La Biblia,
Solo leyenda y religión

Ricardo Herren, es periodista

   

Patriarcas como Abraham o Jacob nunca existieron; los poderosos monarcas David y Salomón fueron reyezuelos marginales... RICARDO HERREN analiza el Antiguo Testamento a la luz de la investigación más reciente

El arzobispo anglicano y primado de Irlanda James Ussher, tras realizar un minucioso estudio de las cronologías de la Biblia en 1650, precisó que el Universo había sido creado por Dios el 22 de octubre de 4004 a.C. por la tarde, es decir, hacía entonces 5.654 años (6.005 en 2001). Hoy sabemos que Su Ilustrísima se equivocó en unos 14.000 millones de años. Pero en su tiempo su trabajo fue estimado como un valioso aporte al conocimiento de la historia del mundo. La cronología del arzobispo recibió amplia aceptación en Occidente hasta bien entrado el siglo XIX.

A lo largo de varios milenios para los hebreos, primero, y luego para todo el orbe cristiano, el texto bíblico ha constituido el más fidedigno documento histórico del pasado de la humanidad, donde se narraba lo ocurrido desde la Creación ex nihilo del Universo por el Dios de los judíos y posteriormente, el origen del hombre, hecho "a imagen y semejanza" de su Dios, seguido de la posterior aventura de los seres humanos centrada en la historia del pueblo hebreo.

La Biblia en su conjunto se presenta, en buena parte, como una obra de narración histórica verídica o al menos verosímil con cronologías puntuales, reinados, referencias geográficas, relatos de grandes migraciones, batallas, conquistas, nombres propios de personajes relevantes y marginales, etc. además de los avatares privados de numerosos individuos.

Pero el último siglo de intensas investigaciones arqueológicas en la región, sumadas a los estudios históricos y de crítica textual, han dado al final una versión muy distinta de los hechos: "Los actos de los patriarcas son pura leyenda, los israelitas nunca estuvieron en Egipto, no vagaron por el desierto, no conquistaron la tierra en una campaña militar y no la legaron a las doce tribus de Israel", afirma el prestigioso arqueólogo israelí de la Universidad de Tel Aviv, Ze`ev Herzog. "Aunque lo más difícil de tragar - añade - sea el hecho de que "la monarquía unida" de David y Salomón, descrita en la Biblia como un poder regional fue, a lo sumo, un cacicazgo"

En apoyo de la Biblia

Paradójicamente, las excavaciones arqueológicas en Palestina fueron impulsadas por cristianos y judíos militantes que querían demostrar la veracidad de los relatos bíblicos, amenazada por las teorías científicas sobre el origen del Universo, la evolución de las especies y los hallazgos de la crítica literaria de la Biblia a fines del siglo XIX.

Su método era muy cuestionable desde el punto de vista científico: partían de su convicción de que todo en la Biblia era sustancialmente cierto, así que trataban de hacer encajar los hallazgos arqueológicos con las narraciones del Antiguo Testamento. Liderada por el norteamericano William F. Albright y el rabino Nelson Glueck, esta rama de la Arqueología, la Arqueología Bíblica, se dedicó sobre todo a excavar ruinas de grandes ciudades y a estudiar la cultura hebrea desgajada de la de otros pueblos de la región. Pese a sus esfuerzos, pronto empezaron a surgir contradicciones entre los relatos bíblicos y los hallazgos materiales.

En los años setenta del siglo pasado comenzó a aparecer una nueva generación de arqueólogos, que con una metodología opuesta empezaron a socavar la construcción albrighteana sobre la historicidad de los patriarcas: partieron de los datos científicos, es decir, de los resultados de las excavaciones realizadas con métodos más modernos, de las correlaciones históricas con otros pueblos de la región, de las críticas literarias y sólo entonces fueron a mirar y cotejar lo que decía la Biblia.

A partir de ahí se desarrolló toda una oleada de nuevas investigaciones de mayor rigor científico, a la que Herzog llama "una revolución arqueológica". Sus conclusiones se resisten todavía a ser aceptadas por la conciencia pública, "pero no pueden ser ignoradas". Los profetas y escribas que compusieron los textos bíblicos eran mejores teólogos, literarios y propagandistas que historiadores.

Cuántos y cuándo

Una de las primeras dificultades y a la vez contradicciones del relato bíblico inicial es en qué época se produjeron los hechos narrados, esa cuestión que el arzobispo anglicano creía haber resuelto. Según la cronología de la Biblia, Salomón erigió el Templo 480 años después del éxodo de Egipto. En la cuenta atrás hay que sumar unos 439 años de estancia en el país del Nilo y las vidas desmesuradamente largas de los patriarcas, con todo lo cual Abraham habría emigrado de "Ur de los Caldeos" a Canaán en el siglo XXI a.C.

