En unión estrecha con la organización de Jehová


JOHN E. BARR


Autobiografía recogida de La Atalaya de 1 de Julio de 1987, pág. 26-31



ESTABA en la última etapa de una visita a mi país en junio del año pasado, volando de Glasgow a Aberdeen. Al elevarse el avión sobre la verde campiña escocesa y luego sobre el lento río Clyde, mis pensamientos volvieron al año 1906 y aquella aldehuela de Bishopton, anidada en algún lugar allá abajo al sur del río.

¿Por qué? Pues en aquel año y aquel lugar, mi abuela, Emily Jewell, empezó a leer el libro The Divine Plan of the Ages (El plan divino de las edades), de Charles T. Russell. Inmediatamente se le abrieron los ojos a la verdad de que la Biblia no enseña la doctrina de un infierno de fuego. Pronto sus dos hijas crecidas, Bessie y Emily (esta última fue mi madre), también empezaron a ver el resplandor de la luz de la verdad a través de la neblina de las doctrinas falsas que enseñaba la Iglesia Unida Libre de Escocia. En 1908 mi abuela se bautizó en símbolo de su dedicación para hacer la voluntad de Dios, y poco después sus hijas hicieron lo mismo.

Mi padre desempeñaba una función respecto a las sesiones de la misma Iglesia Unida Libre de Bishopton. Siempre se le había hecho difícil aceptar la doctrina de la Trinidad, de modo que el ministro de la iglesia se propuso predicar un sermón especial para su beneficio cierto domingo. ¡Aquello bastó para que mi padre tomara su decisión! Al oír la explicación que el clérigo trató de dar, quedó convencido de que la doctrina de la Trinidad era falsa. Se separó de la iglesia y se bautizó en 1912 en símbolo de su dedicación a Jehová. Poco después mis padres se mudaron hacia el norte, a Aberdeen, con sus dos hijos, Louie y James, y yo nací allí en 1913.

Mientras el avión descendía sobre las colinas, ríos y valles que yo había conocido en mi niñez, seguí remontándome a aquellos primeros años de mi vida, recordando los esfuerzos de mis padres por criar a sus tres hijos “en la disciplina y regulación mental de Jehová”. (Efesios 6:4.) En aquella hermosa mañana soleada, ¡cuán agradecido me sentí a Jehová por la educación que había recibido de mis padres! Sabía que había contribuido a que siempre me mantuviera en estrecha unión con la organización de Jehová.

Valiosa educación en mis primeros años

Nuestra familia siempre fue una familia unida y feliz. Si alguna vez papá y mamá opinaban de manera diferente sobre alguna cuestión, trataban de no mostrarlo delante de nosotros los hijos. Esto no solo creó en nosotros respeto hacia nuestros padres, sino también, en nuestro hogar, un ambiente de verdadera paz y seguridad.

Entre mis más acariciados recuerdos están nuestras reuniones informales de familia por las noches. Nos entreteníamos nosotros mismos: cantábamos con nuestro propio acompañamiento musical y nos divertíamos juntos jugando Monopolio u otro juego similar. Además, sin importar lo ocupado que estuviera papá, siempre apartaba algún tiempo para estar con nosotros —lo hacía casi todos los días— y leer en voz alta porciones de la Biblia y de las publicaciones de la Watch Tower y de otra literatura, tanto de tipo ligero como de tipo serio. Todas aquellas actividades sirvieron para mantener unida a la familia mientras crecíamos.

Éramos la única familia “en la verdad” en aquella parte del norte de Escocia en aquellos años. Como resultado de eso, nuestro hogar les fue bien conocido a muchos representantes viajantes de la Sociedad Watch Tower —peregrinos, como se les llamaba entonces—, tales como Albert Lloyd, Herbert Senior y Fred Scott. Algunos hasta vinieron de la oficina central de la Sociedad en Brooklyn, Nueva York, entre ellos W. E. Van Amburgh y A. H. Macmillan. Aquellas visitas fueron ocasiones importantes para mí en mis primeros años.

