianismo aún en vida de los apóstoles.

De allí se llego a la lucha sobre la mayor o menor importancia de los sucesores de los diferentes apóstoles, con la creación, primero de los patriarcados orientales - que en principio tenían idénticos poderes - hasta llegar a la primacía de la sucesión del apóstol Pedro, en la sede episcopal de Roma, y el subsiguiente nacimiento del papado, calcado en muchas de sus estructuras de los emperadores. Aquello dio inicio a las luchas de los patriarcas entre sí y a los cismas originados por la doctrina que otorgaba al patriarca de Roma (futuro Papa) la infalibilidad pontificia y, por tanto, un poder real y concreto sobre todos los otros patriarcados.

La pregunta que nunca tendrá respuesta es si esa religión y esa iglesia, así concebidas y organizadas, fue algo que Jesús pensó y soñó, o si fue sólo la creación paulatina y teológica de algo concebido sólo por sus seguidores y estructurado y amasado a través de toda una serie de interpretaciones de un núcleo original de doctrina de un profeta judío. De aquel profeta, nacido en la aldea de Nazaret que había intuido que la verdadera religión del mundo debería ir más allá del judaísmo de sus padres para abrirse a todas las gentes liberándolas del yugo de las antiguas religiones.

La otra pregunta sin respuesta es si Jesús, volviendo a la tierra, reconocería como suya, o como inspirada en lo que él predicó y por lo que fue llevado a la muerte horripilante de la cruz, la actual Iglesia católico-cristiana, fundada hoy más sobre el Jesús de la fe que sobre el verdadero Jesús histórico, del que tan poco nos ha llegado hasta nosotros. Esta Iglesia, que se dice fundada por Jesús, ¿no será más bien la heredera de una fe que se fue construyendo a lo largo de los siglos sobre los frágiles pilares de su verdad histórica, sobre su mito y sobre los dogmas por ella creados?