Pero la arqueología no ha encontrado ninguna evidencia que pudiera sustentar tal afirmación ni en el XXI ni en los siglos sucesivos. Benjamín Mazar, uno de los arqueólogos que defienden todavía la historicidad (parcial) de la Biblia, ha propuesto trasladar la época de la migración de Abraham un milenio más tarde, al siglo XI, pero eso la situaría en la época en que los israelitas se instalaron en la Tierra Prometida.

El Génesis contiene no pocos anacronismos que, además, chocan con sus propias cronologías, lo que sugiere que fueron escritos en épocas muy posteriores. Se afirma que Abraham era originario de "Ur de los Caldeos", pero los caldeos (como llamaban los hebreos a los neobabilónicos) no aparecen en la Historia antes del siglo VIII a.C., más de un milenio después de las fechas bíblicas.

Las historias de los patriarcas van asociadas con el uso de camellos a gran escala, lo que también es anacrónico. "Los camellos fueron domesticados en un proceso largo y gradual que llevó cientos de años", explica Nadav Na`aman, profesor de la Historia Judía en la Universidad de Tel Aviv. No se encuentran abundantes huesos de estos animales hasta los estratos correspondientes al siglo VII a.C., añade el catedrático.

Estos son apenas algunos ejemplos de las contradicciones entre las evidencias arqueológicas y las narraciones bíblicas que han llevado a buena parte de los expertos a admitir que la etapa de los Patriarcas pertenece al mundo de las tradiciones o leyendas, en las que puede nada o muy poco de Historia. Incluso muchos de los relatos del Génesis, como el del Diluvio Universal y Noé están copiados de tradiciones mesopotámicas, mucho más antiguas, que los hebreos probablemente conocieron durante su exilio en Babilonia.

Dice Philip Davies, profesor de Estudios Bíblicos de la Universidad británica de Sheffield: "En la última gran conferencia académica de la Northwestern University en Chicago sobre Los Orígenes del Pueblo Judío ya no hubo ni un solo ponente que defendiera la historicidad de las narraciones de los patriarcas en el Génesis", pese a que allí estaba reunido lo más granado de los especialistas en Historia Bíblica de distintas escuelas.

A lo largo de milenios, Egipto fue una tierra de refugio de los nómadas o desplazados del Medio Oriente. La razón principal es que éstos estaban sometidos a los cambiantes regímenes de lluvias para recoger sus cosechas o alimentar sus rebaños, mientras que las crecidas puntuales del Nilo aseguraban a los egipcios una agricultura sin demasiados contratiempos.

Jacob con sus hijos, en el relato bíblico, van a comprar trigo a Egipto en un año de estrecheces en Canaán y allí encuentran encumbrado a su hijo José, a quien sus hermanos habían vendido como esclavo. La historia es conocida y marca el comienzo de un período de más de cuatro siglos durante el cual los israelitas permanecen en Egipto, según el Génesis.

Finalmente, el caudillo hebreo Moisés huye con su pueblo y atraviesa el Mar Rojo, cuyas aguas se abren a su paso y se cierran cuando el ejército egipcio que los persigue intenta atravesarlo con el faraón a la cabeza. Luego, durante cuarenta años vagan por el desierto. Allí Moisés recibirá en lo alto del monte Sinaí las Tablas de la ley que sellan la Alianza entre Yavé e Israel, su pueblo elegido, inicio del culto monoteísta.

Pero los egipcios, minuciosos cronistas de los hechos trascendentes de su Historia, no mencionan para nada esta prolongada presencia de los israelitas en su país, ni ninguno de los hechos extraordinarios narrados en la Biblia, como las plagas, la matanza de los primogénitos, la fuga de cientos de miles de personas o el aniquilamiento del ejército egipcio tragado por las aguas. Todos los faraones que reinaron en la época se encuentran momificados y enterrados en sus tumbas (o en los museos) y no en el fondo del mar. Y lo que es más llamativo: la ignorancia es mutua, porque los cronistas bíblicos no mencionan siquiera el nombre del faraón con quien Moisés trata de negociar el éxodo de su pueblo.

Los intentos de encontrar alguna huella arqueológica de los 40 años de vagabundeo en los sitios mencionados en el relato bíblico, no han arrojado ni la más pequeña evidencia de la presencia de muchos centenares de miles de personas. Ni siquiera el monte Sinaí, donde Moisés recibió el Decálogo, ha sido localizado con certeza.