Hasta este mismo día agradezco el genuino espíritu de hospitalidad que mis padres mostraban. Enriqueció nuestra vida de familia, y, aunque yo era joven, empecé a ensancharme en el aprecio a la entera asociación de hermanos. Sí, ¡ciertamente los padres pueden lograr mucho en cuanto a cultivar un lazo de amor afectuoso entre sus hijos y la asociación mundial de sus hermanos!

Me enfrento a un problema personal

En los primeros años de mi adolescencia me fui convirtiendo en un joven tímido y retraído. Mientras más crecía, más difícil se me hacía tratar con la gente y entablar conversaciones. Esta timidez fue un gran obstáculo para mí de muchas maneras, pero especialmente en lo referente a dar prueba de mi fe predicando las buenas nuevas del Reino.

Poco después de la I Guerra Mundial, los primeros Testigos que participaron en el ministerio de casa en casa en Aberdeen fueron mi abuela y mi madre. Nosotros, los niños, participábamos en distribuir tratados, pero ahora yo tendría que hablar con la gente en sus hogares... ¡y eso era diferente! Fue un verdadero desafío. Pero, finalmente, vencí la timidez. Nunca olvidaré aquel domingo de noviembre de 1927 cuando, por la tarde, le dije a mi padre que lo acompañaría en el ministerio de casa en casa. Fue la primera vez que vi lágrimas en su rostro... sí, ¡lágrimas de gozo!

Un tragedia familiar que me afectó

La paz y tranquilidad de nuestra familia sufrió una sacudida la noche del 25 de junio de 1929, cuando yo tenía 16 años. Después de un día en el ministerio, mi madre y mi hermana se apresuraban a casa para prepararle la cena a mi padre. De repente, una motocicleta que venía a gran velocidad golpeó a mi madre y la arrastró por 37 metros (40 yardas). Ella recibió tan graves heridas en la cabeza que por poco pierde la vida. Pero gracias a muchos meses de cuidado amoroso que le dio mi hermana Louie, sobrevivió. Con el tiempo pudo llevar una vida comparativamente normal, hasta su muerte en 1952.

Aquella experiencia traumática fue muy importante para mí: me llevó a meditar seriamente en mi vida y lo que estaba haciendo con ella. Aquel verano empecé a estudiar la Biblia mucho más intensamente que antes; realmente llegué a conocer la verdad. Ese fue un gran punto de viraje para mí, y me dediqué a Jehová para servirle. Sin embargo, no fue sino hasta unos años después cuando tuve la oportunidad de simbolizar mi dedicación por bautismo en agua.

Empiezo a servir de tiempo completo

Al terminar mis años escolares en 1932 empecé a estudiar ingeniería mecánica y eléctrica. En aquellos días, en Gran Bretaña no se animaba tanto como hoy día a los jóvenes a hacerse predicadores de tiempo completo como precursores. Sin embargo, al pasar los años comprendí que debería utilizar mis energías en aquella obra.

Recuerdo vívidamente algo que habíamos estudiado a principios de 1938 que me hizo pensar en los beneficios de permanecer unido a la organización de Jehová y aplicar personalmente sus instrucciones. Fueron unos números de la revista La Atalaya que trataban de Jonás y explicaban lo que le había pasado cuando huyó de su asignación de servicio. Tomé muy en serio aquella lección, y me resolví a nunca rechazar ninguna asignación que me viniera de la organización de Jehová. Poco sabía entonces de todas las asignaciones teocráticas que recibiría que pondrían a prueba mi resolución.

Oré en busca de guía, y la respuesta vino en una carta —que me sorprendió— de la oficina central de la Sociedad en Londres, en la que se me pedía que considerara la posibilidad de ser miembro de la familia de Betel. Con gusto aproveché la oportunidad de entrar por aquella gran puerta hacia mayores privilegios de servicio. Así, en abril de 1939 estuve trabajando con Harold King, quien después sirvió de misionero en China y, a causa de su predicación, pasó años en una prisión comunista. Trabajamos en producir máquinas de transcripción, y también fonógrafos para que la gente oyera en sus propios hogares unos sermones grabados.

