Nota necrológica de...


LYMAN A. SWINGLE


Aparecida en La Atalaya de 1 de Julio de 2001, pág. 31



EN UNA videocinta editada en 1993 que se muestra al personal nuevo de la central de los testigos de Jehová, Lyman Alexander Swingle comentó sobre el servicio a Jehová: “¡Morir con las botas puestas!”.

El hermano Swingle, de 90 años de edad, hizo lo que había animado a los demás a hacer: ‘aguantó hasta el fin’ (Mateo 24:13). Aunque se encontraba mal físicamente, el miércoles 7 de marzo asistió a la reunión del Cuerpo Gobernante de los Testigos de Jehová, del que formaba parte. El martes siguiente su estado empeoró, y a las 4.26 de la madrugada del 14 de marzo, el médico dictaminó su muerte.

Lyman Swingle comenzó su servicio en las oficinas centrales de los testigos de Jehová, en Brooklyn (Nueva York), el 5 de abril de 1930, y allí permaneció por casi setenta y un años. Al principio le asignaron al Taller de Encuadernación, luego estuvo en la imprenta y más tarde trabajó en la fabricación de la tinta durante unos veinticinco años. Asimismo formó parte del personal de redacción de la central por unas dos décadas, y los últimos diecisiete años de su vida trabajó en la Oficina del Tesorero.

El hermano Swingle fue un valeroso proclamador del Reino de Dios. Durante sus primeros años en Brooklyn, él y su compañero de habitación, Arthur Worsley, llevaban una de las embarcaciones de los Testigos por el río Hudson, y haciendo uso de un sistema de amplificador, se pasaban muchos fines de semana transmitiendo el mensaje del Reino a las comunidades de tierra adentro.

Swingle nació el 6 de noviembre de 1910 en Lincoln (Nebraska), pero al poco tiempo su familia se trasladó a Salt Lake City (Utah), donde en 1913, sus padres se hicieron Estudiantes de la Biblia (como se conocía entonces a los testigos de Jehová). A lo largo de los años, en la casa de los Swingle se alojaron muchos oradores visitantes de las oficinas centrales de los Testigos, quienes ejercieron una influencia positiva en Lyman. En 1923, con 12 años de edad, se bautizó en símbolo de su dedicación a Dios.

Tras servir soltero en Brooklyn por más de veintiséis años, su vida se enriqueció enormemente con su matrimonio con Crystal Zircher, el 8 de junio de 1956. Eran inseparables, y salieron juntos al ministerio hasta la muerte de Crystal, en 1998. Unos tres años antes, ella había sufrido un derrame cerebral, a consecuencia del cual quedó gravemente discapacitada. La participación del hermano Swingle en el cuidado diario de su esposa fue un modelo de entrega ejemplar para todos, en especial para los que lo veían empujar cariñosamente la silla de ruedas por las aceras del vecindario mientras Crystal presentaba La Atalaya y ¡Despertad! a los transeúntes.

El hermano Swingle era un hombre franco y afectuoso que se granjeó el cariño de quienes lo conocieron. Igual que su padre y su madre, abrigaba la esperanza bíblica de vivir con Jesucristo en el Reino celestial, una esperanza que estamos seguros ya se ha realizado (1 Tesalonicenses 4:15-18; Revelación [Apocalipsis] 14:13).

Nota de la dirección de esta Web:

“¡Morir con las botas puestas!”. El Sr. Lyman Alexander Swingle, de 90 años de edad, aunque se encontraba mal físicamente, el miércoles 7 de marzo asistió a la reunión del Cuerpo Gobernante de los Testigos de Jehová, donde se dictaminan las normas de obligado cumplimiento para más de seis millones de personas, y volvió a participar con su voto, en la continuidad de un sistema que esclaviza a millones de personas a las opiniones e interpretaciones, del que es fue un perfecto representante.
El martes siguiente su estado empeoró, y a las 4.26 de la madrugada del 14 de marzo, el médico dictaminó su muerte.
Dicen que el Sr. Swingle era un hombre franco y afectuoso que se granjeó el cariño de quienes lo conocieron, sin embargo, no tuvo el valor para enfrentarse a sus compañeros de membresía. Sabía que muchas determinaciones en las que participaba, no tenían el respaldo de la Biblia, que eran decisiones que protegían un status, un patrimonio y una posición, y aunque expresaba su opinión que disentía de los demás, su temor al hombre, y a perder determinadas ventajas que le daban comodidad y tranquilidad, le llevaban a acatar la decisión mayoritaria. No tuvo el valor de enfrentarse a la realidad de su conciencia. Y claudicó.
¡Que Dios le quite las botas para que pueda dormir tranquilo!


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