Monoteísmo tardío

Incluso William G. Dever, ferviente defensor de la historicidad de la Bíblia, reconoce que el monoteísmo de Israel no comenzó en el desierto como dice el Éxodo, sino algunos siglos más tarde. "No tenemos evidencias arqueológicas claras de religión y cultos israelitas antes de la monarquía en los siglos X y IX a.C.", dice este profesor de Arqueología del Cercano Oriente en la Universidad de Arizona, recientemente convertido al judaísmo.

"Los israelitas nunca vivieron en Egipto", subraya Niels Peter Lemche, profesor de estudios del Viejo Testamento en el Departamento de Estudios Bíblicos de la Universidad de Copenhague. "Los autores de las narraciones bíblicas deben de haber tomado la historia de los recuerdos de algún grupo pequeño de personas que alguna vez estuvieron en Egipto", especula.

La única mención de Israel que se encuentra en los anales egipcios de la época es una estela erigida por el faraón Merneptá (1209 a.C.) en la que canta sus glorias militares: "Canaán ha sido limpiada de enemigos", afirma en la parte pertinente. "Ashkelon ha sido tomada, Gezer ha sido capturada, Yenoam ya no existe, Israel está devastado, sin descendencia posible". La significación exacta de esta aislada mención sigue siendo materia de discusión entre los especialistas.

Lo cierto es que por el modo en que está escrita la frase debe entenderse que "Israel" es un pueblo nómada y no un topónimo, como los otros nombres mencionados. Pero es imposible conocer a quienes se refieren los egipcios exactamente. "Nada sabemos de un grupo humano llamado "Israel" 200 años antes de la fundación de la monarquía y el comienzo de la protohistoria de Israel", dice Na`aman. De hecho, "el texto egipcio está abierto a numerosas interpretaciones ninguna de las cuales puede ser verificada con ningún grado de certidumbre", agrega.

En la Biblia, tras el largo peregrinaje por el Sinaí, los israelitas llegan finalmente a Transjordania y se disponen a atravesar el río Jordán para iniciar la conquista de Canaán al mando del líder que sucede a Moisés: Josué. Yavé les confirma que les da "todo lugar que sea hollado por la planta de vuestros pies", "desde el desierto y el Líbano hasta río Grande, el Éufrates (toda la tierra de los hititas) y hasta el mar". Pero tendrán que conquistarla a sangre y fuego y perpetrar el genocidio de sus habitantes. Cuarenta mil hombres de guerra, los sacerdotes y el resto del pueblo atraviesan el río Jordán. El primer objetivo es Jericó, una antiquísima ciudad erigida en un oasis. Al sonido de las trompetas de los sacerdotes hebreos, sus murallas caen y los israelitas toman la ciudad, degüellan a casi todos sus habitantes y a sus ganados, se apoderan de sus riquezas en oro para el altar de Yavé y la incendian.

La conquista de un reino

Luego le toca correr suerte similar a la vecina de Ay. Así, sucesivamente, los ejércitos victoriosos de los hebreos conquistan el norte y el sur de Canaán, matan a todos sus habitantes y reparten las ciudades entre las tribus. Hasta 31 reyes de ciudades-Estado son derrotados por las fuerzas israelitas, según la Biblia.

La realidad que delata la Arqueología, empero, es bien diferente. En la última parte del siglo XIII a.C., cuando según el texto bíblico se produjo la conquista de Canaán, muchas ciudades como Jericó o Ay no sólo no tenían murallas sino que ni siquiera existían como centros poblados.

"A medida que más y más ciudades fueron desenterradas la conclusión fue inevitable: no existen bases fácticas que respalden la versión de una conquista militar de Canaán", dice Herzog.

Todas las ciudades excavadas estaban muy lejos de las exageradas descripciones de la Biblia, según las cuales eran grandes centros urbanos con murallas y edificios que llegaban al cielo. "Se trataba de asentamientos no fortificados que en el mejor de los casos consistían en unas pocas estructuras o en el palacio del gobernante, más que en una verdadera ciudad", añade Herzog. "La cultura urbana de Palestina se desintegró en un largo proceso de siglos: no fue consecuencia de una conquista militar".

Más aún: la descripción de la Biblia ignora algunos aspectos fundamentales como que, en esos tiempos, Canaán estaba ocupada militarmente por Egipto, poder al que el relato del libro sagrado no menciona en ningún momento. "Hasta mediados del siglo siguiente, el XII, Egipto mantuvo el dominio", señala Herzog, hasta que a fines del siglo XII el ejército de los faraones se retiró definitivamente de Canaán.