Harold y yo pensábamos en las muchas clases de personas que con el tiempo escucharían el mensaje del Reino mediante el equipo que hacíamos. Así, nunca perdíamos de vista el resultado final de nuestra obra. Desde entonces, en todas las diferentes asignaciones que he recibido en Betel me he esforzado por mantener este mismo punto de vista. Esto ha hecho verdaderamente gozoso mi trabajo, y le ha dado siempre significado con relación a la predicación del Reino.

Privilegios de servicio

Poco después de llegar al Betel de Londres fui nombrado siervo de congregación —ahora superintendente presidente— de una congregación de más de 200 publicadores. ¡Anteriormente había sido el superintendente de una congregación de solo 10 publicadores! Entonces me pusieron a cargo del Departamento del Sonido para una maravillosa asamblea de delegados de todo el país, en Leicester, en 1941. Hasta entonces había tenido poca experiencia con sistemas de sonido.

Tiempo después recibí la asignación de viajar y trabajar como siervo para los hermanos, lo que ahora se conoce como superintendente de circuito. Había solo seis siervos de este tipo en Gran Bretaña al principio de aquella obra en enero de 1943. Supuestamente mi asignación había de durar solo un mes, pero después resultó que estuve visitando a las congregaciones por más de tres años. Durante aquellos mismos años difíciles de la II Guerra Mundial tuve la superintendencia de tres grandes asambleas, algo que nunca antes había hecho.

En aquellos días la obra de siervo viajante difería mucho de lo que es hoy. Siempre estábamos viajando, y a veces era muy difícil viajar por todo el país en aquellos años de la guerra. En más de una ocasión tuve que usar una bicicleta para efectuar parte del viaje entre las congregaciones. En vez de visitar a una sola congregación por semana, como hacen hoy los superintendentes viajantes, ¡si las congregaciones eran pequeñas visitábamos hasta a seis de ellas en una sola semana!

He aquí el horario típico de un día: Levantarse a las 5.30; y, después del desayuno, viajar a la siguiente congregación a empezar el examen de los registros de la congregación a las ocho en punto. Por la tarde, generalmente salir al ministerio del campo, y después, por la noche, celebrar una reunión de una hora con los siervos de la congregación y entonces pronunciar un discurso a la congregación. Rara vez me acostaba antes de las 11, y a veces hasta me acostaba más tarde si aquella misma noche escribía el informe del día sobre la congregación. Apartaba cada lunes para completar los informes de la semana y efectuar estudio personal y cualquier trabajo preparatorio para la siguiente semana.

¿No le parece que ese es un horario semanal muy ocupado? Lo era, pero ¡cuán remunerador el sentir que estábamos fortaleciendo a los hermanos durante aquellos años de la guerra, cuando no siempre había el mismo estrecho contacto con la organización! En un sentido muy literal teníamos la satisfacción de sentir que estábamos ayudando a las congregaciones a ‘hacerse firmes en la fe’. (Hechos 16:5.)

Regreso al servicio en Betel

En abril de 1946 se me pidió que volviera al servicio en Betel. Lo hice con gusto, pero sentía que me había enriquecido espiritualmente como resultado de aquellos tres años y medio en la obra de ministro viajante. Para mí la organización significaba más ahora, y me parecía que había estado haciendo lo que se describe en Salmo 48:12, 13: “Marchen ustedes alrededor de Sión, y vayan a la redonda de ella, cuenten sus torres. [...] Inspeccionen sus torres de habitación”. El haber viajado más entre el pueblo de Dios había incrementado mi amor a “toda la asociación de hermanos”. (1 Pedro 2:17.)

Después de mi regreso a Betel tuve el privilegio de tener a mi cargo gran parte de la impresión que se efectuaba en nuestra imprenta de Londres, y posteriormente trabajé también en preparar clisés. Con el transcurso del tiempo, en septiembre de 1977, se me extendió el privilegio singular de llegar a ser miembro del Cuerpo Gobernante de los Testigos de Jehová, en Brooklyn, Nueva York, E.U.A.

Tengo que confesar que a veces me sentí impulsado a ‘huir’ de algunas de las asignaciones más difíciles que se me dieron. Pero entonces recordaba a Jonás y el error que había cometido, y para mis adentros repetía la maravillosa promesa que se halla en Salmo 55:22: “Arroja tu carga sobre Jehová mismo, y él mismo te sustentará. Nunca permitirá que tambalee el justo”. ¡Cuánta verdad han encerrado esas palabras para mí!

Jehová nunca nos pide que hagamos lo que sabe que no podremos manejar. Sin embargo, es solo con Su fuerza que podemos hacer lo que pide. Otra cosa: si uno verdaderamente ama a los hermanos que trabajan a su lado, ellos lo apoyarán y lo sostendrán, trabajando con uno “hombro a hombro” para ayudarle a llevar la carga de trabajo que se le ha asignado. (Sofonías 3:9.)

Relaciones preciosas

Por supuesto, siempre hay hermanos cristianos para quienes uno siente un afecto especial. Para mí, uno de estos fue Alfred Pryce Hughes, quien murió en 1978. La historia de su vida salió en el número del 1 de abril de 1963 de la edición de La Atalaya en inglés. Por muchos años él fue el siervo de la sucursal, y después sirvió como miembro del Comité de la Sucursal. Los hermanos del campo británico lo amaban mucho por el gran respeto y lealtad que mostraba a la organización de Jehová y su amor a todos los hermanos. Otra cosa notable de él era su amor al ministerio del campo. Nunca disminuyó ese amor en él durante toda su vida, sin importar la responsabilidad que tuviera que desempeñar. El trabajar al lado de hermanos fieles como Pryce ha significado mucho para mí, ha fortalecido mi resolución de mantenerme en unión estrecha con la organización de Jehová y permanecer activo en el ministerio.

El 29 de octubre de 1960 entré en una relación especialmente preciosa con una celosa precursora de mucho tiempo en la obra —misionera de la clase número 11 de Galaad—, quien en aquel tiempo servía en Irlanda. En aquella fecha Mildred Willett y yo nos casamos, y desde entonces ella me ha apoyado fielmente en el servicio de Betel.

La madre de Mildred le aconsejó, antes de morir en 1965, que nunca se pusiera “celosa de Jehová”. Mildred siempre ha recordado aquellas palabras de su madre, y por eso no ha experimentado descontento cuando, a menudo, se me ha hecho necesario trabajar más de lo usual. Esto me ha ayudado mucho a atender alegremente cualquier asignación de trabajo adicional que se me ha dado. Ambos hemos disfrutado especialmente de compartir muchas experiencias remuneradoras en el ministerio.

Por ejemplo, un matrimonio joven con el cual estudiamos la Biblia progresó rápidamente hasta dedicarse y bautizarse, y empezó a participar con regularidad en el ministerio. ¡Cuánto nos deleitó aquello! Entonces, de súbito, sin razón aparente, los dos dejaron de asociarse con la congregación. Mildred y yo nos desilusionamos mucho por ello, y nos preguntábamos en qué habríamos fallado mientras les comunicábamos conocimiento bíblico. Constantemente pedíamos a Jehová que les abriera el corazón todavía, para que dieran prueba de su amor a la verdad. ¿Puede imaginarse nuestra felicidad cuando, unos diez años después, recibimos de este matrimonio una carta en la que nos decían que de nuevo estaban asociándose activamente con la congregación, y que su hogar era un centro de Estudio de Libro?

Will, el esposo, escribió: “Deseo darles las gracias por toda su ayuda y consideración amorosa [...] Yo me aparté por mi propia culpa, pues no tenía el debido aprecio de corazón [...] Nos hemos regocijado mucho por estar de nuevo en la organización de Jehová [...] Les escribo con recuerdos preciados esta noche, y ruego que Jehová continúe bendiciéndolos en Su servicio”.

En otra carta, una madre nos escribió lo siguiente en cuanto a su hijo Mike: “Me alegro muchísimo de que los ángeles lo sentaran al lado de ustedes”. ¿Qué quería decir? Pues bien, Mike había venido a una asamblea con su madre y su hermano menor, pero realmente no estaba interesado en la verdad. Mildred notó a este muchacho sentado a solas y conversó con él. Entonces los dos los invitamos a él y a su hermano a visitar el Betel de Londres y ver el trabajo que hacíamos.