"Resulta evidente que la mayoría de las narraciones de conquistas carecen de fundamentación histórica", subraya Na`aman. "A fin de darle verosimilitud a su historia, el autor copió las grandes líneas del relato de otros acontecimientos concretos tomados de la historia de Israel", que han sido identificados por los estudiosos e inventariados por Na`aman en su obra The Conquest of Canaán in the Book of Joshua and in History (Jerusalem, 1994).

El mestizaje cananeo

Si los hebreos no provinieron de Egipto ni conquistaron Canaán, ¿cómo se formó el pueblo de Israel o, al menos, la identidad judía?

Hacia 1250 a.C. se desencadena en Micenas, al sur de Grecia, la llamada hambruna micénica, que se irá extendiendo a Anatolia y a todo el Cercano Oriente. Hay sobradas pruebas de que se registra un cambio climático que trae persistentes sequías que durarán hasta el siglo XI a.C. El hambre provoca el abandono de pueblos y ciudades y el desplazamiento de grandes masas, parte de las cuales, forzadas a sobrevivir, forman partidas de bandidos o grupos de mercenarios. A ellos se suman otros, como los llamados Pueblos de Mar, de los que forman parte los bíblicos filisteos. Las culturas urbanas de Canaán-Siria y Anatolia entran en colapso y muchas son aniquiladas por los errabundos. En el siglo XII a.C., todos los reinos de la región, a excepción de Garchemish y Melid, son saqueados y destruidos para siempre.

A comienzos de esa centuria los Pueblos del Mar provocan la caída de uno de los grandes Imperios de la región, el Hitita, situado en lo que hoy es Turquía. Oleadas sucesivas de hititas y pueblos vecinos llegan a Canaán desde el norte y se suman a los grupos nómadas o nomanizados por las carestías y el arrasamiento de la cultura urbana. Algunos intentan penetrar en Egipto a la busca de alimentos.

Poco a poco, estos grupos heterogéneos en cuanto a origen se van asentando, fundan o refundan poblaciones y se mezclan con los cananeos nativos. La tradición bíblica conserva el recuerdo de este mestizaje, en una versión que la arqueología confirma como mucho más verosímil que la de la conquista militar de Canaán y el aniquilamiento de la población nativa: "Y los israelitas habitaron en medio de los cananeos, hititas, amorreos, perizitas, jivitas y jebuseos; se casaron con sus hijas, dieron sus propias hijas a los hijos de aquellos y adoraron a sus dioses" (Jueces, 3:5-6).

"Sólo dos de estas siete naciones preisraelitas representan a la población autóctona del país; los cananeos y los amorreos. El resto lleva nombres de grupos escindidos de otros mayores que emigraron a Canaán en el siglo XII y se asentaron allí junto a grupos semíticos occidentales (los llamados israelitas)", explica Na`aman.

A partir de estas circunstancias, "los diferentes grupos cristalizaron en un largo y gradual proceso. Las afiliaciones étnicas y las identidades nacionales emergieron en una fase posterior del proceso, con el surgimiento de nuevos marcos políticos", dice Israel Finkelstein, director del Departamento de Arqueología de la Universidad de Tel Aviv y una de las figuras más prominentes de la investigación arqueológica actual de Oriente Medio. "Israel no existió hasta el siglo XI a.C., añade, cuando a ambos lados del Jordán se fundaron también nuevas monarquías (Moab, Amón, Filistia).

"Es, por tanto, evidente que la emergencia de Israel no fue un episodio único, metahistórico en la historia del pueblo elegido, sino más bien parte de un proceso mucho más amplio que tuvo lugar en el Antiguo Medio Oriente, un proceso que llevó a la destrucción del ancien régime y el surgimiento de un nuevo orden de estados territoriales y nacionales", subraya Finkelstein.

"Los judíos no vinieron de fuera de Canaán, según afirma la Biblia. Como lo demuestran los hallazgos de las poblaciones excavadas fueron cananeos aborígenes", señala Davies. "Su cultura material es generalmente imposible de distinguir de la de otras poblaciones vecinas. No descendían de un antecesor común que vino desde fuera, no escaparon desde Egipto ni entraron en la tierra con una religión que recibieron durante un vagabundeo por el desierto. Tampoco conquistaron Canaán, ni siquiera lo intentaron. Se establecieron, por la razón que fuere, en las tierra altas centrales de Palestina. La proximidad de estas aldeas, la formación progresiva de vínculos familiares, la necesidad de cooperación y el estilo de vida no urbano muy probablemente impulsaron un sentimiento de identidad étnica. No tengo idea de si esta gente se llamaba ya "Israel". Si fuera así, sin duda, es un Israel que nosotros no reconoceríamos en el Pentateuco", explica Davies.

Para los narradores bíblicos, la etapa de esplendor del pueblo de Israel no tardó en llegar, tras la "conquista". La división inicial entre el reino del Norte, Israel con capital en Samaria, y el del Sur, con sede en Jerusalén, terminó dando nacimiento al período de mayor esplendor de los hebreos: la Monarquía Unida bajo David y Salomón, creadores de un gran Imperio-puente entre el Nilo y el Éufrates. Esto habría ocurrido en los últimos años del segundo milenio y los iniciales del primero, según la Biblia.

Pero "no existe evidencia alguna de una Monarquía Unida, ni de una capital en Jerusalén, ni de ninguna fuerza política unificada coherente que dominara la Palestina occidental", dice Thomas F. Thompson, catedrático de Estudios Bíblicos en la Universidad de Copenhague y uno de los mayores exponentes de la nueva visión de la Biblia.

Templo cuestionable

"No tenemos evidencias de la existencia real de reyes llamados Saúl, David o Salomón ni de ningún templo en Jerusalén en este período. Y lo que sabemos de Israel y Judá del siglo X a.C. no nos permite interpretar esta falta de evidencia como un vacío en nuestro conocimiento sobre el pasado, un mero resultado de la naturaleza accidental de la arqueología. No hay espacio ni contexto, artefacto o archivo que apunte a las historias descritas en la Biblia sobre la Palestina del siglo X a.C. Uno no puede hablar históricamente de un Estado sin una población, ni puede hablar de una capital sin una ciudad. Las historias solas no son suficientes".

A Thompson le sorprende, igual que a cualquiera, que haya existido un "Imperio" rodeado de vecinos y vasallos y que ninguno de ellos hiciera la más mínima referencia a él en testimonios duraderos. Un supuesto "Imperio" que hasta carecía de nombre propio porque nadie, ni en la Biblia o fuera de ella, dice cómo se llamaba. O un emperador, Salomón, que se casa con la hija de un faraón (otra vez de nombre desconocido para los autores de la Biblia) y no queda en Egipto registro alguno del hecho. Y un "Imperio"con una capital, Jerusalén, que en el siglo X a.C. era sólo una pequeña y aislada aldea que no crecerá hasta después de la caída de Samaria en 722 (su rival del Norte) y de Lakish en 701 (su rival del Oeste), como pusieron en evidencia las excavaciones en el Monte Ofel jerosolimitano, llevadas a cabo por Kathleen Kenyon antes de la guerra árabe-israelí de 1967.

De haber habido un reino davídico-salomónico éste habrá sido más bien un pequeño cacicazgo de escaso territorio e influencia, cree buena parte de los expertos, incluidos aquellos que conservan su fe en la historicidad del texto bíblico, como el prominente arqueólogo Amihai Mazar.

¿De qué Biblia hablamos?

Durante milenios se dio por cierto que los autores de los textos bíblicos eran una especie de cronistas que narraban los hechos poco después de que ocurriesen. Pero, a finales del siglo XIX, el catedrático alemán Julius Wellhausen echó por tierra esta visión cuando, a través del análisis literario crítico, consiguió diferenciar cuatro fuentes distintas en estilo, vocabulario y contenido para los cuatro primeros libros de la Biblia. Algunas de ellas, las más antiguas, fueron fechadas por Wellhausen (Hipótesis Documental) en el siglo X a.C., mientras que otras las situó en el siglo V a.C. Así el Génesis, Éxodo y Números serían mezclas de compilaciones antiguas y más recientes.

Los estudios sobre la introducción de la escritura obligaron a datar aún más tardíamente los textos reputados como más antiguos. Aunque la escritura alfabética "maduró y cristalizó en Fenicia a finales del siglo XI y principios del X a.C. y desde esta región se difundió a Siria y Palestina durante el siglo IX", "ninguna inscripción alfabética ha sido descubierta en los territorios de Israel o Judá anterior al siglo VIII", explica Na`aman.

Fue en el siglo VII cuando se difundió la escritura alfabética, por lo que no resultaría plausible suponer que se compusieran textos con anterioridad. Esto coloca a los autores a muchos siglos de las fechas en que, supuestamente, acontecieron que narran, con el agravante de que sus fuentes sólo pudieron ser tradiciones orales.