Más tarde, Mike estuvo de visita en Betel, y lo que vio le interesó tanto que continuó estudiando la Biblia. ¿Qué resultado tuvo todo esto? Ahora él es anciano en la congregación, y tanto su esposa como sus dos hijos están activos en el ministerio. Algún tiempo atrás la esposa de Mike escribió: “Muchas veces [Mike] ha mencionado la ocasión en que ustedes hablaron con él [...] Lo impresionado que quedó por la bondad y el interés que le mostraron”.

Cuando mi esposa y yo recibimos expresiones de aprecio de alguien como Will o Mike, a quien hemos tenido el privilegio de ayudar, ¡nuestro corazón sencillamente rebosa de agradecimiento a Jehová! ¡Qué recompensas inefables son esas “cartas de recomendación” vivas! Todas son parte del gozo que hemos recibido al mantenernos en unión estrecha con la organización de Jehová. (2 Corintios 3:1-3.)

Sirvo en la central mundial

“Una nación por sí mismos.” Así describió el editor de un periódico de Brooklyn Heights a la gran familia de más de 3.500 Testigos que vive en la central mundial de los testigos de Jehová en Brooklyn, Nueva York, y en las Haciendas Watchtower, ubicadas a unos 160 kilómetros (100 millas) de allí en el estado de Nueva York. ¡Ciertamente los ungidos de Jehová son una nación espiritual a la vista de Jehová! Hoy, multitudes procedentes de muchas naciones del mundo se presentan y dicen a los de esta nación: “Ciertamente iremos con ustedes, porque hemos oído que Dios está con ustedes”. (Zacarías 8:23; 1 Pedro 2:9.)

Por eso, ¿puede usted comprender lo emocionante que fue para mi esposa y para mí llegar a ser miembros permanentes de esta gran familia de Betel? Sin vacilación yo diría que los últimos ocho años de mi vida han sido, por mucho, los más sobresalientes de toda mi experiencia teocrática. Aquí uno siente el pulso de la organización visible de Jehová; aquí se prepara el alimento espiritual y entonces se envía a los cuatro cabos de la Tierra; aquí uno ve el espíritu de Jehová en acción, dando guía y dirección a las importantes decisiones que hay que tomar; aquí se siente más que en todo otro lugar la evidencia acumulada de la bendición de Jehová sobre la obra de predicar el Reino y hacer discípulos. Todas estas experiencias e impresiones recientes me han dado más incentivo para mantenerme más estrechamente unido al pueblo de Jehová.

He contado solo unas cuantas de las experiencias de mi vida. Sin embargo, quizás le ayuden a entender por qué, mientras finalmente mi avión aterrizaba en el aeropuerto de Aberdeen aquella soleada mañana de junio, agradecía tanto a Jehová que todavía me permitiera ser parte de nuestra amorosa asociación mundial de hermanos. Mientras volaba, había estado pensando en los años que llevo en la verdad, y esto me recordó de nuevo lo provechoso que es contar de vez en cuando las muchas bendiciones que hemos recibido de Jehová. (Salmo 40:5.)

Mi hermana, Louie, estaba allí para recibirme... todavía fiel, celosa y leal después de más de 60 años de servicio dedicado a Jehová. Di gracias a Jehová por aquella bendición adicional, porque, ¿acaso no dijo el apóstol Pablo que es la fidelidad lo que Jehová busca en todos sus “mayordomos”? (1 Corintios 4:2.) ¡Cuánto estímulo le puede comunicar un miembro de una familia a otro por permanecer fiel!

En cierta ocasión Moisés oró: “Muéstranos precisamente cómo contar nuestros días de tal manera que hagamos entrar un corazón de sabiduría”. (Salmo 90:12.) Mientras Mildred y yo envejecemos, comprendemos que siempre tenemos que apoyarnos en la sabiduría de Jehová para que en nuestra vida se manifieste que lo amamos a él y amamos a nuestros hermanos. Amorosamente, Jehová nos muestra ese camino si nos mantenemos en unión estrecha con su organización.


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