Pero, ¿tenemos esos textos originales en alguna parte? Nada de eso. Los textos bíblicos fueron escritos y reescritos infinidad de veces, censurados, copiados y editados por decenas de generaciones. De las copias de la Antigüedad no quedan más testimonios que las versiones parciales encontradas en los Rollos del Mar Muerto (de 200 a.C. a 100 d.C.) y en los Papiros Nash, de 150 a.C. Fuera de esto, los textos bíblicos completos (los llamados "estándar") más antiguos que existen son una versión masorética (textos fijados a partir de las transmisiones anteriores) del siglo XI de nuestra era (1088), que se conserva en la Biblioteca Pública de San Petersburgo y el Códice de Alepo, una copia anterior, de la primera mitad del siglo X, que se encuentra en Jerusalén.

Una obra, varias versiones

Los textos parciales de los primeros siglos de la era cristiana demuestran que, en varias épocas, coexistieron distintas versiones de los mismos libros hasta que sólo sobrevivió uno de ellos.

Entre los Rollos de Qumran, pertenecientes a una comunidad de disidentes esenios a orillas del Mar Muerto "hay al menos cuatro ediciones de los libros de Éxodo y Números y gran variedad de volúmenes del Deuteronomio y dos o más versiones de los Salmos", dice Eugene Ulrich, profesor de escritura hebrea de la Universidad de Notre-Dame y editor de los 127 rollos de las comunidades esenias.

Los Rollos mostraron, además, que a lo largo de siglos prácticamente todos los libros de la Biblia fueron intencionadamente cambiados. "Los escribas -explica Ulrich- expandieron creativamente la Biblia y la rehicieron para ajustarla a las nuevas necesidades que las sucesivas comunidades experimentaron. Incorporaron materiales que, creyeron, podían aclarar o aguzar algunos puntos a los lectores. Los elemento de la actualidad -políticos, económicos o sociales- proveyeron los catalizadores para cada nueva versión".

Hoy se tiende a creer que la mayoría de los textos bíblicos fue escrita originariamente en la llamada época persa, al regreso de los israelitas del exilio en Babilonia (538-332 a.C.). Otros estudiosos datan hipotéticamente los textos originarios en épocas aún posteriores, hacia la época helenística (siglos III y II a.C.), cuando el concepto de Israel con una identidad étnica y religiosa definida emergió finalmente bajo los Macabeos, como sostiene Davies.

Finkelstein tiene otra una explicación. Hasta el 720 a.C. el reino norteño de Israel, con capital en Samaria, era un Estado poderoso y rico, a diferencia del de Judá, al sur, con capital en Jerusalén, tan pobre y aislado que ni siquiera había desarrollado la organización administrativa típica de un Estado. En esa fecha Israel desaparece arrasado por los asirios y gran parte de sus habitantes es desterrada a la Mesopotamia. Judá recibe súbitamente gran cantidad de refugiados del norte, hasta tal punto que en pocos años creció demográficamente unas quince veces.

El rey Exequias (716-687) realizó una primera reforma religiosa respaldado por miembros del movimiento sacerdotal que los historiadores actuales han bautizado "Solo Yavé" y en contra de los cultos politeístas. Su prédica no es únicamente religiosa: la desaparición de Israel permite amasar sueños de crear un reino que incluya a todos los judíos con capital en Jerusalén, al mando de la dinastía judaica del linaje de David.

Los sacerdotes y profetas de "Sólo Yavé" predicaban que las desgracias de los hebreos eran debidas a su infidelidad a Yavé y a su debilidad por postrarse ante otros dioses, como se insiste en la Biblia. De manera que las severas reformas de Exequias auguran un futuro venturoso para Judá, bendecido por Yavé.

Pero el rey se equivocó: intentó aliarse con los egipcios para sacudirse el yugo mesopotámico, ante lo cual el rey asirio Senaquerib emprendió una campaña de aniquilación de Judá, arrasó la próspera ciudad de Lakish, metió en una jaula a Exequias y le obligó a pagar fuertes tributos. Una de las consecuencias de esta catástrofe fue el descrédito de los profetas monoteístas. Los hebreos regresaron ostensiblemente a sus cultos politeístas bajo el reinado de Manasé, el hijo de Exequias, que le sucedió.

El nuevo monarca aprendió la dura lección e insertó a Judá en el esquema económico del Imperio, al tiempo que practicó una pragmática obediencia a sus amos de Nínive. Esto le aseguró no sólo un reinado de paz sino que brindó a Judá una época de prosperidad gracias, sobre todo, a su cotizada producción de aceite de oliva y vino.

Pero tres años después de la muerte de Manasé, la clase sacerdotal volvió a las andadas: consiguió coronar a su hijo Josías, de ocho años, destinado a cumplir un papel mesiánico como "restaurador" de un nuevo enfoque religioso. En el decimoctavo del reinado de Josías, dice la Biblia, se encontró "casualmente" un libro desconocido en el Templo. Hoy se cree que era el Deuteronomio, un minucioso conjunto de normas de vida y de creencias, "la Ley" para los judíos, que Josías hace leer en voz alta a todo el pueblo. El Deuteronomio probablemente fue escrito en tiempo de Josías: las formas literarias de la Alianza entre Yavé y el pueblo de Israel son sorprendentemente similares a los tratados con sus vasallos firmados por los asirios en el siglo VII. Josías y el clero establecen férreamente la nueva ortodoxia y combaten con ferocidad los cultos que compiten con el de Yavé, exterminando a sus sacerdotes, nigromantes y adivinos.

En los últimos años del siglo VII, los asirios entran en una rápida decadencia y se ven obligados a abandonar Egipto y Canaán, con lo que dejan esta tierra a merced de los egipcios. La operación aparece como un milagro para los judíos. Los ejércitos del Nilo están interesados sólo en la costa de Canaán, de manera que parece abierto el camino para la realización de los sueños judaítas: expandirse hacia el norte, centralizar el culto y crear un Estado panisraelita.

Un plan de propaganda

"Este ambicioso plan requería una propaganda poderosa y activa. El libro del Deuteronomio establecía la unidad del pueblo de Israel y la centralización del culto nacional. Pero fue la Historia Deuteronomística (Josué, Jueces, Samuel y Reyes) y partes del Pentateuco las que originarían una saga épica para expresar el poder y los sueños de un Judá resurgente. Esta es la presumible razón por la cual los autores de la Historia Deuteonómica y partes del Pentateuco reunieron y reelaboraron las más preciosas tradiciones del pueblo de Israel: reforzar la nación para gran lucha nacional que tenían por delante", dice Finkelstein.

Su hipótesis está respaldada por la arqueología, que ha hallado evidencias de que en el siglo VII se produjo una espectacular difusión del alfabetismo en Judá.

Los diluvios

George Smith dio un respingo en su asiento cuando por fin consiguió ensamblar varias tabletas de barro cocido con caracteres cuneiformes y leer, en lengua acadia, una de ellas. Narraba una historia que conocía muy bien: una gran nave que tras un gigantesco diluvio encallaba en las faldas de un monte y una paloma enviada para comprobar si las aguas habían bajado, que regresaba sin encontrar donde posarse.

En una húmeda mañana del otoño de 1872, en un cuarto de la Royal Asiatic Society de Londres, Smith con gran excitación siguió desentrañando lo que decían las tabletas recién encontradas por Henry Rawlinson en las ruinas de la biblioteca del palacio del rey asirio Asurbanipal. El resultado final fue la historia de un diluvio similar al protagonizado en el relato bíblico por el patriarca Noé, pero cuyos orígenes se podían remontar a 3.000 años antes de Cristo, cuando ni el pueblo de Israel ni la Biblia habían hecho aparición en la historia.

El mito cuenta la historia del héroe Gilgamesh y su búsqueda de la inmortalidad. Para averiguar los secretos que le permitan evitar la muerte va a visitar Utnapishtim, único sobreviviente del diluvio, quien le narra una historia muy parecida a la que siglos después recogería la Biblia: un dios elige a un único sobreviviente de una gran inundación que prepara, le hace construir un arca donde mete todo animal viviente por parejas. Tras el encallamiento y la historia de la paloma, Utnapishitim ofrece un sacrificio y pide a los dioses, como Noé, que nunca más envíen un castigo como ese. Una diosa lanza su collar al cielo como señal del compromiso de que no se repetirá el diluvio, igual que en el relato bíblico el arco iris es el símbolo divino de lo mismo.

Los hebreos fueron deportados a Babilonia en el siglo VI a.C. y permanecieron casi setenta años antes de regresar a su patria. Es probable que allí conocieran la historia de Gilgamesh que luego adaptaron.

 

La donación divina

Uno de los principales escollos para llegar a un acuerdo de paz entre el Estado de Israel y la Autoridad Palestina es la presencia de numerosos colonos judíos que, en los últimos veinte años y al amparo de Gobiernos derechistas, se han instalado en territorios ocupados a los palestinos manu militari.

Se trata de judíos ultraortodoxos como los miembros de Gush Emunim, que se están convencidos de que la Tierra de Israel, "desde Egipto a la Mesopotamia", le fue dada por Dios al pueblo Judío y, por tanto, no pueden permitir que caiga en otras manos. El asesino de Yitzak Rabin es un miembro de Gush Emunim (El Bloque de los Fieles), por ejemplo.

Las investigaciones arqueológicas que quitan verosimilitud histórica a la Biblia hebrea desmontan el mito de la donación divina. Sin embargo es muy probable que estos fanáticos fundamentalistas estén dispuestos a rendirse ante las evidencias científicas, cualesquiera sean ellas.

"Cada intento de cuestionar la fiabilidad de las descripciones bíblicas, dice Herzog, es percibida por la conciencia pública en Israel como un intento de minar "nuestros derechos históricos a la tierra" y destrozar así el mito de la nación que está renovando el antiguo Reino de Israel. Estos elementos simbólicos constituyen un componente tan crítico de la construcción de la identidad israelí que cualquier intento de cuestionar su veracidad encuentra hostilidad o silencio".

La teología y la historia

Durante una conferencia de la Universidad Ben Gurion de Beersheva, Israel, titulada El Período Bíblico, ¿ha desaparecido? Se escuchó la voz angustiada de un oyente que dijo: "Si la existencia de Abraham, Isaac, Jacob, Moisés y David no está probada, ¿cómo se supone que podré yo vivir con eso?".

Muchos creyentes ven en el trabajo de los arqueólogos un atentado contra las bases de su identidad. "Parte de la sociedad israelí está lista para reconocer la injusticia cometida con los habitantes del país y dispuesta a aceptar el principio de igualdad para las mujeres, pero se niega a asumir unos hechos de la arqueología que derriban el mito bíblico", dice Herzog.

Los científicos revisionistas están muy lejos de formar una conspiración demoníaca. Buscan, como cualquier científico, descubrir la verdad de la Biblia como documento histórico, sin cuestionar sus valores teológicos, filosóficos, morales, literarios, étnicos ni la enorme importancia que ha tenido el Libro de los Libros en la formación de la identidad judía y de las tres grandes religiones monoteístas de los últimos 2.500 años, sean sus narraciones preponderantemente verídicas o fantásticas.

"Los escritores de la Biblia no fueron historiadores fracasados sino que no estaban interesados en ofrecernos nada que se pareciese a un informe histórico. Usaron la historia como vehículo para su mensaje", dice Lemche. Y añade que los hombres del siglo XXI deberían recordar que los escribas de la Antigüedad escribieron para su audiencia contemporánea. "Siguieron las expectativas morales y estéticas de su tiempo".

"La palabra historia -subraya Thompson- ni siquiera existe en hebreo".

 

Las consortes de Yavé

El Antiguo Testamento es, desde un cierto punto de vista, la narración de las incesantes luchas de Dios y sus profetas contra la infidelidad del pueblo de Israel que abandona una y otra vez a Yavé y se dedica a adorar otras deidades cananeas. Yavé se define en la Biblia como "un Dios celoso" (Éxodo 34:14) que monta en cólera frecuentemente ante la inconstancia de su "pueblo elegido", siempre dispuesto a serle infiel con otras deidades, y le envía terribles castigos.

En realidad, la Biblia fue escrita en buena parte por miembros de un movimiento que los historiadores llaman "Sólo Yavé" que trataban de imponer el monoteísmo, una actitud ciertamente única en la Antigüedad.

Recientes hallazgos arqueológicos indican que los israelitas no sólo adoraban a otros dioses sino que creían que Yavé mismo tenía una diosa consorte, Ashira, antigua deidad cananea que a la vez era virgen y prostituta, amorosa diosa madre y diosa de la guerra, sedienta de sangre.

En los últimos años del pasado siglo XX, en las ruinas de Kuntillat Ajrud, al noreste del Sinaí, se encontraron dos grandes Pithoi o cántaros de almacenamiento de más de un metro de altura, que llevaban la inscripción: "Amaryu dijo a mi señor... Yavé y su Ashira te bendigan. Que Él te bendiga y te guarde y estés con mi señor". Otra inscripción reza: "Te he bendecido por Yavé y su Ashira". La cerámica ha sido fechada en 800 a.C.

En Jirberal-Kom, a doce kilómetros de Hebrón, otra inscripción hallada en recipientes similares dice: "Uria, el rico, ha querido que esto se escriba: bendecido sea Uria por Yavé y por su Ashira; de sus enemigos ha sido salvado".

"El culto de Ashira como esposa de Yavé era un elemento integral de la vida religiosa en el antiguo Israel: ambos eran la pareja divina más popular", explica el antropólogo israelí Raphael Pataï en su obra The Hebrew Goddess.

Muchos siglos más tarde, en la Edad Media europea, el movimiento de la Cábala le asignó a Yavé una pareja aún más insólita: Lilith, la demonia de antigua raíz mesopotámica, convertida en diosa para ese propósito.